Beso de nieve


Despedimos enero contemplando el beso de la nieve en las lejanas montañas que divisamos desde nuestro nido. Recordamos a Góngora en su poema “Ándeme yo caliente y ríase la gente”. Y de él, aquellos versos cantados por Paco Ibáñez:

“Cuando cubra las montañas

de blanca nieve el enero,

tenga yo lleno el brasero

de bellotas y castañas…”

Con esa visión nevada de las montañas desde la ventana, al calor del hogar, reflexionamos sobre la coyunda de nieve y tierra que comienza, como casi todas, con un beso.

La muda petición de la tierra desnuda llega al cielo. Y éste hace caer la nieve sobre las sedientas vertientes y las agudas cimas. Llega en silencio para besar las rocas, los árboles y la tierra. Y allí se queda acurrucada y a salvo gracias a las bajas temperaturas invernales.

La tierra acoge el ósculo en su seno y espera a la primavera para devolvérselo. Así consigue volver a recuperar su desnudez, que la nieve había vestido. Entonces descubre como su piel ha florecido y una nueva vida se inicia gracias a las gotas en las que la nieve se ha convertido.

Pero cuidado, porque la tierra tiene un competidor en el sol, que también besa la nieve para llevarse el agua. Quiere cobrarse esa pieza tan cotizada que todos queremos llevar a nuestro molino. Hasta el sol.

En esa eterna lucha por la deseada agua estamos todos inmersos- Es la lucha por la vida que el agua lleva con ella  y que todos necesitamos. Ciclo eterno de vida y muerte, que se inicia en la tierra con un beso de la nieve y continúa en el cielo con otro beso del sol.

La mejor excusa para que las musas vengan y nos animen  a redactar este poema de nieve y besos en un enero frío, pandémico y esperanzador.

Lorenzo Correa

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