En todo el mundo, aumenta la preocupación sobre la afección ambiental producida por nuestro plástico usado que llega al mar. A nadie le gusta ver plásticos flotando, o en la arena, cuando va a la playa. Menos gusta aun saber que hay enormes superficies plásticas flotando en los océanos. A todos disgusta saber que el microplástico es ingerido por peces y seres vivos hasta volver al humano que lo usó. Miedo.
Preocupa enterarse de que solo dos (polipropileno y polietileno), de los siete tipos de envases que usamos, son potencialmente reciclables. Rechazo ético. Más sorpresa aun, cuando se entera de que ambos, en muy pocas ocasiones, se aceptan en nuestras instalaciones de reciclaje. Porque no es fácil ni barato clasificarlos y procesarlos. Indignación. Aun así, seguimos usando nuestro plástico. Porque lo consideramos tan indispensable, que no sabríamos vivir sin él.
Hasta hace poco, nuestro plástico tenía una vía de escape. La mayoría se iba a China. Y ya no lo veíamos más por la vieja Europa. A veces volvía dentro de un pez, pero no lo veíamos. Ventajas de la invisibilidad del microplástico. Y es que la mayor parte del plástico que cuidadosamente depositábamos en los contenedores era arrojado al basurero, incinerado… o exportado a China.
Pero esto se acabó. China compró el año 2017 más de la mitad de los desechos reciclables exportados por EEUU. Además, desde 1992, el 72% de los residuos plásticos ha terminado yaciendo o quemándose en China y Hong Kong. Hoy, ya se acabó: desde enero, China ha dejado de admitir la mayoría del papel y el plástico, en aplicación de su nueva política ambiental. Quieren dejar de ser el basurero del planeta. Y el mar tiene todos los números para ser el nuevo y ampliado basurero mundial. Más plástico en el mar, ese es el futuro si no se actúa.
Hace ya más de un año, China decidió prohibir la importación de 24 tipos de materiales reciclables. Y entre ellos, estaba nuestro plástico. También ellos tienen su plástico y como ya no les queda más sitio para almacenar lo propio, decidieron rechazar lo ajeno.
Porque nuestro plástico usado enviado a China, alcanzó volúmenes escalofriantes. En los últimos 25 años, el dragón chino engulló 106 millones de toneladas. O sea, que tuvo que digerir el 45% de todos los residuos plásticos. Hasta que el dragón ya no pudo más. Y se negó a seguir devorando plásticos reciclados con purezas inferiores al 99.5%. Sin embargo, tan drástica decisión provocó una terrible secuela al afectar a la industria de reciclaje que factura 200 mil millones de dólares al año en el mundo. Y además, puso de los nervios a todos los que enviamos nuestro plástico allí. ¿Qué haremos ahora con él?
Eso, a los chinos, poco o nada les importa. Porque creen haber hecho ya bastante durante tanto tiempo procesando nuestro plástico en 30 de sus ciudades. En ellas, el trabajo era duro para los más desamparados. Ellos debían realizar todo el proceso en condiciones dantescas, con grave perjuicio de su salud. No hace falta mencionar que el impacto que recibía el medio en estos enormes basureros, era demoledor.
Porque, en el mejor de los casos, les llegaban las botellas de plástico, previamente lavadas y trituradas en escamas en el país de origen. En las plantas de “reciclaje” chinas, calentaban las escamas y las convertían en fibra textil o relleno de almohadas, edredones y muñecas. Así consiguieron llegar a importar 36 mil millones de dólares en 2015.
Tan devastador era el escenario, que a alguien se le ocurrió dirigir un documental sobre el particular. Y le puso por título «China plástica». Su repercusión mediática fue tal, que las autoridades prohibieron su difusión y visionado. Las malas lenguas, que casi siempre aciertan, murmuran que cuando llegó al presidente de la nación, Xi Jinping, éste decidió detener el proceso. Porque en sus planes de situar a China como uno de los países más importantes del mundo, no encajaba la presencia de estos vertederos, cuyas repercusiones eran nefastas. Tanto para el medio receptor como para las personas que en ellos trabajaban. Y no digamos para la imagen exterior del Imperio del Centro.
El caso es que, de esos vertederos, nuestros plásticos solo tenían una salida. La del río que acaba en el mar. Y así el agua se convirtió en vehículo para su propia contaminación y la de las especies que viven en y de ella.
