Cada vez que vemos un embalse, algo inefable nos impele a escuchar con atención. Suponemos que se debe a que estamos cansados de tanto oír a los que deberían saber lo que dicen en los noticiarios de los medios de comunicación. Siempre que se refieren a un embalse, lo denominan «pantano».
Da pena este apelativo. Porque un embalse es otra cosa. El diccionario es muy claro lal definir pantano como » terreno hundido de fondo más o menos cenagoso y abundante vegetación, donde las aguas se estancan de forma natural» Y los embalses, de natural tienen poco. Por eso ninguno es un pantano.
Preferimos escuchar al embalse antes que a los noticiarios y sus voceros. Porque nos da pena que a un embalse, con todo lo que lleva dentro de sangre sudor y lágrimas de quienes lo proyectaron, construyeron y también de quienes abandonaron su terruño para dejar que lo ocupasen las aguas, lo denominen pantano.
Hoy escuchamos al embalse, que nos habla sin hablar. Bajito, pero con suficiente claridad para que podamos traducirlo en un poema. El que ahora mismo les mostramos a nuestros lectores. Solo podrán leerlo aquí, porque en los noticiarios no se conocen los embalses, sino los pantanos. Que son muy naturales, pero no son embalses. Aunque, que nadie se preocupe si es amante de las zonas pantanosas, porque de ellas ya nos habíamos ocupado otro día. Y es que sin ninguna duda, ellas también se lo merecen
Lorenzo Correa
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