Llegó el invierno otra vez al hemisferio norte. Y en este año tan poco poético para el agua en Europa, se agradece la primera nieve. Los desastrólogos nos aterrorizaban durante el verano y parte del otoño. Parecía que la sequía y el calor nunca nos abandonarían. Pero un golpe de timón de borrascas atlánticas ha arrinconado al anticiclón para dejar en muchas tierras sedientes el beso del agua. Y afortunadamente para los esquiadores y amantes de la montaña, también de la nieve.
Hoy, el soslticio de diciembre nos anuncia la llegada del invierno. Y el poeta lo asocia a la nieve y a la Navidad. Pero como la navidad ya tiene quien la cante, nos dedicaremos a loar poéticamente a la nieve. Cierto es que ya la hemos traído a nuestras páginas de la poesía merculinas. En varias ocasiones hemos glosado poemas de grandes vates que dicen adiós a la nieve, que la tildan de efímera, que la abrazan o que manifiestan su nostalgia por su ausencia.
De Miguel Ángel Asturias a Quevedo, hemos reproducido bellísimos poemas a la nieve de aves y vellones. O con Nicolás Guillén, hemos bailado con ella a ritmo de son. Pero hoy toca beso. El beso del sol que licúa a la nieve para convertirla en el agua que nos dará alegría. Y tranquilidad a los desquiciados por los desastrólogos.
Mientras, la admiramos blanca y yerta en las cumbres que divisamos desde nuestra ventana. Esperando el beso del sol. Solo tenemos que esperar a que las nubes permitan el milagro. Después, la primavera completará el trabajo del poeta. Y la nieve besada por el sol se dejará ir por las laderas. Los cauces la esperan para llevárnosla a nuestra casa. También a la tierra y a la fábrica. Todo gracias a unos cuantos besos, recogidos en un poema.
Lorenzo Correa
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