Agua y turismo, dos conceptos imposibles de disociar. ¿Quién iría de vacaciones a un lugar donde no estuviera garantizada la higiene y el abastecimiento de calidad? Muy pocos, solo los aventureros irredentos. Y este tipo de turistas, no contribuyen a hacer florecer el negocio.
Si por turismo entendemos precisamente el que produce negocio, estaremos hablando del turismo de masas, el que llena los hoteles playeros, los museos de las grandes urbes y los albergues de montaña e interior. Es ese tipo de visitantes los que,
antes de elegir su destino de ocio o de vacaciones, se preocupan por el agua. Recordamos la última crisis de sequía en una zona turística española de rancio abolengo. Se produjeron, en los meses anteriores al verano, incesantes consultas a la administración del agua. Eran turistas potenciales y operadores de turismo que querían saber si había garantías de abastecimiento antes de decidir la elección de esa zona como lugar de vacaciones. Agua y turismo. No es negocio el segundo sin la primera.
Y es que la importancia económica del turismo crece con los años. Porque ya supera a la de las importaciones de petróleo, alimentos o automóviles. Y porque beneficia en términos económicos el florecimiento de sectores esenciales para cualquier país, como son el de la construcción, la agricultura o el de las telecomunicaciones. Para muestra, es suficiente una cifra: los ingresos mundiales por exportación ya se acercan a los dos billones dólares americanos anuales.
Por eso, cualquier país que quiera integrarse en el club de países turísticos, no solo debe cuidar sus paisajes y monumentos. Ni ocuparse de que la seguridad y la libertad de movimientos estén garantizadas en su territorio. Además, debe asegurar al visitante que hay garantía de agua de calidad y en suficiente cantidad. Agua y turismo, hermanos siameses.
Para poner un ejemplo emblemático de la relación entre agua y turismo, nos acercaremos a Filipinas. Porque es un país en el que el turismo está alcanzando un auge insospechado. Y porque la relación entre agua y turismo es cada vez más estrecha. En Filipinas se pone una vez más de manifiesto la paradoja del agua y el turismo de paisaje y relax.
Cuando éste crece desmesuradamente, el medio es el primero en pagar por esa desmesura. Y cuando el medio se degrada, el turismo se marcha. La cantidad y calidad del agua es la clave. También ella es el fusible que salta en cuanto una de las dos, o las dos, desaparecen
País insular, con más de 7000 islas, Filipinas tiene una superficie de 300.000 km². Pero entre las dos islas mayores, Luzón y Mindanao ya ocupan 200.000 km² entre las dos. Situadas solo a 800 km del continente asiático, en Filipinas viven más de cien millones de personas. Su clima tropical, con temperaturas medias de 27 ºC, y sus innumerables playas son un reclamo turístico de primer orden para visitarlo. A poder ser, entre los meses de marzo y mayo, para evitar las lluvias.
El agua en Filipinas, es omnipresente: humedales, lagunas y lagos recogen caudales de 421 ríos. De entre ellos, los más destacados son el Cagayan en Luzón (el más largo) y el río Grande de Mindanao.
Además, hay importantes acuíferos. Pero los recursos hídricos no están bien distribuidos. Porque solo el 8% de la población tiene acceso a un agua segura. Y además, casi cuatrocientos municipios carecen de redes. Son los llamados waterless. Así las cosas, entre un 60% en zonas urbanas y un 70% de la población en zonas rurales, no tiene acceso a una red de abastecimiento.
Respecto al saneamiento, un 25% de la población carece también de redes. En consecuencia, el 90% de las aguas residuales son vertidas al medio sin tratar. Debe señalarse, sin embargo, que no es fácil articular un tratamiento centralizado de las aguas, debido a la enorme cantidad de islas que componen el país. Aunque esta realidad, hace imponerse al tratamiento descentralizado que persigue sobre todo sacar de las zonas turísticas las instalaciones de tratamiento. O hacerlas «invisibles» para el turista.
En este sentido, el esfuerzo económico es enorme, debido al gran aumento de turistas en los últimos años, que ha desbordado la modesta infraestructura de abastecimiento y saneamiento existente. Y la relación entre agua y turismo de calidad se ha ido estrechando cada vez más.
Tampoco en la delimitación de zonas inundables y la consiguiente protección del territorio ante las avenidas se ha avanzado mucho. Por eso, más del 80% de la superficie del país carece de protección o información de inundabilidad.
Como es lógico, nada de lo anteriormente expresado contribuye a atraer o fijar turistas.
