El agua del océano une a todos los países del mundo que no pueden comunicarse por vía terrestre. Por eso, los mares son los protagonistas de la comunicación mundial. Mucho más en tiempos de pandemia. Los puentes oceánicos, al revés que los terrestres, cruzan tierra en lugar de agua. Uno de ellos es el Canal de Panamá. Y ahora adquiere un protagonismo mayor si cabe porque está facilitando el transporte de las vacunas COVID 19.
Para ello, se han integrado en la iniciativa del Grupo de Acción de la Industria del Transporte y la Cadena de Suministro (SCT) del Foro Económico Mundial. El reto es conseguir una distribución global inclusiva, segura y sostenible de las vacunas. Ya son 18 empresas de la industria del transporte las que utilizan a vía marítima para que los sectores público y privado distribuyan la vacuna contra el virus de la pandemia.
Una vez más se pone de manifiesto la importancia de la economía oceánica para enfrentar el desafío humanitario que ha supuesto y supone el conseguir que la pandemia remita.
Este podría ser un ejemplo actualísimo y muy representativo de cómo el uso humano de las aguas y de los habitantes de los océanos puede beneficiar a las personas, al medio y a la economía. Así se establece una nueva y potente relación entre el océano y la humanidad. Pero esta relación incrementará su fortaleza solo si se basa en la creación de un modelo equilibrado para la gestión del océano. Y este modelo se debe apoyar en tres pilares fundamentales: Protección oceánica efectiva, producción sostenible y prosperidad equitativa.
El resultado de los trabajos del Panel de Alto Nivel para una Economía Oceánica Sostenible (Ocean Panel), del que ya hemos explicado en estas páginas su composición, países miembros y objetivos, lo demuestra.
Partamos de la base de que la importancia del océano no solo es clave para la preservación de la salud humana y planetaria También lo es para la seguridad climática y alimentaria. Además de para los empleos locales y para la economía global. Pero todas estas variables solo pueden subsistir si la salud del océano es excelente. Por eso, desde el seno de los mares surgen soluciones para muchos problemas globales. Siempre y cuando, sus aguas estén sanas.
Una de ellas, sería la producción de energía limpia lejos de tierra firme. Otra, el suministro de alimentos saludables que proporcionan los manglares o las algas. Hay muchas más y más habrá cuanto más se fomente la producción sostenible de los océanos, mediante una gestión eficaz, coordinada y eficiente.
El océano atrae al ser humano. Por eso, cerca de la mitad de la población mundial habita a menos de 150 km del litoral marítimo. En ese hinterland que engloba la zona de influencia del océano. Aunque son ellos los que más disfrutan y utilizan sus recursos, el resto de la población también depende del océano hasta para respirar. Y el transporte marítimo es también fundamental en nuestras vidas, porque el 90% de los productos se mueven flotando sobre el mar. De ahí la importancia de la economía oceánica que ya hemos puesto aquí de manifiesto. Porque por el mar se mueve dinero, mucho dinero. Del orden de billón y medio de dólares al año.
El problema es que hasta hace relativamente poco, existía la creencia de que el mar, tan inmenso, lo aguantaba todo. Y nadie se preocupaba de cuidarlo. Por eso en este siglo, nos toca ocuparnos de la buena gestión del océano. Que es también buena gestión del agua. Porque hay que enfriarlas, reducir su acidificación y detener el agotamiento y deterioro de los recursos que en ella habitan y moran. Distribuyéndolos con equidad.
Para lograrlo, debemos hacer de este siglo el de la economía oceánica sostenible. Ese es otro de los grandes retos del futuro del agua, que debe abordarse aplicando soluciones oceánicas que beneficien a las personas, a la naturaleza y a la economía. Utilizando el océano con la inteligencia que da un enfoque integrado, siempre mejor que el sectorial al uso.
