Nuestros amigos mexicanos suelen decir que la tarde pardea cuando el día se despide y el sol se sumerge en la tierra o en el mar. Y fue precisamente un atardecer caribeño y yucateco el que nos inspiró el poema de este miércoles poético del agua.
El sol caía a plomo sobre un mar tranquilo. La tarde viraba a noche sosegada y silenciosa. Los colores se sucedían recorriendo el paradigma del negro y del rojo. De menos a más. gris, pardo, tordo, ceniza, rosa, carmín y grana.
Nos quedamos prendidos con el pardo cuando la tarde pardeaba, inmóviles sobre la roca del acantilado, plana y yerma. Allí recordábamos a Carlos Castaneda. También él, cuando acompañaba a Don Juan y a Don Genaro, los brujos yaquis, quedó embrujado por la tarde. Fue cuando los tres se pararon a ver el atardecer en el desierto de Sonora.
«Al pardear la tarde nos detuvimos por fin en una meseta plana y yerma que miraba un valle alto hacia el sur. La vegetación había cambiado drásticamente. En todo el derredor había montañas redondas y erosionadas. La tierra del valle y las laderas estaba parcelada y cultivada, pero aun así toda la escena me sugería esterilidad.»
Nosotros solo veíamos la inmensidad del mar y escuchábamos su voz rítmica y acompasada por el vaivén de las olas. Entonces, el sol se ponía en una tarde magnífica sobre el horizonte del oeste. Sublime panorama ante nuestros ojos. En aquella tarde y en aquella privilegiada atalaya, el poeta solo podía componer un poema
La luz del sol reverberaba sobre el agua, tiñéndola de reflejos anaranjados. Pardeaba la tarde, se apagaba el astro rey. Y cuando llegó el negro, solo quedó agua contra agua en aquel paisaje bello, triste y solitario».
“El crepúsculo es la raja entre los dos mundos —dijo don Juan—. Es la puerta a lo desconocido. Esta es la planicie frente a la puerta.
Lorenzo Correa
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