«El río de las piedras» – Cuando el río se convierte en cantera


Hace un tiempo leí con estupor una nota de prensa sobre la “plausible” necesidad de un dragado en el tramo urbano de río español, ilustrado con una fotografía de su cauce a su paso por el municipio.

Un titular situado bajo el epígrafe indicaba que el río se estaba convirtiendo en “una auténtica cantera”, que el río estaba enseñando “sus vergüenzas”… y ya no sigo leyendo más. Comienzan mis reflexiones. ¿Cómo era el río entonces? La verdad es que en la foto del diario se oteaba un río rígido, encauzado, con pocas oportunidades para la “elástica” respiración de la ribera.

Bien, el río es así ahora. Cuando era niño me enseñaron que la función natural del río era la de erosión, transporte y depósito: así se forman las playas al final y entre tanto en la cuenca media, las gravas hacen su función natural imprescindible para garantizar la vida. No creo que vayamos a cambiar las ancestrales costumbres de la dinámica fluvial decretando la prohibición de la circulación de las gravas. El río es cantera, si se draga pues el diccionario lo deja muy clarito. Cantera: “Sitio de donde se saca piedra, greda u otra sustancia análoga para obras varias”.

De mayor entendí que el río trasciende al cauce y abarca el denominado “espacio fluvial”.

Pero en la foto de referencia, no hay lugar para ese espacio. Antes de decidir si dragar es la mejor solución, ¿no sería conveniente ir al fondo de la cuestión? , ¿por qué no hablar de restauración de riberas?, es decir de reencaje del río en el espacio fluvial mediante soluciones inteligentes que resuelvan el “problema” y no que eliminen los “síntomas”.

Hay ríos de gravas y ríos de arenas. Eso es así, natural como la vida misma y no creo que a nadie se le ocurra que el “progreso” vaya a modificar esta realidad. El del periódico es un río de gravas. Bien, pero los ríos de gravas exigen un ancho cauce que en ese pueblo brilla por su ausencia. Y el río de gravas necesita libertad de movimientos para que esas gravas vayan encajando el cauce: meandros, taludes inestables

Cuando de ríos se trata, es muy común “fijar” una imagen, crear un estereotipo. Y esa “clasificación” va en contra de la libertad inherente al agua corriente y a su contenedor y vehículo que es el río, que es el terreno a fin de cuentas.

El ser humano modela el paisaje, pero el río lleva más tiempo haciéndolo. Por eso siempre se sale con la suya y nos recuerda que le debemos un respeto, por nuestra propia supervivencia.

A comienzos del año 2007, se celebró en Tarragona el segundo Congreso nacional de restauración de riberas. En la interesante ponencia de Alfonso Andrés Picazo, que precisamente trataba sobre la restauración de ríos en entornos urbanos, Andrés decía:

El río es un ser vivo, resultado de todos los fenómenos que se producen en su cuenca.

Incluye el funcionamiento geomorfológico, los arrastres y los sedimentos, las materias en suspensión y diluidas, los caudales altos y bajos, avenidas y sequías, el ecosistema fluvial y el ripario, etc.

Restaurarlo significa devolverlo al estado que nosotros suponemos que es el natural y devolverlo en todos los sentidos, los caudales, la calidad, la movilidad, etc.

Otra cosa es devolverlo a nuestra foto fija”

Volvamos al periódico, que es lo mismo que decir volvamos a cualquier municipio con río de gravas encauzado (la mayoría de nuestros ríos son de gravas) : el 25% de la “vieja Iberia” (peninsular e insular) ha sido urbanizado en la última década…

Si, como indicaba el autor de la nota de prensa, hace 30 años uno se podía bañar y ahora no, es porque una parte importante de los caudales subálveos que nutrían al cauce están siendo derivados para los usos imprescindibles y crecientes de la población: agrícolas, industriales y domésticos. Si fueren hidroeléctricos, más de lo mismo, ya que la energía producida es usada por alguno de estos usuarios, o por todos. Aquí ya tenemos una modificación del paisaje fotografiado a la que queremos que el río se adapte. Pero el río también modela el paisaje a su manera

Un río no tiene “vergüenzas”, es cambiante según la estación y varía como lo hace el clima. ¿Nos avergonzamos más de una rambla almeriense que del Amazonas, pletórico en Manaos?

El problema está en aplicar al río (natural), parámetros de vía de comunicación (artificial). Una carretera llena de baches es tan vergonzosa como peligrosa, como lo es un dique superado por todas las olas o el descarrilamiento de un ferrocarril en una curva mal calculada. Pero la grava es río y si nos inundamos por su presencia, la culpa no es de la grava ni del río, sino de las circunstancias colaterales que provocan esa afección. Y ellas comienzan en el que vende el terreno, en el que lo impermeabiliza para urbanizar, alterando gravemente las características naturales de drenaje de la cuenca, en el que extrae cada vez más agua para satisfacer crecientes necesidades de una población con cada vez mayor nivel de vida y más numerosa…

Y la suma de todos estos “culpables”, probablemente coincida con casi todos nosotros.

Si no hay solución “ideal” (no la hay ya), hay que adaptarse y pensar qué soluciones parciales podemos idear para reducir el riesgo, ya que el riesgo cero tienen un coste infinito, aceptando lo que hay, yendo pues al fondo de la cuestión y no a curar las pandemias con aspirinas.

En fin, no niego que haya que dragar en algún lugar puntual o en varios. Pero lo que me asombra es que a estas alturas de la película, todavía sigamos aplicando los estereotipos tradicionales del rasurado en seco.

Sería más razonable estudiar a fondo primero la morfodinámica del río, la repercusión de la remoción de azudes en la recuperación de perfil de equilibrio del cauce, la evolución de los usos del suelo en la cuenca, conocer la planificación urbanística y definir una solución razonada que abarque el dragado, donde sea menester, pero también otras actuaciones restauradoras y paliativas del “mal”. Y esta solución, razonablemente debería ser aportada por un equipo interdisciplinar, socialmente aceptado y entendido. Porque tiene su precio y hay que estar dispuestos a pagarlo. Y lo que al final se haga, debe estar suficientemente justificado y razonado y no depender de que seamos gravófilos (como son los profesionales del río) o gravófobos (como suelen ser los que carecen de información al respecto)

Así podría acelerarse proceso real que en su parte virtual ha definido la Directiva Marco del Agua: el de la restauración de nuestras riberas y la recuperación de nuestros ríos. Una tarea de todos que también deberemos de pagar entre todos, teniendo en cuenta los costes derivados de seguir con la rutina, que tampoco serán pequeños.

Lorenzo Correa

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