Los cinco pilares que sustentan este enfoque son:
- La toma de decisiones debe fundamentarse en el uso de datos abundantes, fiables y contrastados
- Una planificación orientada a objetivos
- La innovación, como principal herramienta que consiga atraer y movilizar la inversión, eliminando el riesgo financiero
- La finalización de los vertidos incontrolados tierra-mar
- Una la economía oceánica que base su contabilidad en el verdadero valor del océano
El objetivo a 30 años es multiplicar por 6 la producción de alimentos, por 40 la generación de energías renovables y aportar una reducción del 20% a la disminución de gases de efecto invernadero. Será así, si el océano está sano. Y nos ayudará a mejorar nuestra salud y a conseguir que nuestro nivel de vida aumente.
Por eso hay que dejar de creer que es una víctima de nuestros descuidos, para observarlo como la solución a muchos de nuestros problemas. La protección y la explotación de recursos deben ir de la mano, como buenas hermanas que se cuidan y auxilian mutuamente.
Entendamos de una vez que el océano es el gran regulador de nuestro planeta. Porque produce la mitad del oxígeno y absorbe el 93% por ciento del calor antropogénico, el que producimos nosotros. Y así modera la temperatura del globo al reducir el diferencial de calor entre los polos y el Ecuador.
Además, también es la base de la economía mundial, porque la economía oceánica da trabajo directamente a 237 millones de personas que se ganan la vida con la pesca, la maricultura y el procesamiento de productos oceánicos. Indirectamente son aún más los trabajos generados en puertos, transporte, astilleros, energía mareomotriz o eólica marina y turismo.
Sin olvidar a los 3.000 millones de personas que se alimentan de sus productos, cuya huella ambiental es muchísimo menor que la de los alimentos terrestres. Recordemos que la huella ambiental es la medida del impacto ambiental que genera un producto o servicio a lo largo de su ciclo de vida. En resumen, un océano sano produce alimento, placer, bienestar, energía y trabajo. Y puede llegar a producir recursos aún ignorados que esconde en su seno como un tesoro oculto.
Para su preservación, lo mejor es aplicar la regla de las tres “P”: protección efectiva, producción sostenible y prosperidad solidaria. Y que cada “P” interactúe con las otras dos. ¿Cómo lograr una producción sostenible? Desarrollando un sector pesquero respetuoso con el medio. Potenciando una acuicultura competitiva y respetuosa también con el entorno. E impulsando la biotecnología marina mediante innovaciones marinas y marítimas. Si su producción es sostenible, generará prosperidad.
No se trata de prohibir el acceso al mar, sino de restaurarlo y mantener su salud. De esta manera, las actividades oceánicas podrían reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero en hasta 4 mil millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente en 2030. Y en 11 mil millones de toneladas en 2050. Lo que emiten 2.500 millones de automóviles o todas las centrales térmicas de carbón del mundo
Conseguirlo pasa, entre otras actuaciones, por reducir al máximo los vertidos procedentes de la tierra. Plástico, fármacos, y nutrientes, llegan al mar, sin muchas barreras que se lo impidan. Levantemos una. La del fomento de la economía circular. Mediante el impulso a la regeneración y reutilización del agua doméstica e industrial. También de la que colapsa el drenaje urbano cuando llueve mucho. Si esta actividad se potencia, habremos elegido el camino adecuado. Un ejemplo sería que los regantes produzcan cada vez menos escorrentías en sus zonas regables. Así se mejorarían los suelos y la calidad el agua que discurre por los cauces.
Otra cuestión a abordar de importancia es el establecimiento del nuevo paradigma de la pesca marítima. Porque hoy en día es evidente que hay muchas embarcaciones para tan pocos peces. Y que los extraen en muchos casos sin mesura, ineficientes y con técnicas anticuadas y muy lesivas para el medio.
Además, el producto extraído no es exclusivamente el que se desea pescar. Porque con él van mezcladas muchas especies que no son las que el pescador está buscando. La consecuencia es que el rendimiento pesquero es cada vez más bajo. Y que si la pesca se realizara de otra manera, más inteligente y amable con el océano y su habitantes, la producción podría aumentar en una quinta parte más de lo que ahora se extrae.
