La aparición de la pandemia y su rápida extensión por todo el orbe ha supuesto un auténtico desbarajuste en todos los aspectos. Sociales, económicos, higiénicos y
sanitarios.. El miedo ha dado paso al pánico y éste a la ansiedad. Las zonas de confort han visto saltar sus límites por los aires. Y aquí estamos. Lidiando el toro que nos ha tocado en suerte como buenamente podemos. Llorando a nuestros muertos y a los de nuestros allegados. Defendiéndonos con uñas y dientes, jabón y lejía del enemigo invisible. Se abrió la caja de Pandora. Protejamos la esperanza y aprovechemos esa zona de pánico en la que residimos para aprender para el futuro.
Mientras tanto, tenemos que seguir escribiendo sobre el futuro del agua. Y hoy lo haremos con una miscelánea de realidades que están sucediendo con los productos que consumimos. Tanto los que necesitan agua dulce para generarse como los que crecen y se pescan en agua salada. Los productos que ingerimos, que agua son y del agua vienen
Comencemos por el campo. Por esas enormes superficies en las que los regantes usan el agua para producir frutas y verduras. ¿En qué ha repercutido allí la pandemia?
En mucho. El desbarajuste producido en las líneas de producción, ha provocado que frutas, huevos, verduras y leche dejen de tener salida en el mercado y no puedan abandonar su lugar de producción. Agua virtual desperdiciada. Producto acabado, directamente desechado y esparcido por los campos para que en ellos se pudra. En el caso de la leche, severa contaminación en el cauce en el que se vierte
La causa principal es que la pandemia ha supuesto una disminución brutal o total en los pedidos de bares, colegios, universidades, hoteles y restaurantes. Y esos pedidos no enviados son los que se pudren en el campo o contaminan el río. Porque por culpa de la pandemia, ya no tienen comprador. En EEUU, Florida y Arizona no han tenido más remedio que dejar pudrir sus cosechas, verter su leche y esparcir por el campo los huevos de gallina. Enormes pérdidas económicas e ingentes volúmenes de agua virtual desperdiciada.
El reto está en hacer coincidir la oferta con la demanda. Y no es nada fácil, por ahora. Hay soluciones paliativas, como donar productos a los bancos de alimentos. ONG’s y otras organizaciones de beneficencia. Cualquier cosa mejor que tirarlos directamente. Pero las frutas y verduras perecederas, no pueden aguantar mucho tiempo para ser consumidas en buen estado. Y hay que transportarlas, aunque se regalen
Además, tampoco pueden ser enviadas a otros expendedores más necesitados como supermercados o tiendas de alimentación porque todo está preparado para envasar, etiquetar y empaquetar de la manera que el comprador tradicional exige y necesita
Imaginen el impacto que sobre un cauce puede tener el vertido del 7% de la leche producida y no vendida. O la infiltración y escorrentía derivada de l vertido de fertilizantes y lotes de engorde
La leche cruda sin pasteurizar reduce los niveles de oxígeno hasta producir una enorme mortandad de peces. Los acuíferos, también se llevan su parte y se contaminan sin remisión
Si nos desplazamos al mar, veremos que la pandemia está afectando también en estos aspectos a la industria pesquera. La demanda de mariscos por parte de los restaurantes prácticamente ha desaparecido. Y el impacto de tener una gran parte de la flota amarrada en el puerto, es económicamente devastador. Tripulaciones sin trabajo y por ello sin ingresos, empresas de suministros sin nada que servir, combustible que no se gasta y equipos de mantenimiento sin nada que reparar ni reponer. La ruina absoluta.
Por supuesto que todo esto tiene una componente positiva. El mar, esquilmado, contaminado y explotado, está respirando gracias a la pandemia. Y en esta pausa obligada, los que piensan, tienen tiempo suficiente para diseñar y planificar una manera más sostenible y eficiente de equilibrar la extracción de recursos pesqueros con las necesidades alimenticias de la población.
