Incertidumbres de la gestión del agua: las inundaciones


Cuando el agua de un cauce grande o pequeño cubre los terrenos y las poblaciones, se produce una inundación. Hasta aquí, leyendo lo que el diccionario nos dice, es algo natural. Solo que si nos afectan a nosotros o a nuestros bienes, se convierten en un peligro «natural», agravado por la artificialización del terreno,  que hay que prever para minimizar sus efectos negativos. Como siempre decimos en futurodelagua.com (disculpen la repetición constante), disminuir el riesgo de que se produzca ese peligro cuesta dinero. Más caro cuanto más hayamos intervenido en las zonas inundables adyacentes a los ríos artificializando su relieve, impermeabilizando su suelo y modificando el trazado del cauce para amoldarlo a nuestros intereses particulares o de comunidad. Por eso, todos podemos hacer algo para disminuir el riesgo. Evitarlo completamente es imposible, porque el riesgo cero tiene un coste infinito

Desde Noé, estamos acostumbrados a que llueva mucho (aunque pasado un tiempo sin que llueva fuerte, nadie se acuerda de lo que llovió), y cuando es así pueden ocurrir dos cosas: que el cauce disponga de capacidad para almacenar y conducir el agua que recoge o que no.

En este segundo caso, se produce el desbordamiento y la inundación del espacio fluvial, integrado por el cauce, los márgenes y la llanura inundable. Normalmente, los cauces pueden absorber los caudales fluyentes sin desbordar. Sin embargo, esporádicamente, se producen lluvias de gran intensidad y corta duración, o más duraderas con menor intensidad, que provocan un aumento de la escorrentía superficial y de la acumulación de agua en el cauce, hasta que éste no puede absorberla.

La imposibilidad de prever hasta los últimos detalles la ocurrencia de este fenómeno natural y sobre todo sus consecuencias, variables en función del tipo de terrenos que conforman la cuenca, de su morfología, de su grado de impermeabilización natural o artificial…  y la tendencia  a ocupar las llanuras inundables (agravada en los últimos decenios por la superpoblación, por especulación urbanística en los países de clima apacible y cálido y por la adopción del modelo de las megaciudades),  con vías de comunicación, campos de cultivo y edificaciones, aumenta el riesgo y la vulnerabilidad de las personas y los bienes situados sobre estas llanuras de inundación. Cada vez más, porque aunque llueva lo mismo sobre una misma cuenca, si ésta está muy poblada, el daño es mayor porque hay más gente y porque la zona inundable en su topografía original,  está más alterada.  Pocas veces se habla de esto cuando hay problemas. Nosotros sí lo decimos: si no dejamos respirar al río, éste explota.

Los efectos indeseables que un fenómeno natural, como es la inundación, provoca sobre las llanuras inundables, los márgenes y el propio cauce, se agravan en función del grado de ocupación y antropización del espacio fluvial y ocasionan afecciones severas que obligan a las administraciones responsables a dedicar una parte importante de sus presupuestos para la reposición de los bienes afectados y a adoptar medidas de prevención y alerta ante los ciudadanos. Es decir, nos cuesta a todos cada vez más dinero.

Por estas razones, una gestión moderna y con visión de futuro del agua, hace imprescindible adoptar medidas de gestión de los espacios fluviales, tendentes compatibilizar los usos de estos terrenos con la dinámica fluvial, aplicando las medidas estructurales de protección mediante refuerzo de los márgenes en aquellos casos en los que la consolidación de la ocupación del espacio inundable impida la adopción de otras medidas. Estas otras medidas,  son las de gestión de la zona inundable que consisten en no artificializar los márgenes con escollera u hormigón, dejando facilidades para el desbordamiento y almacenamiento lateral de las aguas en avenida en terrenos preparados para ello. Terrenos que hay que comprar y luego limpiar cuando se vacíen para que puedan volver a hacer su función de embalse lateral. Hay que definir quien lo mantiene y quien lo paga.

La inundación es una sucesión de lluvia, escorrentía y liberación brusca de agua retenida. Cuanto más brusca, más grave será. Por eso, las peores inundaciones son las que se provocan cuando esa brusquedad es provocada por la rotura súbita de un elemento de retención de agua (presa), o de un puente taponado por los flotantes arrastrados por las aguas, que acaba haciendo un efecto presa.

