La estrecha relación entre enfermedades e inundaciones


La española cuenca del Ebro ha recibido hace unos días el azote de las inundaciones. Las últimas que dejaron sus terribles secuelas ocurrieron en 2015. Pero éstas de ahora son las undécimas en los últimos 60 años, de lasa que 4 se han sucedido en solo 8 años. Se intensifica la frecuencia, aunque , afortunadamente, la regulación de la cuenca en 62 embalses, con una capacidad cercana a los 8.000  hm³ consigue laminar caudales punta y minimizar los efectos terribles de las avenidas

En esta ocasión las inundaciones se han cobrado dos vidas y han afectado enormemente a agricultores y ganaderos. Pero hay que reconocer que en un país hidráulicamente desarrollado como España, las secuelas de las avenidas son cada vez menos impactantes en general, debido a la regulación antes mencionada y a la inversión creciente en sistemas de previsión a través de modelos matemáticos que permiten anticipar lo que va a pasar. Aunque todos los modelos tienen una gran incertidumbre, funcionan. Además, las administraciones del agua actúan para que los cauces dispongan cada vez de mayor sección. Todo ello con el objetivo de minimizar las afecciones de un fenómeno inevitable aunque cada vez más previsible.

Sabido es que siempre habrá quejas, en muchos casos bien fundadas, de propietarios y municipios afectados. Pero también debe reconocerse el gran avance experimentado en los últimos años. Sobre todo si comparamos la situación de los países desarrollados, como hoy haremos, respecto delo que no lo son. Porque en ellos las inundaciones dejan una terrible secuela de enfermedades.

Y es que las inundaciones no solo arrasan todo lo que encuentran a su paso. También siegan vidas humanas. Pero además de ahogados y damnificados, producen una tercera secuela aún más letal en los países menos desarrollados del mundo. La propagación de enfermedades.

Examinaremos el catálogo abreviado, según el diario El País, de muertos y desplazados en el mundo en el año 2018. Nótese que en él  no se citan los afectados por enfermedades post-inundación. Porque es muy difícil conocerlos con exactitud y porque no “venden” tanto como los primeros:

Birmania, rotura de la presa Swar Chaung en. Afectó a 63.000 personas. 150.000 desplazadas de sus hogares.

Taiwan, 6.000 evacuados y tres muertos. 200.000 personas desplazadas de sus hogares  

India, 223.000 personas desplazadas y 324 muertos.

Laos, fuertes lluvias rompen la presa Xepian-Xe Nam Noy. 13.000 personas desplazadas, 13 muertos, 120 desaparecidos.

Italia, avenida en cabecera de cuenca alpina, 10 muertos

Colombia, 600 desplazados por la crecida del Cauca

Sudán del Sur.  País arrasado en sus tres cuartas partes por las inundaciones. Sin datos de afectados.

Grecia, 82 muertos por tormentas veraniegas después de los incendios forestales.

Vietnam, 45 muertos por las lluvias torrenciales

Bangladesh, 21.000 rohingyas de un campo para refugiados evacuados. Cinco niños muertos.

Japón, cinco millones de personas evacuadas debido a las fuertes lluvias. 75 muertos.

China, 15 muertos y dos millones de afectadas por las inundaciones de Sichuan y Gansu.

Pakistan, 15 muertos.

Kenia, 186 muertos y 300.000 desplazados.

Costa de Marfil, 15 muertos

California, 20 muertos

Madagascar, 83.000 personas afectadas,  29 muertos y 22 desaparecidos por el ciclón “Ava”.  17 muertos por el ‘Eliakim’

En 2019, las inundaciones arrasaron Río de Janeiro y Perú. El huaico, que suele asociarse al fenómeno de El Niño, azota con virulencia este país andino, amazónico y antártico. A pesar de la aparente sequedad que normalmente envuelve a Lima, Perú está entre los veinte países del mundo con mayor cantidad de agua recogida en sus cuencas. Y cuando se produce el fenómeno del huaico, las inundaciones son terribles.

Durante el verano de 2021, todos recordamos todavía los estragos de las inundaciones en Alemania y el Benelux, de los que ya hemos informado en estas páginas.

Pero comparemos las secuelas de las inundaciones de  Alemania con las de Perú. En febrero de 2019, el huaico peruano se llevó a 40 personas, afectó a 9.000 y acabó con 5.600 animales. Por su parte, el sur del Perú ha experimentado, desde inicios del año, granizadas, nevadas y fuertes lluvias. Sus secuelas inmediatas son deslizamientos y huaicos en Apurímac, Cusco, Huancavelica, Puno y Ayacucho.

Y es una desgracia añadida a la que todos asociamos a la lluvia intensa y antes hemos enumerado, en lo que se refiere solo a un año. Conocemos las cifras de muertos y desplazados. No sabemos nada de la otra desgracia, provocada también por las inundaciones. Las enfermedades que llegan por diversas vías .Y que se ensañan sobre todo con los más necesitados que residen en países superpoblados y subdesarrollados. Allí, las personas sufren impotentes la avenida y sus secuelas de terribles enfermedades.