Veamos ahora cómo está el turismo en Filipinas para comprobar si agua y turismo viven en armonía. La última década del siglo pasado comenzó con una media de un millón de turistas anuales. Quince años más tarde, el incremento de turistas ya era espectacular, pues visitaban el país casi siete veces más de personas. Eso tuvo mucho de bueno (divisas, trabajo, menos pobreza en áreas deprimidas), pero también de malo. Lo que de malo tiene el aumento de usuarios del agua en lugares en que este incremento no ha sido previsto.
La carencia tradicional de infraestructuras de abastecimiento y saneamiento a la que más arriba hemos mencionado o la obsolescencia de las pocas existentes, provoca una crisis estética, ecológica y de salud pública. Son las cosas del agua y el turismo. Cuando la gestión de la primera no está en óptimas condiciones, el segundo huye despavorido.
Lo que pasó en Filipinas, no es muy diferente de lo que ya había ocurrido en el Caribe o en otros destinos similares en el mundo. El turista pudiente busca un buen clima, unas playas limpias, un agua marina transparente y un medio en condiciones. Pero exige que no haya masificación y que todas las comodidades que disfruta en su casa, se trasladen con él a su lugar de vacaciones. Si el turista no dispone de un alto poder adquisitivo, el primero en enterarse es el medio, que se degrada. Y desgraciadamente, cuando la degradación llega a un nivel insoportable, este visitante también desaparece.
Es lo que está ocurriendo en muchas playas del sudeste asiático. Por ejemplo, en la playa de Maya Bay, paradisíaco escenario de la famosa película “La Playa” de Leonardo di Caprio. Los estragos del turismo y de la falta de infraestructuras de saneamiento obligaron a cerrar este maravilloso espacio playero tailandés. Y es que nadie quiere ir a un lugar en el que los cruceros atracan constantemente y en el que las malas gestiones de los sistemas de saneamiento habían acabado con la fauna y los arrecifes de coral tan importantes para el equilibrio natural de la zona
Pero busquemos un ejemplo con final feliz, en Filipinas. El de la isla de Boracay. Situada a solo una hora de vuelo de Cebú y de Manila, en el año 2012, fue proclamada por la prestigiosa revista «Travel + Leisure» como la mejor isla del mundo. Pero, desgraciadamente en solo seis años, pasó de Playa Blanca a Pozo Negro y en abril del año pasado fue clausurada por orden del presidente. La repercusión fue durísima. Se cerraba la isla durante seis meses.
Como en el caso de Maya Bay, todo se masificó en la Playa Blanca. Los visitantes la dejaban llena de basura. La proliferación de hoteles, algunos lamidos por las olas, generaba vertidos imposibles de esconder. Los innumerables barcos que allí se detenían, suponían la guinda del pastel de la degradación. El fusible de la masificación turística es el entorno que aporta la belleza. Él hace atractivo el lugar. Y él es el primero que se enferma. Pero su enfermedad es contagiosa y se expande como una epidemia afectando a todos los visitantes.
Como decíamos, se cerró la isla durante seis meses. Para curarla. Lo primero que hay que curar es, también, el entorno. Y por ahí se comenzó. Se demolieron hoteles. De 600, solo se dejaron en pie los 157 más integrados en el paisaje. Ahora, ningún hotel podrá estar a menos de 30 metros del mar. Esta medida supone una disminución de las habitaciones disponibles y por lo tanto de personas estables en la playa y sus alrededores. Así se mejora también la gestión del agua al reducir usuarios y vertidos.
Así se hizo, porque la isla llegó a tener 40.000 visitantes anuales, con una población estable de 30.000 personas. Y en solo 10 km² de superficie. Sin embargo, ahora solo podrán visitarla 6.400 personas diarias.
Estas actuaciones suponen terribles afecciones económicas a los inversores primitivos. Lo demuestra la hecatombe de 500 empresas que inicialmente habían invertido en la isla, generando un negocio de mil millones de dólares anuales. Todo quedó en suspenso durante seis meses. El plazo necesario para resucitar la isla. Fue la amputación indispensable para salvar el entorno moribundo. A muchos les supuso la ruina. Pero también fue un aldabonazo en la conciencia y en los bolsillos de todos. Les avisaba de que, en Filipinas, en el sector de agua y turismo, algo iba a cambiar irreversiblemente.