Vegetación de ribera
Vegetación de ribera

Otro elemento que agrava el suceso es la pendiente natural de la cuenca vertiente. Cuencas de gran superficie y poca pendiente suponen un aumento gradual y paulatino de la altura del agua, es decir, una previsión con tiempo suficiente de los efectos negativos para salir corriendo o navegando, pues la velocidad de la corriente no es elevada.

Pero cuando nos encontramos con cuencas de poca superficie y elevado desnivel entre las cabeceras de los cauces y el mar, es decir con ríos cortos y de gran pendiente, los efectos son devastadores, pues la elevada velocidad de la corriente no permite ponerse a salvo a nadie.

Estas cuencas relámpago, son las más peligrosas y sus habitantes habituales u ocasionales deben estar informados con continua periodicidad de las características de peligro del lugar donde residen y de las vías de escape a utilizar cuando el fenómeno se presente

El aumento imparable de desastres asociados a la ocurrencia de amenazas de origen natural y su impacto es un hecho comprobado. Para el año 2030 las pérdidas económicas globales anuales podrían doblar las registradas en 2005 y superar los 300 mil millones de dólares.

Eventos de este tipo obligan a trabajar duro a las administraciones responsables de la gestión del agua, en colaboración con la comunidad científica dedicada al riesgo de desastres y a incluir este riesgo y su reducción en sus estrategias de desarrollo. Pero también nos obligan a todos a  evitar esos insolidarios comportamientos que resultan de la ocupación de las franjas ribereñas, ignorante o estimulada mediante anuncios o percepciones de falsa seguridad; máxime si lo es por usos pocos compatibles con una rápida, voluntaria y total evacuación de todo aquello susceptible de ser dañado por las elevadas velocidades en su combinación con las alturas de la crecida.

Para ello, debemos entender el río  y su mecánica de fluidos: el motor del río es la evaporación, y su lubricante, la infiltración. El motor del río se lubrica trasladando agua allá donde les es físicamente posible: al acuífero aprovechando la permeabilidad de su lecho y márgenes. Al espacio fluvial de sus terrazas (también permeables), cuando ya no admite más caudal. Así recarga el acuífero y fertiliza la vega. Al transferir caudal ensanchando su cauce, reduce la inundación aguas abajo allá donde no puede ensancharse por causas naturales o artificiales (puentes, defensas duras o motas de tierra). Esta regulación natural se rompe cuando ocupamos la zona inundable, porque no dejamos que el río haga su efecto acordeón, que respire. El dilema está en arriesgarse lo justo para ocupar esos terrenos para que los peligros si se inundan no provoquen daños materiales ni por supuesto pérdidas de vidas humanas

¿Qué hacer?

Actuar con sentido común, solidaridad y conciencia del riesgo y del peligro. Informarse siempre de su existencia antes de decidir comprar, alquilar o usar un terreno situado en el espacio fluvial.

Actuar previniendo la formación de tapones artificiales: retirar del lecho todos los obstáculos y artefactos que sea posible, planificando un programa de mantenimiento y conservación de cauces. Confiar en la benéfica autorregulación que hace la vegetación riparia, manteniendo un flujo centrado y adecuado en el cauce de aguas bajas, que dificulta su colonización por plantas invasoras y ajenas.

Saber que el margen tiene su mejor defensa y consolidación mediante el vigoroso estado de su vegetación naturalmente adaptada y que, por el contrario, una hilera de chopos en primera línea de orilla es la mejor suministradora de futuros troncos caídos que puedan obstaculizar por no señalar las asas de erosión que dejan al desceparse.

Drenar en la medida de lo posible las aguas de la lluvia permeabilizando cualquier superficie impermeable sobre la que ésta caiga.

En zonas urbanas muy densas e impermeabilizadas, además de lo anterior, construir “aparcamientos subterráneos” para el agua.

Tanque de tormentas en Barcelona
Tanque de tormentas en Cornella, Barcelona. Foto Miguel Ángel Gago

Señalo como paradigma actual de estos tanques, el recientemente construido en Chicago, un tanque de tormentas con capacidad para más de 30 hm³ de agua procedente de la escorrentía de las lluvias urbanas de la ciudad y de 13 comunidades de la región. De esta gran obra hablaremos próximamente en este blog para dar a conocer su enorme importancia paradigmàtica en gestión urbana de las aguas de lluvia en el futuro. Una incertidumbre más en la gestión futura del agua que habrá que resolver seductoramente…porque será muy cara

Lorenzo Correa 

Este blog pretende deconstruir el discurso dominante de la gestión del  agua desde la ontología del lenguaje, disciplina base del coaching ontológico, especialización del autor.

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