No decae el ritmo de noticias sobre la presencia de plásticos en nuestra vida y en nuestras aguas. Esa espiral sin fin de usar, tirar y volver a ingerir. La eterna cantinela del plástico en el agua. Del mar y del grifo. Y ahora, del tofu
Leemos ahora un nuevo informe de nuestros amigos de “Race for water”. Ellos continúan su periplo mundial, abanderados de la cruzada contra el plástico. Su barco ancló al este de Java. Pero no iban a ver ninguna película como aquella que en los años 60 dio a conocer tsunamis y volcanes exóticos. Esta vez, al este de Java, en Indonesia descubrieron
uno de los lugares donde el plástico llega, se almacena y se usa.
Uno de los cementerios de plástico más curiosos e inquietantes del mundo. Curioso, porque los plásticos están allí vivos, porque dan de comer a los habitantes de la zona. Inquietante, porque a los ojos de un humano sin carencias vitales y bien alimentado, la visión del mar de plástico produce desasosiego. Aunque quien se asuste, siga usando plástico continuamente.
Les contamos lo que los abanderados nos han contado. Va de fabricación de un alimento tan preciado como es el tofu. De lo que hacen al este de Java los indonesios con el plástico para fabricar esa cuajada elaborada a partir de leche de soja. La que los japoneses bautizaron como tofu. Y para poder comer cualquier cosa gracias a los plásticos que permiten cocinarlo cuando los queman.
Un auténtico y duradero tsunami de plástico está llenando Indonesia de desechos de todo tipo procedentes de decenas de países del mundo. Los que ya no tiene sitio bajo su alfombra doméstica para esconderlo. La materia prima es infinita, si hacemos caso al vaticinio del Foro Económico Mundial, que prevé que la producción de plástico se duplicará en los próximos 20 años. Además, solo se recicla un 30% en Europa, un 9% en EEUU y casi nada en casi todos los países pobres.
Ya hemos explicado aquí que, de los 8.300 millones de toneladas consumidas por los terrícolas en sesenta años, un elevadísimo porcentaje de residuos plásticos ha acabado en vertederos, disgregándose lentamente en micropartículas. Cuando decimos vertederos, nos referimos a los que se construyen para acaparar vertidos y a cualquier lugar de la tierra o el mar en el que se pueda tirar algo. Cauces, playas y lugares donde se celebran manifestaciones políticas, eventos artísticos o deportivos multitudinarios.
Causa vergüenza ajena comprobar el estado en que dejan los lugares elegidos para disfrutar o reivindicar algo, los reivindicadores y disfrutadores. Pero es así. Y por supuesto, todo va antes o después al agua. Mientras llegan, nos encontramos con que un 12% es incinerado. Casi siempre, para hacerlos desaparecer de la escena. Pero a veces, como en el caso que nos ocupa, para usarlos como combustible. Para hacer tofu, como en Indonesia.
Apreciado ya en el primer mundo, sobre todos por los veganos, que lo consideran como “su” carne. Su origen vegetal y su riqueza en proteínas le sitúan en los primeros lugares de ventas de los supermercados más “cool”. Su origen está en la soja, que necesita un metro cúbico de agua para producir entre uno y dos kilos de este pasto. Toda esa agua virtual necesaria para producir la base del tofu, se convierte en la leche de soja. Una vez coagulada, tendremos el tofu. Para obtenerlo, hay que evaporar esa agua…en este caso quemando plástico.
La fama del tofu no es simplemente una moda. Se basa en que las semillas de las vainas de soja que lo componen contienen un 40% de proteínas, el doble de las que tiene la carne vacuna o el pescado. Además, posee aminoácidos esenciales, los que nuestro cuerpo no puede sintetizar. Y también son ricas en minerales, calcio y pobres en calorías.
El agua y el fuego, protagonistas de la generación del tofu. Agua virtual en la soja. Fuego aplicado a la leche de soja que hay que hervir antes de coagular. Más agua para leche se coagule transformándose en cuajada. Y ya tenemos, como si fuera queso, nuestro tofu de fuego y agua. Y. como ahora veremos, también de plástico en Indonesia
Cuando la expedición de Race for water llegó al puerto de Surabaya, situado exactamente en el cinematográfico este de Java, recibió una “invitación” a visitar un lugar de interés para sus fines.