¿Qué se ha hecho con la gestión del agua? De entrada, una regulación legal y una planificación hidrológica. Porque el Estado debe actuar primero. Y comenzó a hacerlo en 2004, publicando la “Clean Water Act”. En ella se regula la reutilización de las aguas residuales para el riego y la producción de fertilizantes y se establecen límites para el vertido en aras de mejorar la calidad del agua. Pero entonces, el turismo aún no era una amenaza para el entorno
En 2015, el turismo empezó a dar avisos. La respuesta fue estudiar qué pasaba en las playas más atractivas del país. Los datos resultantes del estudio se recogieron en el Programa de Playas del Departamento de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
Fue la primera señal de alarma. Porque solo 21 playas cumplían los requisitos mínimos de calidad del agua y de vertidos. Y había 75 playas de primera categoría en el país. Además del problema de los vertidos, se comprobó que había escasez de agua en muchos lugares de un país que dispone de casi 50.000 km de costa.
Porque Filipinas es el quinto país del mundo en kilómetros de costa. Tanta agua en el mar y tan poca agua en el país. La depuración y reutilización, se impuso como solución a los problemas cualitativos. Con la premisa, como ya hemos indicado al principio de este artículo, de que las 7.000 islas que conforman el país no permiten soluciones centralizadas. Aquí hay que implementar una gran diversidad de soluciones homogéneas, pero dispersas. Y además, reducidas dimensiones.
Se trata pues de depurar aguas residuales para descontaminar el medio y reutilizarla para ahorrar agua dulce usando aguas grises en el ámbito doméstico y regando el campo con aguas reutilizadas. Con estas soluciones ya convencionales en países avanzados, se solucionan los problemas sanitarios y de escasez y se regenera y protege el medio marino y las playas. Por lo tanto, así, además se recupera y fideliza el turismo.
La solución que armoniza agua y turismo en Filipinas es, por lo tanto, las pequeñas plantas depuradoras. Por ahí se mueve la entidad gestora del agua en la isla, la Boracay Island Water Company, Inc. (Boracay Water). Ahora están ampliando depuradoras existentes y construyendo una nueva. Su concesión expira en el año 2034. Por ello, tienen15 años por delante para lograr su objetivo. Depuración y reutilización.
La última planta que se está acabando de construir, la de Yapak, tercera de la isla tratará 11.500 m³/día. Estos caudales, se sumarán a los 6.500 de la planta de Balabag y a los 11.000 de la de Manoc Manoc, en la que se han invertido 556 millones de pesos filipinos, equivalentes a nueve millones y medio de euros.
Cuando se ha empezado a articular una red de saneamiento, las inversiones iniciales se van incrementando enormemente en el tiempo por dos motivos. El primero es que conforme la legislación se va endureciendo para mejorar la calidad, las depuradoras son más caras. El segundo, es que conforme va pasando en el tiempo no solo hay que invertir en nuevas depuradoras. Además, hay que en ampliar y mantener las más antiguas.
En esa tesitura se encuentran las Islas Filipinas y Boracay en concreto. Allí, ya se ha consiguió pasar en 10 años de un 35 a un 51% de población con acceso a sistemas de saneamiento. Y la intención es que, con las tres plantas a pleno rendimiento, este mismo año se llegue a obtener una cobertura universal de los establecimientos turísticos de toda la isla. Milagros del turismo.
Por suerte, la calidad de las aguas del río Nabaoy es buena. Y por eso, su potabilizadora no resulta excesivamente cara de mantener. En este ámbito, Boracay Water también está incrementando la capacidad de bombeo. Pretenden así llegar llegar a tratar 40.000 m³/día, con los que se duplicará la capacidad actual
Porque con este binomio de agua y turismo en armonía, no llegará ni una gota de agua residual al mar desde los hoteles y centros de ocio, sin tratamiento adecuado. Además, Boracay Water también trabaja duro en la construcción de una red de drenaje de aguas pluviales adecuada. Porque la conformación de la isla como arrecife dificulta el drenaje natural. Y además, obliga a construir colectores interceptores.Para que puedan asegurar que nada sin tratar llegue al mar. Y para evitar el riesgo de propagación de niveles más altos de coliformes.
Dos millones de turistas han vuelto a Boracay. Aunque no lo sepan, su vuelta ha sido posible gracias a las depuradoras. Y los 40.000 habitantes estables también les deben agradecer que sus 8,000 hogares tengan donde evacuar sus aguas residuales. Aún no se ha conseguido conseguir el objetivo. Porque todavía las tres cuartas partes de los vertidos domésticos van directamente al mar. Pero el sistema en construcción, único en una isla filipina, si exceptuamos el de la capital Manila, lo garantizará en breve.
Lorenzo Correa
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