El poeta en la noche callada gusta de acercarse a la masa de agua marina que recorta el litoral en la ciudad caótica e iluminada. Aquí todavía no hay restricciones ni obligación de apagar las luces a una hora concreta. Hay tanta luz, que en el agua no se reflejan las estrellas.
Pero como el poeta tiene imaginación, suple la carencia de estrellas en el agua con otros reflejos en el agua. Esos que le recuerdan sus luces. Mucho debe imaginar, porque la contaminación lumínica también le impide admirarlas en el cielo.
Piensa que no hay mal que por bien no venga. Cuando el cambio climático, la guerra y la pandemia nos sigan restringiendo el confort, se apagarán las luces. Y podremos ver las estrellas. Con frío en invierno, con calor en verano y con desasosiego por el futuro, siempr.
Pero las veremos reflejadas en el agua y luciendo en el cielo. Entonces podremos asegurar que «hemos visto las estrellas» en todos los sentidos de tan terrible frase cuando se refiere a lo que nos produce un dolor inesperado.
Mientras llega lo pronosticado, como no vemos estrellas, las imaginamos en el reflejo de las luces de la ciudad. Luminarias de la calzada y ventanas que auguran vida en el interior del edificio.
La luz que se come a besos el agua del mar. Nos acercamos al malecón, solitario en la noche. Y escuchamos el sordo rumor de las olas. También miramos y vemos como el mar devuelve el ósculo a las estrellas urbanas con una caricia quetambién alcanza a nuestra piel de ciudadanos. Y el poema a las estrellas, se compone solo
Lorenzo Correa
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