También se va imponiendo otra forma de pescar, la que nos ofrece la maricultura en granjas marítimas. La agricultura produce casi 10 millones de toneladas anuales de productos, la mayoría plantas. Y se pretende que estas cifras se incrementen en el futuro. Pero consume fertilizantes, tierra y agua. Sin embargo, la producción acuícola es hoy solo un 1% de la agrícola, mientras que el 70% de la superficie del planeta es agua.
Por eso el potencial de la maricultura es inmenso. Como ejemplo, el Proyecto Desierto Verde (Green Desert Project, GDP), del que ya hemos escrito aquí promueve, entre las opciones para reverdecer el Sahara, el transporte por gravedad de ingentes volúmenes de agua marina del Atlántico hasta shebqhas del Sahara. Las shebsqhas son lechos secos lacustres, situados a cotas inferiores al nivel del mar, con superficies medias de 100 km²
El proyecto propone producir simultáneamente y de manera sostenible varias especies de peces, crustáceos, moluscos, macroalgas, cultivos acuáticos adicionales, cultivos de acuaponía, biogás y energía hidroeléctrica. El efluente salino, se almacenaría en depósitos de “agua verde” de microalgas, capaces de alimentar a los camarones, a peces planctívoros, moluscos y aves. El residuo de salmuera se evaporaría en los fondos de shebqhas, para recuperar la sal marina, pudiendo llegar a una producción de 105 toneladas/km² anuales y humidificando el aire del desierto. Así se expandiría la maricultura sin alimentación.
Por su parte, ostras, mejillones y algas marinas pueden aumentar mucho la producción de alimentos nutritivos, sin afectar casi al océano. También hay que mejorar la pesca salvaje, creando hábitats artificiales y zonas de cría de peces. No podemos seguir desperdiciando un tercio de lo que se pesca, tirándolo directamente sin incluirlo en la cadena de valor. Porque si se evita, se podrá aumentar el consumo sin elevar la producción
Además de alimento, el océano es una fuente casi inagotable de energía renovable. Las turbinas eólicas marinas tienen un futuro esplendoroso. Por último, hay que impulsar el desarrollo de generadores de energía oceánica aún en pañales. La mareomotriz, la undimotriz, la osmótica del gradiente salino, la de las corrientes y la maremotérmica.
Aunque no generan impactos ambientales, ni casi visuales, su inconveniente es que nos obligan a luchar contra la condiciones de hostilidad del ambiente marino. El embate de las olas y la corrosión. Para ganar la batalla, hay que implementar herramientas de transporte de la energía a tierra, aportando grandes inversiones. Por eso aún está en mantillas.
Pero no hay que desanimarse. Porque las inversiones en el océano son altamente rentables. Como ejemplo el de una inversión de 2.8 billones de dólares de hoy. Si se destinan a las cuatro soluciones sostenibles basadas en el océano, producirían enormes beneficios. Invertir en conservación y restauración de manglares, en descarbonización del transporte marítimo internacional, en producción sostenible de alimentos basados en el océano y en producción eólica marina produciría beneficios netos de 15.5 billones de dólares en 2050. Las cuatro intervenciones tienen altas relaciones costo-beneficio
Aquí lo dejamos por hoy. En una próxima entrega, trataremos de los empleos que el océano puede ayudar a crear y de la planificación oceánica que ayuda a redactar la nueva agenda. Y de las acciones a emprender para evitar que los plásticos lleguen al océano. Pero todo eso será otro día.
Hoy ya hemos indicado bastante como para ilusionarnos con el agua de nuevo. En este caso, con la marina, que debe dejar de ser un problema para convertirse en una de las mejores soluciones para el mejor futuro del agua y de la humanidad posibles.
Lorenzo Correa
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