Agua, turismo y pandemia. Un paréntesis para pensar


El año anterior a la aparición de la pandemia, el turismo en el mundo había llegado al clímax. Todo parecía asegurar un futuro boyante. Y por ello convertía a este sector de la actividad económico en muy atractivo para los inversores.

El agua siempre ha sido la base primordial sobre la que ha flotado la actividad turística. Por una parte, por la cada vez mayor importancia de los deportes acuáticos en aguas dulces y saladas,. Por otra por acoger a los enormes cruceros que pasean  a cada vez mayor número de turistas aficionados a esta forma de pasar sus vacaciones. Además, las aguas limpias y tranquilas de lagos y ríos que atraen a cada vez más personas. Las que acuden a su reclamo para relajarse. Y para curarse como en los balnearios. Lo mismo ocurre con las blancas nieves que soportan el turismo invernal

Por último, haya o no una oferta de caudales limpios y generosos en el entorno de la actividad turística para usos lúdicos, no podría existir esta actividad sin la presencia y el buen estado de mantenimiento de las infraestructuras que garantiza agua en cantidad y de calidad durante todos los días y meses del año. Sobre todo, en aquellos en los que el verano hace subir el termómetro y los cielos se toman un descanso para la producción de lluvia. Los tórridos y secos estíos, elegidos por la mayoría para hacer turismo.

Hasta que llegó la pandemia, solo las afecciones ambientales de los turistas podían ensombrecer el negocio. Aquí escribimos sobre la presencia amenazante del sargazo en las costas caribeñas. Y sobre las afecciones que se derivan del crecimiento del nivel del mar o la proliferación de tifones, huracanes e inundaciones costeras. Pero llegó la pandemia y todo se paralizó. Gran ruina para los inversores, gestores y trabajadores del sector. Pero también un tiempo muerto para poder pensar en lo que debería solucionarse  y actuar en consecuencia. Y ahora que se espera que la pandemia comience a darnos un respiro, es el momento de aplicar soluciones. Y dejar de hacer lo que suponía una amenaza para el negocio, que es lo mismo que para el medio.

Veamos algunos datos de interés. Tomando como botón de muestra la región mediterránea, uno de los emblemas mundiales del sector debido a sus extensas y maravillosas costas. Y, por supuesto, al patrimonio cultural que alberga. Sin olvidar su clima ideal para pasar unas vacaciones relajadas y agradables.

Esta región turística comprende España, Italia, Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Albania, Malta, Grecia, Chipre, Turquía, Líbano, Israel, Egipto, Túnez y Marruecos. Es la primera zona de turismo del mundo a la que llegaron en 2019 el 32% de las turistas internacionales. Tan ingente arribada de personas ávidas de pasarlo bien supuso que en esos países los ingresos derivados de su estancia ascendieran al 30% del dinero recaudado.

Este maná no se reparte equitativamente entre todos los países.Porque los del sur son cada vez menos visitados por evidentes motivos geopolíticos, de seguridad y financieros. A los que quieren descansar y relajarse no les apetece llegar a lugares en los que sean probables ataques terroristas. Huyen de la inestabilidad política y de las fluctuaciones monetarias- Y esto les ha afectado gravemente, ya que en los buenos tiempos, el turismo representaba el 12% del PIB y el 11% del empleo.

Hasta que llegó la pandemia, las afecciones ambientales no suponían una gran preocupación para evitar acceder a un determinado lugar. Pero la amenaza latente de que un movimiento de masas estacional repercutiera negativamente sobre la calidad de las aguas de baño, la estética del lugar, ya preocupaba a los políticos. también a los promotores del negocio.

Lo cierto es que en 2019, la región mediterránea recibió más de 400 millones de turistas. Las cifras más elevadas, como es lógico se presentaron en los meses estivales. En ellos, visitaron la zona ,45 millones de turistas nacionales y más de 50 millones de turistas internacionales. Los más optimistas previeron para 2020 unas vistas de 420 millones de personas. Pero el virus, dio al traste con tan excelentes expectativas.

Y durante el annus horribilis de 2020 y el no menos terrible de 2021, se abrió un paréntesis para pensar. Los más ingenuos, creyeron que un año sabático del turismo serviría, dentro de lo malo, para que las aguas y los lugares  más amenazados de recuperaran (como así fue) y para que todos pensáramos en ser mejores y afectar menos con nuestra conducta al medio en el futuro.

No en vano la cuenca mediterránea dispone de maravillosos paisajes marinos que taren a los visitantes a sus islas y zonas litorales. Pero no solo hay aguas transparentes  y zonas húmedas bien cuidadas o vírgenes. Hay playas inmensas de arenas limpias, sol a raudales. Y muy cerca, pintorescos pueblos llenos de historia y tradiciones seculares festivas, tanto en la costa como en el interior.

La prueba evidente es que, según la UNESCO, la cuenca mediterránea alberga 212 de los 754 sitios su Patrimonio Mundial. Lo que representa casi una tercera parte de los catalogados en todo el mundo.

Pero en 2020, todo se hundió. Y ahora estamos a punto de iniciar la temporada alta de 2022 en la cuenca mediterránea. ¿Qué se ha pensado en este bienio? Iniciar sin posibilidad de vuelta atrás el recorrido del camino de la sostenibilidad en el turismo. Trabajar paralelamente en la inclusión y la digitalización.  Y plasmarlo todo en un nuevo modelo que consiga reactivar la actividad turística con todas las garantías de seguridad y generando nuevos modelos de negocio y estrategias enfocadas a maximizar la experiencia del viajero.