La jugada era perfecta para los gestores de nuestros residuos. Desde 1990, el 80% del plástico useño y un elevado porcentaje de otros países de su nivel se vendían a Asia. Era más barato hacerlo que bregar con él en casa. Mano de obra barata y leyes ambientales laxas. La combinación perfecta. Y el resultado, lo tenemos en el océano Pacífico. Además, se vendían reportajes de su estado y los que tiramos el plástico los comprábamos para pasar un poco de miedo en nuestros confortables hogares plastificados.
Cierto es que China trabajó duro para tener una infraestructura industrial de reciclaje atractiva para nuestro plástico. Pero los residuos de esa industria, afectaban a la salud física y ambiental del país y dejaban los mares como ya sabemos.
Porque todos los plásticos importados suponían el 12% de los producidos en China. Por lo tanto, a los 67 millones de toneladas autóctonas se sumaban 8 procedentes de los países avanzados. Y eso no había quien lo tratara. Pero ya se acabó. Ahora hay más de 100 millones de toneladas de nuestros plásticos buscando destino.
Se postularon Tailandia, Vietnam, Indonesia y Malasia. Y cuando empezaron a llegar barcos de plástico, se asustaron. Porque solo en la primera mitad del año pasado, el año en que China dijo ”ya, no”, se encontraron con un 56% más en Indonesia, un 100% más en Vietnam y más de un 1000% en Tailandia. Como estos países no pueden engullir semejante volumen, no tienen más remedio que legislar para evitar que lleguen más plásticos de los nuestros.
Y es que, digan lo que digan los demás, lo cierto es que en el continente asiático se ubican los cinco países más “plastificados” del mundo. Porque que sus estómagos ya no admiten más basura.
Como es lógico, si nadie traga, la basura se acumula en origen. Por eso, con la esperanza de que pronto algún país subdesarrollado se anime a ingresar unos dólares a cambio de plástico, nuestros plásticos se están acumulando en California, en el Reino Unido, en Australia y en otros países del mundo “chic”. Del mundo en el que todos somos ecologistas. Aunque seguimos usando nuestro plástico, por supuesto. Imaginen como se pusieron todos los defensores ambientales cuando en Australia se incendió un basurero en el que se acumulaba el plástico que esperaba un comprador “pobre”. Consumimos y nos quejamos. Lamentable. El resultado, once días de smog en las ciudades más cercanas al vertedero.
Y es que el cierre brusco de la compuerta de admisión de nuestro plástico en China ha provocado en el mundo un efecto de golpe de ariete. La presión se expande hacia los países del sudeste asiático. Y ellos no saben cómo manejar lo que se les viene encima. Los contenedores de plástico usado flotan en el mar esperando que les den entrada en algún puerto. Pero no hay instalaciones portuarias para almacenarlos ni plantas de reciclaje efectivas. Por eso, algunas navieras, para no pagar las tarifas del puerto, los sueltan y se van. Así los contenedores liberados a su suerte, se convierten en barcos fantasma a la deriva.
Las reacciones que va publicando la prensa asiática son preocupantes. Enfado mayúsculo en Tailandia, porque muchos de sus habitantes no toleran que su país sea el nuevo basurero de los países ricos. Centenares de contenedores repletos de plástico descubiertos en los muelles de Bangkok por la policía. Los ecologistas se enfurecen también cuando se descubre que una ballena muerta tenía 80 bolsas de plástico en su panza.
Y en Vietnam, peor. En el puerto de Tan Cang Cat Lai el primero del país, se descubrieron, en solo tres meses, 2.200 contenedores de basura plástica. Nuestras miserias, esos plásticos que por los que tanto nos preocupamos en casa, están buscando nuevo acomodo. Es decir, nuevos países vertedero desde donde se siga vertiendo plástico usado a las aguas oceánicas. Pero los países del sudeste asiático no pueden gestionar ni la mitad del volumen que China importó en el pasado.
Desde la prohibición China, Malasia ya recibe el cuádruple de plástico que antes de ella. Por su parte, Vietnam, Taiwan y Corea del Sur no dan abasto para recibir contenedores. Mientras que en China y Hong-kong, las entradas se han reducido en más de un 90%
Así las cosas, 1.700 recicladores que operaban legalmente en China se han visto afectados por la prohibición de las importaciones. Por eso, casi la mitad se han trasladado a los países ahora receptores, cerrando sus fábricas chinas. Por su parte, Tailandia importó en 2018 más de 120.000 toneladas de Europa, Japón y EE. UU. Y multiplicó por 18 lo que antes importaba.