La primera causa de ellas es la contaminación de las redes de abastecimiento. Acechan en estos casos enfermedades como la fiebre tifoidea, el cólera, la leptospirosis y la hepatitis A.  A esta alarmante situación se suma en sus hábitats habituales, cada vez más extensos, la presencia de los mosquitos. Ellos traen consigo la malaria, el dengue, el dengue hemorrágico, la fiebre amarilla y el virus del Nilo Occidental.

Es la cara sucia del agua. Aunque cada vez que leemos algo sobre agua, tendamos a la evocación de sus cualidades más excelsas, esa moneda, como todas, tiene otra cara. Y es mucho menos seductora y evocadora de frescor, limpieza, salud, armonía natural y bienestar. Es la cara de las enfermedades que el agua transmite. Y la vía de las inundaciones, es un potente motor de transmisión

Por eso cuando hablamos de inundaciones en países subdesarrollados, hay que tener en cuenta el peligro que suponen las infecciones asociadas.  Este peligro será mayor cuanto más movimiento de personas provoque la avenida. A nadie le gusta estar ahí cuando el cauce se desborda. Y quien puede, huye despavorido. Cuando esta huida es masiva, la enfermedad contagiosa se multiplica.

 

 

En las décadas finales del siglo pasado, solo una de las 14 peores inundaciones ocurridas supuso la declaración de un devastador brote de diarrea. Fue en Sudán, en 1980. Y coincidió con un enorme movimiento de personas que huían del agua sucia y abundante. Ya en nuestro siglo, se repitió la historia en el año 2000 en Mozambique. Por su parte, dos años antes, en Bengala Occidental se declaró una letal epidemia de cólera. Calcuta, dejó de ser la ciudad de la alegría por un tiempo.

Más ejemplos poco edificantes: Tayikistán, 1992, se inundan las principales depuradoras. Ríos contaminados por mucho tiempo. En Truk, una de las Islas Carolinas, el desastre aconteció en   1971. Aquí estuvo la principal base de la armada japonesa en el Pacífico durante la segunda guerra mundial. La isla es famosa por su laguna, que contiene más pecios que peces. Pues allí, una potente borrasca provocó lluvias que arrasaron los manantiales que suministraban el agua potable. Los carolinos tuvieron que usar el agua subterránea. Pero estaba contaminada con purines. El brote de balantidiasis, un protozoo intestinal de los cerdos, acabó con la vida y la salid de muchos de ellos. Isla Mauricio, 1980. Inundaciones que provocaron un brote de fiebre tifoidea.

Además de estas lacras que el agua transporta, están también las enfermedades  infecciosas transmitidas por convivencia con aguas contaminadas. Así se infectan la heridas y así la dermatitis se expande. También la conjuntivitis, la otitis y la faringitis. Afortunadamente, no hay epidemias por su culpa.

Aunque pensándolo bien, sí que hay una, la leptospirosis, que nos ataca cuando contactamos con la bacteria leptospira que vive en aguas contaminadas por orina de animales. En climas cálidos, es más fácil encontrarla. Solo tenemos que rozar el agua con la piel o dejarla llegar a las membranas mucosas. Un leve roce con el suelo o con la omnipresente como la caña de azúcar y ya está. O con fango que contenga orina de roedor. Lamentablemente, las primeras que salen a observar las consecuencias de las inundaciones, son las ratas. De ahí el peligro, pues su orina está plagada de lectospiras.

Infecciones de este tipo se produjeron tras episodios de avenidas en Brasil (1983, 1988 y 1996),  Nicaragua (1995), Krasnodar, Rusia (1997), Santa Fe de Nuevo México (1998), India (1999) y Tailandia (2000).

Otra secuela contagiosa de la ocurrencia de inundaciones es la presencia de aguas estancadas.

Ahí viven y se reproducen con profusión mosquitos transmisores del dengue y la malaria. Un ejemplo paradigmático es lo que aquí ya hemos escrito de las vicisitudes que pasaron los que trabajaron en la construcción del Canal de Panamá. Es decir, de cómo el saneamiento integral de los terrenos cercanos a las viviendas, con la consiguiente eliminación de las aguas estancadas, fue una de las actuaciones principales para conseguir acabar la obra. Acabando con el mosquito y sus fiebres. No hay que olvidar que una fuerte avenida se lo lleva todo. Y a los mosquitos también. Pero siempre vuelven cuando las aguas bajan. En dos meses, comienza la epidemia de de malaria.

Paludismo y malaria protagonizan las epidemias del agua de Centroamérica. Así, en 1991, la inundación provocada en la vertiente atlántica costarricense por unos de los cotidianos terremotos ticos, generó una epidemia de paludismo. Por su parte, la malaria se ensañó con  la República Dominicana, las las avenidas de 2004.

