Del grupo de poetas que componen la pléyade argentina del siglo XX, llamamos hoy a capítulo a José Pedroni. Tiene que formar parte de nuestra galería de poetas acuáticos. Por varios motivos. El primero, su indiscutible categoría literaria y humana. Y el último, porque su primer libro, publicado en 1923, tenía por título “La gota de agua”.
Título que elegimos como poema de hoy y que proyectamos sobre las gotas que nos dan la vida. Las que nos aclaran el horizonte desde donde avizoramos el futuro del agua.
Son gotas que aportan frescura. Y que alivian nuestra sed de saber. Pero, sobre todo, nos animan a seguir investigando entre los poetas acuáticos. Para elegir sus poemas de homenaje al agua.
Y esas gotas, las almacenamos una a una. Poema a poema. Así, disponemos de un mágico embalse de emociones cada miércoles. Y cada semana, inauguramos uno nuevo. Hoy, les invitamos a visita el embalse Pedroni y a solazarse entre sus gotas de agua
Poeta heterodoxo entre los de su generación, humilde entre los humildes, José otorgó el protagonismo de su obra poética a resaltar la sencillez y la belleza de la vida armónica y sin muchas pretensiones del obrero, de la esposa amada, los hijos y la tierra.
No en vano dedicó a su segundo hijo sus mejores poemas, no en vano el gran vate Leopoldo Lugones le bautizó como “el hermano luminoso”. Y en su luz, nos enseñó que de la misma manera que el agua es de todos porque no es de nadie en particular, él no escribía para todos, porque entonces no escribiría para nadie en particular, ni siquiera para sí mismo, porque como a los lectores no les interesa conocer los problemas del vate, se habría elegido al peor receptor de la poesía.
Él, como también los que nos preocupamos por la mejor gestión posible del futuro del agua, escribía directo al corazón de la persona y lo condensaba todo en algo tan pequeño, pero tan infinito como una gota de agua.
La que hoy nos ofrece
Lorenzo Correa
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