Y como la basura de nuestro plástico llega cada vez con más dificultad a los puertos asiáticos, se va acumulando en Europa. El resultado ya visible es que en Polonia se han declarado este año 60 incendios muy tóxicos en vertederos. Desgraciadamente se sospecha que muchos de ellos fueron voluntariamente incendiados para destruir un producto que “quema en las manos». También en los Estados Unidos cuecen habas. En Oregon, lo que no sale, va a vertedero a sabiendas de que no se reciclará nunca.
Como comprenderán los lectores que hasta aquí hayan llegado, el problema tiene dos vertientes. Una, la del consumidor insaciable. Aparentemente demuestra preocupación porque se arregle el problema y se entristece viendo el océano plastificado. Pero no deja de consumir. Otra, es la del presente y el futuro de la industria del reciclaje.
El primero, lo dejaremos para otro día. Respecto al segundo, hay muchísimo por hacer. El problema tiene su origen en que la exportación de residuos reciclables a China era barata. Además, los chinos no ponían inconvenientes para engullir lo que se les vendía. Estas facilidades detuvieron el desarrollo y la modernización de las industrias dedicadas al reciclaje en el mundo productor de plásticos. De nuestros plásticos
Por ejemplo, en USA no se ha construido una planta de reciclaje desde hace 15 años. Sin embargo, los useños usan y tiran 35 mil millones de botellas de plástico cada año. Pero la eliminación de una tonelada de ellas en China salía por $ 200. Mientras que en casa, costaba $ 500, si se disponía de una planta competente. El resultado, está claro. “Business is business”. Y es que hay cosas todavía de las que no es culpable el cambio climático
Ya hemos escrito aquí sobre las dificultades técnicas que encarecen el reciclado de muchos plásticos. Y de que la mayoría de lo que tiramos al contenedor amarillo, acaba en una planta de recuperación que no recicla, sino que clasifica lo reciclable. Por eso, lo que no es rentable reutilizar, ya sabemos dónde acaba.
Las cuentas son claras: el 9% del plástico es reciclado. Y el resto termina en vertederos, incineradores, o flotando libremente y contaminando el medio ambiente.
Así las cosas, ¿qué hacemos? Además de quejarnos del cambio climático, habrá que usar menos plástico en nuestra vida cotidiana. Ya sabemos que quejarse es más fácil, pero a veces lo que nos salva es aceptar el reto de lo difícil. Porque en el fondo, el cambio climático somos nosotros.
La oportunidad que la decisión china nos ofrece, es muy interesante. Tenemos una alarma encendida en nuestro dormitorio. ¿Podremos dormir a pierna suelta? Para los que no puedan, un consejo: que aprovechen para entrenarse en invertir en instalaciones de reciclaje domésticas. Los más poderosos, que innoven todo lo posible en la fabricación de plásticos reutilizables de verdad. Y todos, a trabajar sin descanso contra el “usar y tirar”.
Las plantas de reciclaje del futuro deberán tratar una mayor variedad e nuestros plásticos. Y hacerlo mucho más rápido. Y en más lugares. Porque todavía hay muy pocas.
Ya vemos cómo las multinacionales más comprometidas, anuncian su intención de eliminar el plástico en sus líneas de negocio. Aplaudimos siempre el compromiso, que la queja nos enerva. Por ejemplo, los supermercados de Islandia eliminarán completamente su plástico dentro de tres años. Y lo que lo sustituya, será reciclable tanto si se elimina en casa como en la tienda
Y como a un nivel de decisión más elevado, se opta cada vez más por mejorar la gestión de residuos, adoptando soluciones “upstream”, de exploración y producción de hidrocarburo. Para mejorar el reciclaje, desarrollar materiales bio-benignos y diseños productos que generen menos residuos.
Por esa línea circula la Estrategia de Plásticos de la Comisión Europea del año pasado. Su objetivo es que en el año 2030, todos los envases de plástico que circulen por Europa sean reciclables. Además, pretenden reducir el consumo de plásticos de un solo y la “producción” de microplásticos.
Reduzcamos pues nuestro plástico con toda la energía que destinamos a quejarnos. El futuro del agua también será mejor si lo hacemos.
Lorenzo Correa
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