Cuando hay problemas de calidad con el agua doméstica, la desconfianza apunta con su dardo acusador a una diana: la de la privatización de la operación de la red. Casi todas las noticias sobre redes de agua potable de una gran ciudad con problemas cualitativos, destacan dos aseveraciones dogmáticas. La red es privada y los más pobres son los que más sufren esa explotación empresarial que solo persigue el ánimo de lucro. Hoy, en Río de Janeiro, se habla de esto. Los carnavales a la vuelta de la esquina y no hay agua potable. Vaya lío…en Río
Para acabar con la presunta explotación empresarial, se aduce muchas veces que es mejor una red operada por la administración local y que los más pobres están condenados a la enfermedad si consumen el agua de la red de su ciudad. La política y la gestión del agua íntimamente unidas de nuevo. Con o sin carnavales
Por supuesto que no en todos los casos es así, pero la opinión pública tiende a suscribir estas afirmaciones. De ello se deduce que para las opciones políticas “progresistas” siempre es mejor la gestión pública que la privada. Y que, por lo tanto, el enemigo a batir es la multinacional de turno. Un caso paradigmático que ya hemos tratado aquí es el de la boliviana Cochabamba. Como sucedió hace ya décadas, disponemos de la distancia temporal suficiente para emitir juicios fundados sobre si la gestión pública está siendo y fue mejor que la privada. Y en nuestro artículo están algunos de esos argumentos, por si alguien lo quiere volver a leer o quiere conocerlos si aún no lo ha leído.
Como este asunto no pasa de moda, volvamos desde el pasado al presente. Y observemos lo que está pasando hoy en Río de Janeiro, cuando llegan los carnavales. Hace algo más de un mes, en plena canícula carioca, la temperatura superaba los 30ºC en el termómetro. Además, la tropical humedad, incitaba a beber mucha agua para no deshidratarse. Aún así, las calles de muchos barrios faveleros, se llenaron de manifestantes.
Eran los residentes en la mítica Baixada Fluminense, esa agregación de municipios con forma de “gran favela con baches y muertos”. La algarada no era para protestar por las recurrentes infecciones por rotavirus de sus niños. Tampoco por los cientos de asesinatos mensuales que acaecen sin remedio en esa “jungla del asesinato”. Ni siquiera para recorrer los lugares en los que se ambienta la famosa telenovela Señora del destino, protagonizada por la actriz Susana Vieira. Ni mucho menos, para celebrar la llegada de los carnavales
Era para reclamar soluciones al sabor terroso, al olor nauseabundo y al turbio aspecto del agua que salía por los grifos de sus casas. Algo que no solo ocurría en las favelas, sino también en los barrios más agradables para el turista y el residente del oeste y norte de Río de Janeiro.
Pero, aunque ricos y pobres disponían de la misma ausencia de calidad del agua de sus grifos, los más pudientes tenían una solución paliativa. Comprar agua embotellada en el supermercado más cercano. Aunque duró poco, porque el precio del agua envasada comenzó a subir tanto más, cuanto más larga era la cola para comprarla.
Al cabo de unos días, todos los usuarios cariocas disfrutaban de la misma calidad del agua.Y comenzó la búsqueda de culpables. Comenzaron preguntando a la CEDAE, la empresa pública reguladora del estado. Y les respondieron que el culpable era una bacteria. La geosmina. Tan bello nombre, con ese sufijo griego “mina”, o aroma, nos transporta al “olor a tierra mojada”. Ese placentero olor que surge de la tierra después de llover.
El aroma a tierra debido a una molécula volátil que se evapora de las gotas de agua y se queda en el aire. Pero está producido por las bacterias del suelo y es una molécula a veces desagradable. Porque le da olor a tierra a los alimentos, o al vino…o al agua.
Desgraciadamente, en Río la situación sanitaria de los usuarios empeoró. Y los hospitales se llenaron de enfermos con náuseas y diarrea. Porque con la geosmina se unieron otras bacterias que pasaron los filtros de la potabilizadora, poco adecuados para ejercer bien su labor protectora. Y los carnavales, llegando
Las miradas se desviaron hacia la planta de tratamiento de Novo Guandu de Río. des ella, se abastece de agua a 9 millones de personas de los 12 que pueblan Río y su área metropolitana. Su director, unos meses antes alardeaba de que en la potabilizadora se hacía magia para convertir en potable el «agua» que les llegaba.
Imaginen la situación. Todo el mundo sudando a mares. Sin agua. Los más pudientes, vaciando el agua embotellada en los supermercados. Los faveleros, ingeniándoselas para beber y refrescarse. Los supermercados haciendo su agosto en enero, aunque aterrados por si se quedan sin existencias.
El comienzo del año escolar aplazado, con 1.500 escuelas públicas sin poder abrir por falta de agua. Y el fantasma de las consecuencias que, si todo sigue igual, pueden acarearse para la celebración, en marzo del carnaval más famoso del mundo, que atrae a millones de visitantes.