Y se acercaron al pueblecito de Bangun, situado en un escenario de ensueño, entre arrozales bañados por un río de aguas abundantes que discurren plácidamente por el entorno disfrutando de un exuberante paisaje. Pero si el viajero penetra en la zona urbana, la mágica sensación de una naturaleza viva desaparece. Porque todo el ámbito urbano es un enorme vertedero a cielo abierto de plástico y chatarra.
Tenía que suceder y ha sucedido aquí. China dejó de importar residuos plásticos de Europa y EEUU. Y aquí tenemos una parte de ellos.
Lo curioso del caso, es que los residentes están muy contentos con esta situación. No parece importarles que este alud de residuos pueda afectar a su salud o a la estética del lugar en el que viven. Es tan lucrativo el nuevo negocio, que la mayoría ha dejado de cultivar los campos, como tradicionalmente habían hecho sus ancestros. Porque las cosechas cuestan mucho de sembrar y de recoger y a veces se pierden. Sin embargo, la materia prima del nuevo negocio no deja de llegar. Es inagotable. Tanto como el consumo de envases de plástico de los que pueden pagar un agua de calidad o una comida envasada de confianza.
Lo cierto es que a todos ellos le sale más a cuenta dejar de cultivar sus tierras y acumular plástico desechado en ellas. Porque estos desechos plásticos tienen más valor que el arroz. El coste que les supone el contenido de un camión de basura puesto en su terreno es solo la mitad de lo que sacan por ella cuando la venden en las fábricas de tofu para quemarla como combustible. Además, entre la basura, siempre se encuentra alguna joya o moneda que sin querer fue a parar a ella. O chatarra o cable. Todo se vende.
Si usted viviera allí, ¿le importaría mucho saber de dónde viene el plástico o el estado del mar y los organismos contaminados por microplástico? Si su economía mejorara trabajando menos que en el campo, ¿no estaría feliz en contribuir a la fabricación del tofu, la carne de los veganos?
Sin embargo, hasta hace poco, el polo industrial de Bangun eran cuatro fábricas de papel. Como todas las de Indonesia, importan papel desechado para producir cartones de embalaje. Pero este menester ha pasado a una segunda fila desde que China dijo no al plástico de los demás. Y ahora ya llega mucho más plástico que papel, gracias a una relajada política de importación en Indonesia.
Lo que más choca es que existe un decreto del Ministerio de Comercio del año 2016, por el que los desechos de papel pueden entrar en el país sin estar sujetos a inspección por parte de las autoridades. Pero el resto de artículos de desecho, como la basura plástica, no pueden entrar. O sea que lo que vieron en Bangun los miembros de Race for water, no había llegado allí legalmente.
Por eso, solo se explica por la decisión de China. Tras ella, la marea plástica se dirigió a Indonesia, Malasia, Tailandia y Filipinas. En dos años, un incremento del 171 %
¿Significa esto que medio centenar de países están sorteando la ley aprovechando que sus acciones favorecen el desarrollo de la economía local? En poco tiempo conoceremos el coste para los residentes y para el entorno que les rodea.
No solo es el plástico foráneo el que llega a Bangun. Race for water nos cuenta que desde la década de 1970, las industrias papeleras encontraban con mucha asiduidad sus contenedores llenos de productos que ellos no vertían. Como no era viable devolverlos, porque no tenían dueño conocido, y era absurdo denunciarlo, decidieron clasificar su contenido y extraer lo que les interesara.
Como es habitual, el producto desechable de este segundo vertido, iba a parar el río. Que para eso está, dicen muchos. El cauce se convirtió en un enorme vertedero de plástico y como la necesidad obliga, los banguneses se acercaron a él para rebuscar por tercera vez.
Números cantan. En 1970, la fábrica de papel más importante de Bangun solo disponía de una línea de clasificación. Hoy tiene 7. Y de las 700.000 toneladas de papel que los 12 fabricantes de papel del este de Java importan cada año, el 40% es en realidad plástico.