Su sostenibilidad depende, de una manera muy importante, del agua. Porque para mejorar la capacidad competitiva y la rentabilidad de la industria hay que fijarse en cuidar y potenciar los valores naturales. Además de los culturales diferenciales de cada sitio. También impulsar el desarrollo equilibrado de la actividad a lo largo del territorio. Sólo así se podrá utilizar la sostenibilidad como el valor de la marca del turismo de la zona.

Una de las primeras publicaciones que muestran el itinerario del futuro es el  Ranking de los “100 mejores destinos turísticos sostenibles del mundo”, editado por Green Destinations, En él observamos como en Japón se han duplicado los resultados del año anterior actuando en este sentido.

Como país pionero en estos menesteres, Japón se enorgullece de ciudades turísticas como Kioto. En ella se ha logrado de equilibrar el turismo y las medidas para la prevención de enfermedades infecciosas y su propagación. El responsable, un código de conducta que garantiza una experiencia turística segura y respetuosa. En Toyooka, se ha logrado el regreso de la cigüeña blanca oriental. Y con ello se ha enriquecido la biodiversidad.Además de crear un ambiente más saludable para todos. Y en la isla de Sado, su proyecto de Ecología y Biodiversidad hace posible la convivencia entre turistas, vecinos y los pájaros toki. Estos últimos, salvados de la extinción

Mientras, en la cuenca mediterránea, se analizan los costes ambientales que ha tenido hasta ahora la masificación turística. Porque según informa la OCDE, el turismo contribuye con hasta el 5,3% de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero a nivel mundial, y el transporte representa alrededor del 75% de ellas. En el caso del agua, el turismo representa el 1% de su uso mundial.

Cierto es que es un porcentaje ridículo a gran escala. Porque no admite comparación con lo que consume la agricultura (70%) o la industria (20%). Sin embargo, a escala local, el consumo de agua por los turistas deja exhaustas a muchas comunidades  y amenaza su presente y su futuro.

Este es el gran problema en esta cuenca, ya que muchos de sus países padecen un estrés  hídrico que no para de subir. Y nos sumerge en una dinámica perversa. Se atrae al turismo por sus indudables beneficios económicos para que disfrute de las bellezas naturales de costas vírgenes. Eso es aceptado por todos los residentes en las zonas, pues de otra forma, estarían obligados a emigrar a grandes ciudades o a otros países. Pero las consecuencias de esta benéfica visita deterioran el medio que la acoge  y ahuyentan a los turistas.

Por ello, ante la evidencia del maná aportado por el turismo, hay que pensar cómo actuar de ahora en adelante. El turismo en el Mediterráneo ha sido un revulsivo económico fundamental para la zona. En lo que llevamos de siglo, gracias a los turistas, el PIB ha experimentado un espectacular aumento del 53 %. Pero el deterioro ambiental de la cuenca mediterránea, también ha sufrido un aumento proporcional.  La pandemia ha cortado en seco la tendencia al alza, hasta entonces imparable. Pero también ha permitido poner el foco de atención en el estado ambiental actual y en las consecuencias que a largo plazo pudiera tener el creciente deterioro del medio.

Sería terrible que los turistas del próximo futuro comprobaran in situ que las bellas imágenes que les habían impulsado a visitar determinados lugares paradisíacos ya no se corresponden con lo que están viendo sobre el terreno. Porque el calentamiento global incide directamente sobre este sector. Y se traduce en un deterioro de las playas. Pero también en una carencia de garantías de suministro de agua. Y en un aumento del riesgo de inundaciones costeras. Además influye sobre la cada vez peor calidad de los ríos y su entorno. Demoledor panorama para rematar los efectos de la pandemia. Y hacer de los que hasta ahora habían sido lugares de atracción turística un lugar al que se evita visitar.

Tan malas perspectivas las confirma un dato recogido de la revista Natur. Nos informa sobre el estado de la cuestión en la zona que hoy visitamos. De los 49 sitios del Patrimonio Mundial situados en las costas mediterráneas, 37 están situadas en zona inundable para avenidas asociadas a avenidas de 100 años de período de retorno. Y hay 42 que sufren erosión costera.

Entre ellas están lugares maravillosos como  la Medina de la ciudad de Túnez. O la legendaria ciudad arqueológica Cartago. Y la no menos famosa y visitada Ciudad Vieja de Dubrovnik en Croacia

Hay que poner toda la carne en el asador para que cuando la pandemia dé un tregua, la estrategia de lucha contra las secuelas del calentamiento global o la degradación producida por el turismo de masas, tenga definidas unas medidas paliativas. La imaginación, la información  y una manera diferente de plantear las vacaciones. Para que no se incluya solo playa y sol. El camino del futuro pasa por ahí .

Es imprescindible promocionar destinos diferentes en las zonas más degradadas para descargar las costas y playas. Así también los habitantes del interior se beneficiarán del maná turístico sin que se perjudique al medio

En definitiva, promover  un modelo de turismo sostenible para la cuenca mediterránea. En el el que el agua sea protagonista. No solo la del mar, tan atractiva para el visitante sino también la dulce destinada a darle de beber, a garantizar su higiene y su salud. Y,  por supuesto, la de los ecosistemas que sustentan toda la belleza que atrae a los turistas. Infraestructuras de todos los colores y soluciones basadas en la naturaleza que también generan bienestar y trabajo entre los lugareños.

 

Lorenzo Correa

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