El agua como factor desequilibrante. Del desastre natural al conflicto político  


 

 Cuando el año se acaba, apetece dar un vistazo al comportamiento del agua en el mundo. Y comprobar la relación el desastre natural y el conflicto político. Es lo que acaba de hacer el Consejo de Seguridad de la ONU

Los desastres naturales del agua más importantes del año 2018, han venido de la mano de las inundaciones. Como siempre. Aunque no hayan tenido la repercusión mediática que creemos se hubiera merecido. ¿Alguien recuerda lo que pasó en el estado indio de Kerala en agosto?

Las inundaciones asociadas a la temporada monzónica acabaron con la vida de casi 400 personas. Los expertos califican a este episodio como la inundación centenaria. La peor en un siglo. La que obligó a refugiarse en 1500 campamentos a 250.000 personas.

Los monzones acabaron en India esta temporada con 1000 personas de siete estados. Las pérdidas superaron los 3.000 millones de dólares americanos. Y 700.00 personas tuvieron que marcharse de sus casas. Sin embargo, la mayoría del tiempo dedicado a los desastres naturales en los noticiarios se centran en los devastadores incendios de California.  Si el fuego es imparable, el agua también. No nos olvidemos de las inundaciones. En la india, habrá que hacer mucha política para resolver la situación y revertirla en el futuro. Por ahí va el futuro del agua.

Pero no solo es letal el agua cuando sobra. También los es cuando falta. Si de sequías hablamos, Ciudad del Cabo y su terrible situación cuando se acercaba, en abril, el Day Zero, ha sido el paradigma de 2018. Otro desastre natural con implicaciones políticas, como ya comentamos en estas páginas.

Pero hay otros desastres, no tan “naturales” que también convierten la gestión del agua en un arma política. Siria, una vez más, ha sido este año el país protagonista. Guerra sin cuartel, miles de refugiados, repercusión en países limítrofes…un polvorín amenazado no tanto por una llama de fuego como por un grifo que no mana. Violencia armada que genera escasez de agua. Y esta escasez, enciende otro conflicto violento en la retaguardia

Y nadie mejor para para profundizar más sobre la relación entre desastre natural del agua y conflicto político, que el Consejo de Seguridad de la ONU. «Agua, paz y seguridad», fue el lema del debate. Y así se llama una asociación creada al efecto. El objetivo, estar preparados para advertir y tratar de forma correcta las situaciones producidas la escasez de agua, o su exceso, se convierten en la causa que desencadena el conflicto.

Los datos son preocupantes. Ya son 36 los países que padecen un elevado estrés hídrico. El imparable aumento de esta tensión nefasta viene fomentado porque cada vez somos más en el mundo. Y también por nuestros hábitos alimenticios. Porque cuanta más carne se consume (más agua virtual), mayor cantidad de agua se necesita. Si a estos dos factores le sumamos el incremento del uso de la energía liberada en forma de calor, sabremos por qué aumenta la tensión.

Los expertos añaden otro factor imposible de olvidar en nuestros días. Es, por supuesto, el  del calentamiento global. La tendencia detectada a aumentar las precipitaciones en zonas ya húmedas y a llover menos en las áridas, agrava el problema.

Por eso el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático  es tan importante. Porque enfatiza el hecho de que con las emisiones en aumento  y con un incremento de la temperatura global superior a 1,5 ° C, 200 millones emperrarán su disponibilidad de agua. Y los fenómenos extremos de falta y exceso de agua, se incrementarán también. Desgraciadamente, recibirán las consecuencias los países subdesarrollados. Que son los que menos contribuyen a empeorar la situación.

Cuando aumenta la tensión de forma creciente y sostenida, algo acaba por romperse. En nuestro caso, si hay presión creciente sobre las fuentes , como su caudal es finito, se producen dos rupturas violentas. La de la convivencia y la de la solidaridad. La primera genera el conflicto político y social. La segunda provoca la huida de los más fuertes y capaces hacia horizontes más halagüeños, dejando en “casa” a los menos favorecidos.

Foto: Mustafá Bader

El drama de la guerra por una cara y el drama de la emigración por otra. Dos caras de la misma moneda.

Pongamos a Siria como ejemplo del año 2018: El primer problema es la sequía. La zona conocida como el “Creciente Fértil” es la media luna que se extiende entre el mar Muerto, el golfo Pérsico, el desierto de Arabia y las cumbres del Kurdistán. Está dividiso entre Siria, Turquía, Irán e Irak. Pues bien, las cuencas de los ríos sagrados de la historia de la civilización, el Tigris y el Éufrates, llevan 11 años de sequía. Cultivos abrasados, suponen años sin cosecha. La buena gente que habita estas cuencas no tiene más remedio que aguantar la miseria. Los que pueden, se van a las ciudades sirias. Y allí se encuentran con otra oleada de emigrantes de los países limítrofes. Estos huyen de la guerra.

Damasco se encontró con ambas migraciones, confluyendo sobre una ciudad donde la mayoría de los habitantes estaban sin empleo y en la que el gobierno había dejado de actuar como tal. Guerra civil, la peor de las guerras. Además, sin agua. Para colmo de males, las tropas de   Bachar el Asad aprovecharon la circunstancia y volaron la red de abastecimiento de agua, para sembrar el caos. El resultado fue que casi seis millones de personas, se quedaron sin agua. Una situación infinitamente peor que la de Ciudad del Cabo. Aunque mucho menos divulgada en los medios de comunicación.

