Impactante frase de Plutarco, atribuida a Pompeyo, la que brilla en nuestro epígrafe. Nos lleva al camino de los cisnes, aves que cantan por única vez justo antes de morir.
Saludamos hoy a un poeta modernista, acogiendo sus versos en nuestra biblioteca poética del agua. Porque nos traen el rumor del oleaje que el viento encrespa en un mar bravío que nos señala, precisamente, el camino de los cisnes.
Ricardo Jaimes Freyre, tan peruano como boliviano, hace tronar su pluma con el símbolo del cisne. Esa alegoría del ave celeste en la que se encarnan todos los que desde el otro mundo quieren volver al nuestro. Y para ello, recorren el camino de los cisnes. Ese es el título del poema de Jaimes Freyre. Dos cisnes flanquean la barca solar que recorre el celestial océano.
Así flanquearon a la poesía modernista Rubén y él. Solo se diferenciaban en una pasión crítica mucho más acendrada en Ricardo. Ambos cisnes surcan aguas tormentosas, sortean olas gigantescas. Porque no es fácil volver a la vida tras alcanzar el supremo principio. Y el de Ricardo nos dice «de lo desconocido vivo y le entrego mi gratitud posada en el mar.»
Rizadas olas agitan las aguas del camino de los cisnes. Los héroes lo recorren ufanos, porque ellos ya no le temen al agua. Y el poema describe la vía acuática que lleva a los reinos de Lok. El dios terrible del caos y la discordia espera al héroe al final del camino de los cisnes para convertirle en semidiós, si supera la prueba del oleaje venciendo las inclemencias del tiempo para llegar al espacio mítico.
Lok es incontrolable como las avenidas y las galernas. Pero sabe rectificar sus desastres acometiendo grandes proezas. Además, como el agua, a veces es hechicero, cuando genera espejismos de oasis en el desierto y cambia formas, cuando modela el paisaje a su antojo.
Por eso es fuego también y genera conflictos. Como el agua. Hoy, aquí, el cisne reemplaza al poeta. Su canto solo se produce en el instante previo a la muerte. Entonces el poeta escribe versos inmortales. Y siempre con el agua como sustento.
Lorenzo Correa
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Una respuesta a “Vivir no es necesario. Navegar, sí. El camino de los cisnes”