¿Se dan cuenta de la importancia de la gestión sostenible, seductora y adecuada del agua?
En ese momento, surgieron los críticos ilustrados alegando que «el problema de la distribución el agua es crónico, selectivo y político». Y por ello, unos beben siempre en botella y otros beben lo que sale del grifo cuando sale. O dejan de comer su arroz y su pollo para comprar agua. El conflicto estaba servido.La gente no estaba para carnavales en esta ocasión
Surgieron voces autorizadas, las de los expertos, clamando porque la vetusta empresa estatal que gestiona el agua se privatizara. Porque, entre otros, el gobernador Wilson Witzel declaró que las mejoras imprescindibles para el funcionamiento correcto de la potabilizadora de Guandu solo serían viables después de la subasta pública de CEDAE.
Pero este antiguo aliado del Presidente Bolsonaro, es criticado por dejar languidecer la planta potabilizadora para así poderla privatizar. En cualquier caso, a primeros de febrero, la Agencia Ambiental impuso a CEDAE una sanción de 24.000 dólares por no hacer públicos los resultados analíticos de la presencia de geosmina en la planta. Aunque todo el mundo intuye que el problema procede de los vertidos aguas arriba de la potabilizadora de aguas residuales no tratadas.
Y el problema se complicó. Además de tener una agua horrible en casa, o no tenerla, en la calle había manifestaciones de los que exigían su derecho constitucional al agua potable. Y proclamaban a los cuatro vientos su oposición radical a la concesión de la operación a una empresa privada. Porque eso aumentaría la desigualdad. Y cuando parecía que las geosminas y el director desaparecerían del mapa filtrando con carbón activado, resultó que, unos días más tarde, hubo que parar la planta durante 14 horas y suspender el suministro al detectarse en el agua tratada niveles alarmantes de detergente, de origen desconocido.
Afortunadamente, CEDAE publicó rápido resultados tranquilizadores sobre el bajo nivel tóxico del misterioso detergente encontrado, pero esto no sirvió para rebajar la desconfianza del usuario. Solo para, con la gracia innata de los cariocas, bromear diciendo que el gobernador consiguió limpiar las geosminas echando detergente al agua.
Además de las bromas y del miedo, planea sobre Río de Janeiro el eterno debate de la privatización, con sus huestes enfrentadas, aquí como en todas partes. Siempre suele aparecer algún relator de la ONU sobre el derecho humano al agua y al saneamiento, indicando que la privatización de la operación de la red de agua puede agudizar las desigualdades. Porque las tarifas subirán y, además, el operador invertirá en los barrios donde sepa que va a cobrar seguro.
A esta reflexión le sigue una agobiante pregunta: ¿Cómo se puede privatizar algo que debería ser accesible para todos, independientemente de su clase social?» Aunque para responder pocas veces e alega que alguien tendrá que pagar la gestión y operación de la red. En este caso, hay políticos que responden favorablemente a la privatización.
Y aquí decidieron eliminar al director financiero de la empresa. Aunque él ya arrastraba acusaciones de delito ecológico desde el año 2015. Vienen del colapso de las balsas de acumulación de residuos mineros de hierro de Bento Rodrigues, cerca de la ciudad de Mariana. En él fenecieron 19 personas y el agua de la ciudad y de los municipios de la cuenca del río Doce, quedó muy contaminada.
Pero ese cese no resolvió el problema. Porque es muy complicado hacerlo, hasta en la ciudad de los carnavales. Parece mentira cómo afecta a todos los estamentos sociales la mala gestión del agua. Y lo que cuesta solucionarlo. En solo un mes y medio, en Río de Janeiro, se ha liado muy gorda. Por arriba, hay políticos involucrados y empresas públicas que se derrumban. En la parte media, hay supermercados buscando agua envasada al precio que sea y familias enteras comprándola. Por abajo, hay ciudadanos que no pueden comprar agua bendita. Por eso, beben lo que hay. O buscan manantiales para saciar su sed e higienizarse.
Y por todos los lados, planea la amenaza de la afección a los carnavales. Para los pobres y la clase media, la manera de ser felices por unos días sin casi salir de casa. Para los ricos una forma de aumentar su negocio. Y para los políticos, un escaparate para conseguir votos. Y todo peligra aparentemente por unas algas y unos detergentes. Aunque en el fondo, el problema es continuar gestionando el agua sin resolver los problemas de las redes de saneamiento. Pan para hoy y hambre para mañana
Por su parte, los colectivos sociales siguen confiando en que las movilizaciones populares conseguirán alejar la amenaza de la privatización. Y responsabilizar a las autoridades públicas, exigiendo a la vez sus derechos. Porque todo depende de la política. Y ella, en Río de Janeiro, se traviste de necropolítica.