Así las cosas, la ONU reúne sus comisiones, analiza la situación y propone soluciones. La correcta actuación de los políticos es la primera. Pero es poco confiable. El uso de los avances tecnológicos en la prevención de situaciones originadas por conflictos y/o cualquier desastre natural, es la siguiente.

Por eso la antes citada Asociación Agua, Paz y Seguridad está desarrollando un sistema de alerta temprana para aplicar en caso de conflictos relacionados con el agua. Los elementos a mezclar en la coctelera serán: el grado de gravedad de la sequía, la posibilidad de acceso a agua de calidad y las variables sociológicas, políticas, económicas y demográficas de cada lugar.

Del análisis cruzado de todos ellos, se pretende que surja una herramienta de predicción de conflictos con un alcance máximo de un año.

Si este invento funciona, los países de más riesgo, podrían identificar con tiempo sus carencias más importantes respecto a la disponibilidad de agua en caso de conflicto. Así, con un poco más de libertad de movimientos, podrían adoptar las medidas pertinentes para reducir o mitigar el riesgo. Adoptando fuentes de abastecimiento alternativo, para que puedan aportar agua a las ciudades desde lugares seguros. O gestionando los embalses de manera adecuada, para que dispongan de agua destinada a estas emergencias.

Por último, esta herramienta serviría de auxilio a Naciones Unidas y a otros organismos involucrados para encender la luz de alarma cuando se prevea el conflicto y prepararse para destinar ayudas si la crisis es inevitable. Sería la inclusión de la diplomacia como un arma más para disponer de agua en caso de desastre natural y/o conflicto político

Al comenzar este siglo, el secretario general de la ONU hizo una profecía al advertir que la feroz competencia por el agua de calidad, se convertiría  en una fuente de conflictos y guerras en el futuro.  Los acontecimientos le van dando la razón. Las respuestas a la evidencia son, en general alusivas a lo complejo que es resolver desde fuera conflictos que en su mayor parte son locales o regionales

Hay que comenzar por garantizar la disponibilidad de información. Para eso están ya muy desarrollados los sistemas de alerta temprana. Ellos deben aplicarse a la toma de decisiones adecuadas para disponer de agua en el peor de los casos. Esta disponibilidad, reduciría el número de crisis provocadas por la escasez y mejoraría la calidad de vida de los residentes atrapados en una sequía interminable o en un conflicto armado.

Es misión del Consejo de Seguridad de la ONU articular la respuesta. No en vano el agua es un derecho humano, básico para asegurar que el desarrollo de un país sea efectivo.

No podemos definir paz solo como ausencia de guerra. También paz es poder gestionar conflictos potenciales sin violencia. Con estrategia planificada, en nuestro caso, de reducción del riesgo de que la gente se quede sin agua, en cualquier circunstancia.

Como el estrés hídrico siempre ha estado presente en la historia humana, la humanidad se ha protegido de él construyendo grandes y pequeñas obras hidráulicas. Sin embargo, en nuestros días, el sistema económico imperante suma vulnerabilidad. Por eso debemos modificar nuestra relación “comercial” con el agua

Si no lo hacemos, en pocos años no podremos cubrir la demanda. Y si no se cubre, los estados se sumirán en el fracaso

Quien dispone de agua, atrae a quien no dispone. Es una constante universal. Por eso hace tres años, Europa recibió a un millón de migrantes y refugiados, procedentes de Siria, Afganistán e Irak. La crisis regional se trasladó mucho más lejos. El año pasado, el volumen migratorio ascendió hasta alcanzar los siete millones de personas. A los refugiados por causa de guerra, se suman ya los que no pueden vivir en sus países de origen: libios, nigerianos, guineanos, marfileños, gambianos, bangladesíes y chadianos. El impacto que estas migraciones provocan en las ricas Europa y Norteamérica es tan importante, que supone cambios radicales en los gobiernos salidos de las elecciones. Y la escasez de agua es una de sus causas.

Podemos consolarnos mirando hacia atrás y consultando páginas de la historia humana. Nos dirán que esto no es nuevo. Que el estrés hídrico ya se cebó en el imperio acadio, en la actual siria, hace 4.000 años. O en Egipto, donde también la sequía provocó la caída del imperio antiguo por esas mismas fechas. Nos recordará que también la sequía cercenó bastante a una población de 13 millones de habitantes como la maya hace mil años.

Como ocurrió también con la china dinastía Tang en el siglo IX. Un desastre natural como la sequía fue afectando a la humanidad. También lo hizo con los indios anasazi en el SO de EEUU antes de la llegada de Colón. Un siglo más tarde ayudó a a la desaparición del imperio de los jemeres en Camboya y ya en el siglo XVII, al ocaso de la Dinastía Ming.

¿Continuará la humanidad con esta dinámica?

De la correcta gestión del futuro del agua depende. Para que el próximo desastre natural nos encuentre preparados. Dispongámonos a usar todas las herramientas disponibles e invirtamos todo lo necesario en mejorarlas. Para despejar incertidumbres del futuro del agua. Para que todos podamos vivir mejor.

Lorenzo Correa

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