Cuando el agua se acaba


Triste y melancólico paseo por el río exhausto. La cuenca yace en silencio, añorando la ruidosa cantinela de los caudales normales en esta época del año. Es la desolación del río seco cuando el agua se acaba.

Silencio sepulcral en el espacio fluvial. Se acaba también la energía que transforma el escenario río adornándolo con alegres voces de agua. Los cantos rodados despiden a las últimas gotas que los lamen esperando la evaporación. Todo en el río está ansioso oteando la aparición de alguna nube de verdad en el irreal cielo del futuro. Pero la terca realidad nos recuerda hoy que el agua se acaba en esta y otras muchas cuencas.

Donde no se acaba es en el mar, pero eso aquí es irrelevante. Porque el río no está regulado. Y se produce la paradoja de que las aguas del mar les llegan a los ribereños más cercanos al litoral (pagando los múltiples bombeos, por supuesto). Pero no les llegan las del río.

Curiosidades de cuencas con desalinizadora. El tramo medio del cauce, ubicado en un parque natural, está exhausto. El final del tramo bajo, ve como las aguas del mar entran en la planta, se convierten en potables y viajan hacia los grifos de los habitantes de la cuenca conectados a ella. Y esa agua no se acaba.

Pero hoy, nada se oye, ni  siquiera queda el eco del caudal de antaño. Solo tristeza al rememorar su ausencia y un tic tac monótono y cansino que recuerda que el  reloj marcó la hora del silencio.

Ya vendrán tiempos mejores, pensamos mientras que el cauce da señales de  sentir celos de algún río regulado en el que el agua dura más . Más azul y florido que él, en que hoy todo amarillea.

Que la sequía también se acaba y algún día el agua volverá a teñir de azul nuestro río.

Lorenzo Correa

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