El concepto de necropolítica, definido por el filósofo camerunés Achille Mbembe en 2006, surge allá donde el Estado puede decidir quién vive mejor y quién peor. Como en Río de Janeiro. Porque aplicando una determinada política en un lugar u otro, se consigue. Y así se debilita a la sociedad perjudicada, que tiene cada vez menos poder de movilización, menos fuerza. Quizás por esta razón, los acalorados, sedientos y faltos de higiene cariocas no hayan salido aún más a la calle. Quizás será porque no tienen ánimos para protestar de verdad contra el «agua» que sale de sus grifos.
Por eso algunos creen que esta crisis del agua es un capítulo más en la necropolítica del debilitamiento social. Muy lamentable es contemplar y sufrir la degradación favelera con su carga de muerte asociada. pero aún lo es más si se restringe el acceso de sus habitantes al agua bendita.
Y por eso, algunos también ven en la anunciada privatización de la operación del agua potable un paso más en la denegación de un derecho humano. El de acceso universal al agua. Como siempre ocurre, hemos llegado a los dominios de la desconfianza. La gente está convencida de que el mensaje de las alturas que liga la solución del problema a la privatización, también es necropolítica. Y esto es terrible. Sobre todo, porque la mayoría delo que lo creen, ya han pasado por un hospital o sobrellevan su diarrea como pueden. Solo les queda hervir el agua, o buscar un manantial. Al final, acaban eligiendo entre una botella de agua mineral y una feijoada. Porque no tienen dinero para ambas cosas.
En la Montaña Mágica, Settembrini, el humanista y bocacciano “uomo letteratto”, proclama su visión de la moderna ciudad europea. Era en 1924. “Tome nuestras grandes ciudades como símbolo, esos centros y hogares de la civilización, esos cráteres de pensamiento. En la medida en que el terreno sube de precio, en que el malgastar el espacio se convierte en una imposibilidad, el tiempo, ¡fíjese!, se convierte una vez más en una cosa preciosa. ¡Carpe diem!. Es un ciudadano el que ha cantado así. El tiempo es un don de los dioses prestado al hombre para que de él saque un partido útil, ingeniero, al servicio del progreso de la humanidad.
Comparen este párrafo con la idea de la necropolítica ciudadana. Y aún no han pasado cien años desde que Settembrini hablara y Thomas Mann escribiera. La gran ciudad, hoy Río de Janeiro, ¿puede pasar de ser símbolo y cráter del pensamiento, a ser sede de la necropolítica?. Reflexionemos sobre ello con el ejemplo de hoy. El tiempo que queda para alcanzar el futuro del agua, debe ser tomado como don de los dioses. Y ponerse al servicio de la humanidad.
Para que los primeros en morir cuando hay crisis del agua no sean los que no tienen el dinero para pagar el hospital. Ni saneamiento básico. Tampoco los que deben elegir entre comprar comida o agua envasada.
Porque lo cierto es que, hoy, en Río de Janeiro, una especie de necropower podria estar decidiendo a quien se le aporta agua bendita. También a quien se le limpia unan vez usada. La realidad es terca, en este sentido. Municipios muy poblados de la Bajada Fluminense lo muestran en toda su crudeza. Belford Roxo, Nova Iguaçu y São João de Meriti. Son tres de ellos, con más de millón y medio de habitantes. Y los tres están ocupando puestos destacados en el ránking de los diez municipios peor saneados de Brasil.
Sin embargo, Copacabana, Ipanema y Leblon, con sus exclusivas playas y solo 250.00 habitantes, disponen de excelentes redes de saneamiento. Sin olvidar un concepto nuevo, como es el del “racismo ambiental” que se va asentando en Río. Allí, las mujeres de raza negra son las que más padecen las carencias en el saneamiento. Porque a ellas les toca limpiar y por ello son las que más están en contacto con el agua residual. Enfermedad y muerte es la secuela.
La cara más sombría de la periferia de la gran ciudad del siglo XXI que quiere ser “smart city” está en sus favelas. La más brillante, en sus carnavales. Un dron nos mostraría imágenes impactantes. Por ejemplo, tuberías aparentemente gemelas se entrecruzan por las calles. Imposible saber cuáles son de agua bendita y cuáles de aguas residuales. Basura arrojada a los cauces que bajan raudo al mar. Niños bañándose en ellos, sorteando esa basura.
Contaminación omnipresente, con o sin geosmina. Imposible saber cuándo se podrá beber agua del grifo con confianza. La llamada “Carioca Mad Max”, asediada por necropolítica, contaminación, vilolencia y pobreza. Y todo ello, en vísperas de los carnavales. O agua o plomo. No se sabe cuál es más letal.
Una reflexión para el futuro del agua. Hecha desde un cráter del pensamiento. El de la gran ciudad de los carnavales más famosos del mundo
Lorenzo Correa
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