Porque hasta un tercio de las pesquerías se estaban explotando al límite, sin futuro inmediato de supervivencia. Ese atún rojo del Pacífico tan apreciado en Europa y en Asia, ha llegado a tener una presencia testimonial en nuestros mares, pues el 97% ha sido extraído de su hábitat y enviado a los mercados, conserveras y restaurantes. Si añadimos los efectos del calentamiento global sobre nuestros mares, obtendremos además una disminución de zooplancton, con la consiguiente repercusión sobre la alimentación de los peces.
Como suele ocurrir, no hay mal que por bien no venga. Por eso, la esperada “congelación” de las labores pesqueras a los ritmos normales hasta hace unos meses, durante un año, permitirá desovar a los peces tanto, que muchas especies notarán una franca recuperación de efectivos.
Los viejos del lugar recuerdan que durante la Segunda Guerra Mundial, la pesca se redujo hasta un 80%. Los bacalaos y sus parientes los eglefinos o merlanes se recuperaron bastante. Lo mismo sucedió con otras muchas especies. Esperemos que muy pronto podamos saber qué ha pasado esta vez y cuál ha sido la repercusión real de la pandemia tanto en las pesquerías costeras, las más esquilmadas, como en los bancos de alta mar en los que las flotas procesan el pescado recién extraído. Ahora, con la pandemia, la vigilancia es menor. Cuidado con ese detalle.
Y esperemos también que las lecciones aprendidas en esta ocasión sirvan para mejorar las explotaciones y preservar las especies. Ahora, los buques ya están obligados a emitir menos azufre por sus chimeneas y a tratar las aguas de lastre. Ojalá que la tercera pata del taburete esté equlibrada para evitar volver a tropezar en los mismos obstáculos del pasado
Otro aspecto remarcable de las secuelas de las pandemias es su propagación por el agua. Del mar, por supuesto. No hemos visto ningún modelo que reproduzca las rutas marítimas que siguen los buques, pero no podemos dejar de pensar que los buques han sido un vehículo muy importante en su propagación.
Por la prensa hidráulica sabemos que utilizando inteligencia artificial puede reconstruirse la ruta de propagación de una pandemia y situar los lugares en los que puede aparecer. La prensa informa que la empresa canadiense Blue Dot, usando inteligencia artificial, había descubierto lo que se conocería como COVID-19, nueve días antes de que la OMS publicara su declaración alertando a las personas sobre la aparición de un nuevo coronavirus.
Habían investigado el SARS hacía 17 años, y vieron sus similitudes. Y publicaron su angustia. BlueDot predijo que el virus del Zika se propagaría a Florida en 2016, seis meses antes de que ocurriera. Su software “clavó” cuándo el brote de ébola de 2014 dejaría África occidental.
Y siguen pronosticando lo que va a hacer la meningitis, la fiebre amarilla y el ántrax. Todo, usando inteligencia artificial. El lema de la empresa es que “aunque los seres humanos se olviden fácilmente de una enfermedad, nosotros podemos tener una máquina continuamente vigilando todo lo que está sucediendo».
En cualquier caso, no rastrean las rutas de los barcos, aunque sí lo hagan con las de los aviones. Pero la revista canadiense Hakai, que desde 2015 divulga científicamente a la sociedad los temas ambientales que afectan a las costas, publicó un informe responsabilizando a los buques de la propagación de cada pandemia, al menos desde que la Peste Negra devastó Europa a mediados del siglo XIV
Informan que más de 1.100 buques partieron de Wuhan, origen supuesto del virus, en las dos primeras semanas de enero. No es extraño ese enorme tráfico, porque Wuhan es conocida como la ciudad de los ríos, por confluir allí el río Han con el Yang- Tsé. Por eso , con tan importantes vías navegables, los buques atraviesan la ciudad sin pausa. Y hacen que sea una vía fundamental para el tráfico fluvial de China.