Veamos por fin, porqué el plástico es tan rentable para los residentes. Las industrias papeleras producen un residuo que trituran, limpian y clasifican mediante baños sucesivos. Se quedan con la celulosa y con todo aquello que puedan vender fácilmente en el mercado.
Lo que queda, legalmente invendible, se lo llevan en camiones a tres pueblecitos cercanos. En ellos hay habilitado un solar accesible donde vierten su carga. Es el punto de reunión de los banguleses. Y en él comienzan a rebuscar y sacar el plástico que les asegurará el sustento.
Los que ya están instalados en una mejor economía, pagan a los camioneros para que les lleven a su casa la mercancía más apetecible.
Y todos, pobres y ricos, comienzan a rebuscar y a extraer lo que consideran combustible. Personas de todas las edades, géneros y condiciones se unen en una ceremonia casi ritual. Porque es la que les da de comer. Si hay plástico vendible a una industria de reciclable, lo celebran ruidosamente. Si aparece un anillo o una moneda o billete, el júbilo es general.
Y lo que ya no es elegible, se lleva a las fábricas de tofu. Y en ellas se vende a granel para alimentar sus hornos y hervir la soja. Ya nadie recuerda que fueran alimentados con madera. Eran otros tiempos. Ahora el plástico es más barato y rinde más.
Todos ganan, economía circular a tope. ¿Quién va a ir a doblar el espinazo y coger un buen reuma para cultivar arroz? Con el tofu, cada día entra dinero en casa. Haga sol o diluvie. No hay que temer al clima ni a las plagas. Ni adaptarse al precio de mercado, ni al empleo precario y discontinuo. Hasta enfermo, se puede seguir ingresando dinero en casa. Un chollo.
Para la industria del tofu, el plástico combustible es una bendición. Su bajo coste les permite importar soja de los EEUU o de China. Porque en Indonesia el grano local no es lo suficientemente lácteo. Economía circular, porque el plástico permite que los dólares vuelvan a la metrópoli a cambio de soja.
Los ricos consumidores velan por comer sano. Y están encantados con comer tofu de Indonesia. Pero este es un país superpoblado y necesitado de divisas, que ellos les proporcionan por mantener bien su salud. Su conciencia está tranquila y su colesterol controlado. Hasta que se enteren de cómo funcionan las fábricas de tofu en esa zona.
El tofu producido es de excelente calidad. Y los plásticos usados como combustible no tienen nada que ver con la calidad alimentaria del producto fabricado. Pero el humo que sale por la chimenea lo contamina todo. El alimento producido allí es muy bueno. Lo malo es que o el residuo que sale por la chimenea, lo que no es tofu, es terrible
Casi siempre, cuando todos parecen que ganan, el que pierde es el entorno. De las fábricas de tofu salen negros humos al este de Java. Es el nuevo Krakatoa en erupción. ¿A alguien le preocupa?
Les dejamos con el último párrafo de la crónica “negra” de Race for Water” tras la visita a Bangul:
“… Indonesia, al igual que muchos países asiáticos y africanos que recuperan nuestros residuos no reciclables, ya está inundada por sus propios residuos. Sin embargo, esta fuerza de trabajo trabajadora y eficiente podría ocuparse de los desechos locales.
Y reducir significativamente los vertidos que fluyen diariamente hacia los océanos, principalmente debido a la falta de infraestructura de gestión de residuos. Lo peor, es que todo vuelve a nosotros en forma de microplásticos en nuestros platos. ¿De quién es la culpa?”.
Lorenzo Correa
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¿Te interesa la gestión del agua desde la perspectiva del coaching?
Muy interesante. Gracias por hacernos replantear temas, Lorenzo!
A ti por leerlo. A mi me gusta mucho el tofu. Pero menos que haya que quemar plásticos para fabricarlo. Aunque entiendo que para los habitantes de la zona, sea un maná caído del cielo de nuestros envases. En fin, así de complicada es la vida. Y el agua ya sabemos que es vida
Magnifica publicación Lorenzo !
Muchas gracias Jordi. Un honor viniendo de tu parte