Y aquí vuelve a aparecer nuestro Niño tan recurrente. Porque periódicamente se producen oscilaciones térmicas. Cuando la temperatura del mar está alta, la oscilación es cálida y viene el Niño. Cuando la temperatura baja llega la Niña. Nunca coinciden, están en los extremos del péndulo. Esta oscilación se conoce en inglés como ENSO, El Niño Southern Oscillation. Y se asocia, como antes indicamos al surgimiento de epidemias de malaria en la costa seca del norte del Perú y con el resurgimiento del dengue. Porque en la última década, el dengue ha vuelto a crecer en Centro y Sudamérica. Y el virus  Nilo Occidental ha hecho lo propio en cada vez que hay inundaciones. Así lo demuestran los casos de Rumania en 1996-97, Chequia en 1997 e Italia en 1998.

Hay causas que hoy elevan el peligro de que los mosquitos nos contagien. Una es el hacinamiento humano en urbes poco higienizadas. Otra, la confianza en la erradicación de las enfermedades que hizo bajar la guardia. Otra de origen muy distinto, la proliferación de grandes embalses. Sin olvidar los grandes desbroces de terreno selvático o el desvío de los ríos para conseguir mayores superficies de cultivo

Siguiendo con la secuencia de factores desencadenantes de enfermedades provocadas `por inundaciones, nos encontramos con las que los cadáveres de los ahogados pueden contagiar.   Sin embargo, los agentes contagiosos no sobreviven al finado mucho tiempo, por lo que por ahí no viene las epidemias. Vienen más de los supervivientes. En estos casos, solo hay que controlar cadáveres de ahogados que habían contraído cólera o fiebres hemorrágicas. Solo hay una excepción, la de los que tiene que retirar y enterrar a los muertos. Ellos deben cuidar mucho no contagiarse de tuberculosis y de los virus de transmisión sanguínea como como hepatitis B o  C y SIDA. También deben vigilarse las infecciones gastrointestinales: diarrea, salmonelosis, E. coli, fiebre tifoidea, hepatitis A.

Por eso es muy importante que las personas que en las emergencias por inundaciones estén destinadas a retirar cadáveres tomen precauciones. Contra la tuberculosis para no inhalar aire de los pulmones del finado o entrar en contacto con líquidos pulmonares que supuren por la nariz o por la boca. Contra los virus sanguíneos al tocar la piel, los fluidos corporales o herirse con fragmentos de hueso. Evitar las infecciones gastrointestinales por filtración de heces del cadáver al contactar con sus ropas. Y por último, hay que extraer los cuerpos que yagan en lugares cercanos a las redes de abastecimiento (manantiales, pozos, embalses o depósitos)

Para finalizar, hay que tener en cuenta otras lesiones provocadas por las inundaciones. Los impactos de flotantes contra los cuerpos de los damnificados pueden provocar heridas abiertas. Y por ellas entra el tétanos

También es importante hacer constar la hipotermia como afección grave en estos casos, para todos aquellos que estén en el agua durante períodos prolongados de tiempo

Y como afecciones indirectas, las inundaciones eliminan el suministro de energía. Por eso cuando más llueve es siempre y cuando menos agua corriente sale por los grifos. Ni siquiera los agricultores pueden regar, si necesitan energía para ello. Y la cadena de frío se interrumpe. Todos estos problemas acaban generando consecuencias negativas en cuanto a la propagación de enfermedades

Ante este cúmulo de riesgos, se impone la adopción inmediata de medidas como la cloración post inundaciones, para reducir el riesgo de brotes de enfermedades transmitidas por el agua. O como la vacunación contra la hepatitis A. Algo más de tiempo podemos tener para luchar contra los mosquitos: se imponen medidas preventivas como la fumigación de residuos en interiores o la detección temprana.

También es fundamental promover continuamente a la población sobre la adopción de buenas prácticas higiénicas y de técnicas seguras de preparación de alimentos. Y ser constantes en la ebullición o cloración del agua.

Cuando ya no hay nada que hacer para salvar a las personas, toca gestionar los cadáveres. Siempre es mejor el entierro a la cremación cuando la identificación de las víctimas no es posible.

Llenar de cuerpos sin vida una fosa común no supone una medida adecuada de salud pública. Se debe enterrar a las personas respetando los ritos de cada creencia religiosa, su intimidad y sus costumbres.

Los cementerios deben estar al menos a 30 m de las fuentes de agua subterránea utilizadas para el agua potable. El fondo de cualquier tumba debe estar al menos a 1.5 m por encima del nivel freático con una zona insaturada de 0.7 m. Las aguas superficiales de los cementerios no deben drenarse hacia áreas habitadas.

Las inundaciones preocupan. Son cada vez más intensas y extensas. Por ello hay que planificar actuaciones estructurales y de prevención para evitarlas. Pero también hay que tener en cuenta la lacra de las enfermedades que las acompañan. Y articular medidas legislativas y administrativas que palíen su presencia y aseguren la calidad del agua potable y las actuaciones rutinarias e higiénicas que las personas deben seguir en todo momento. Sin duda, la mejora de las redes de abastecimiento y saneamiento ayuda mucho en este sentido. Pero debe ir siempre acompañada de la implementación y el mantenimiento de programas de control de enfermedades infecciosas activos y eficientes.

Por ahí debe discurrir el camino del futuro del agua en estos aspectos

Lorenzo Correa

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