Así las cosas, los buques, desde un modesto ferry lleno de turistas ( así llegó a España el primer caso de coronavirus), hasta un portaaviones nuclear, también ayudan a propagar virus por el mundo. Por eso habrá que introducir estos aspectos en los modelos de propagación de epidemias. Y eso es lo que ya está haciendo United Nations Global Pulse en colaboración con Katherine Hoffman Pham
UN Global Pulse trabaja con datos digitales para entender mejor los avances en el bienestar humano y saber hasta qué punto funcionan las acciones políticas que pretenden mejorarlo. Sus Pulse Labs operan en Yakarta, Indonesia, Kampala, Uganda y Nueva York en la sede de la ONU. Por su parte, Katherine Hoffman Pham, trabaja en estudios de movimientos de migrantes y refugiados utilizando inteligencia artificial. Y usa los datos obtenidos para medir la demografía en el mundo en desarrollo; y el uso del aprendizaje automático para la inferencia causal. Gracias a ella, se puede extraer una conclusión sobre una conexión causal basada en las condiciones de ocurrencia de un efecto. Y se hace analizando la respuesta de la variable del efecto cuando se cambia la causa.
Cambiemos radicalmente de tercio y analicemos uno de los fenómenos más curiosos del inicio de la pandemia. El desaforado desvalijamiento de las estanterías de los supermercados de las existencias de papel higiénico. En realidad, lo que las personas acumulaban era un antídoto contra el pánico.
Como ocurrió con la pesca y los productos agrarios y ganaderos, los rollos destinados a a hoteles, colegios y restaurantes dejaron de venderse y solo se consumió papel higiénico doméstico. Y las fábricas tienen dos líneas de producción. Una de papel más glamuroso y denso y otra más delgada, “de andar por casa”.
Ha costado mucho que las fábricas se concentren en un solo modelo de producción y envasado que pueda llegar a los expendedores en el menor tiempo posible. Se preguntarán qué tiene que ver todos esto con el futuro del agua. Pues bastante, porque este problema ha disparado las ventas de bidés, adminículos que poco a poco habían ido cayendo en desuso.
Pero que, sin embargo, son mucho más sostenibles, porque además de reducir la necesidad de papel higiénico, con su carga de agua virtual, son más eficientes en el consumo de recurso. Aunque muchos no lo crean, gastan solo medio litro de agua por servicio. Mientras que se necesitan 140 litros de agua para fabricar un rollo de papel higiénico.
Y el bidé reduce en un 75% el gasto de papel. Ahorrando la tala de los 400 árboles que una persona necesita para cubrir sus necesidades de papel higiénico durante toda su vida.
Además, el bidé reduce las erupciones cutáneas, hemorroides e infecciones urinarias. Y evita el uso de las temidas y nefastas toallitas húmedas, el monstruo de las alcantarillas
Acabemos nuestra miscelánea echando un vistazo a nuestro querido y estudiado río Ganges. ¿Cómo le va durante la pandemia? Como era de esperar, el confinamiento casero y el cierre de industrias ha supuesto un enorme beneficio a la calidad de su aguas. Una mejora calculada en un 50%. Medida desde que, el 24 de marzo, el primer ministro Narendra Modi anunció un cierre de 21 días a causa de la pandemia. Y es que, la décima parte de la contaminación fluvial procede de las industrias
Además, a mediados de marzo llovió bastante, con la consiguiente mejora cualitativa adicional que se produce cuando los caudales naturales se incrementan con agua limpia
En nuestra querida Benarés, la gente, tan cercana emocional y físicamente al río, está feliz. Porque ven un agua tan limpia como no conseguían recordar. Aunque en la India están acostumbrados a que las epidemias les visiten cada año (dengue, malaria, tifus…), no podemos olvidar algo muy importante en este caso. Solo el 26% de la población se lava las manos antes de dar de comer a sus hijos. Y en India se come con las manos. Menudo reto para prevenir el virus.
Pero hoy el agua del Ganges se ve limpia. La gente no se baña en los ghats. Al menos, acabemos con una noticia positiva, se sienten felices mirando el agua limpia en el río. ¿Aprenderán algo para el futuro?
Lorenzo Correa
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