Rosario Castellanos fue una poeta mexicana del siglo XX. Se definió como un ser de un río sin peces. Brava y tierna a la vez. Activa y contemplativa. Tan eléctrica en su forma de ser, que murió electrocutada cuando era embajadora de México en Israel.
Hecha a sí misma en Chiapas, consiguió llevar el aroma de tan maravilloso lugar y el murmullo enervante de sus aguas, a su poesía.
El Grijalva y el Usumacinta le aportaron caudal
a su obra. Los cauces chiapanecos más escasos de agua, como el Lacantún, el Lacanjá, el Tzendales, el Tzaconejá, el Jataté y el Santo Domingo, la convirtieron en un ser de río sin peces.
Y ese es el soneto que hoy nos regala para colocar en un lugar preferente de los poéticos ríos de nuestra galería. Uno de los poemas que componen el volumen recopilatorio de su obra poética, “Poesía no eres tú”
Las legislaciones hidráulicas más avanzadas se afanan en amparar legalmente la presencia de caudales ecológicos en los ríos del mundo. Para que haya peces. Y va Rosario y nos dice que ella es un ser de río sin peces.
Soneto en el que no hay peces, porque hay soledad, muerte y memoria. Porque la desnudez del río sin peces necesita seres vivos que en él se refugien. Y que encuentren en su cauce comprensión y amable acogida. Menos mal que el ser de Rosario se la otorga. Ella les comprende, porque ha vivido con las mismas carencias y ha llegado al mar del desconsuelo. Al mar que llegan todos los ríos sin peces.
Y cuando se fue, no se llevó su memoria, su modo de ser río, de ser aire. Nos la dejó en un soneto.
El soneto “Ser de rio sin peces”. Y en el soneto, sus palabras, esas que, como dejó escrito son,“el sabor que nuestra lengua tiene de lo eterno”