Interesante jornada la que vivimos el pasado día 27 de abril en el marco de la primera feria Eco Construïm. Allí tuvimos la oportunidad de hablar y moderar un apasionante debate sobre el gestión del agua y paisaje, con aplicación directa a las zonas urbanas.
Se habló de convivencia responsable,de riego de césped en épocas de sequía, de déficit de espacios verdes en zonas urbanas, de edificios sumidero y del agua como herramienta para la construcción del paisaje urbano. Se concluyó que es necesaria la promulgación de una ordenanza de paisaje urbano y de la imprescindible implantación del esponjamiento en las ciudades.
De la falacia de la intangibilidad de los bosques. Porque o se gestionan, o se queman. De la descarbonización aplicada al hormigón. Y es que si hay que descarbonizarlo, veremos cuál será su precio. Aspectos apasionantes del futuro de la arquitectura rural y urbana y de la importancia del agua en todo lo que a ella se refiere.
Nosotros hablamos sobre la creciente importancia de la gestión del futuro del agua en las grandes ciudades. “Smarts” o no, el camino a ese futuro pasa inexorablemente por varias encrucijadas relacionadas con su paisaje, con el saneamiento, el abastecimiento y el drenaje urbano.
Gran Ciudad, gran problema de gestión del agua. Tanto, que algún poeta del siglo XX ya nos traía el mito del apocalipsis. Así lo vio, al menos, Lorca en su “Poeta en Nueva York”. Cuando presentaba la obra, decía estas palabras proféticas:
“…los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos, se comprende aquella típica angustia vacía que hace perdonable, por evasión, hasta el crimen y el bandidaje. “
Arquitectura extrahumana, angustia y geometría. Tres lorquianos aspectos que también protagonizan la gestión urbana del agua.
Pero no todas las grandes ciudades son Nueva York. Las enormes conurbaciones de África y el sur de Asia crecen sin planificación previa alguna ni control. La especulación brutal y la corrupción de funcionarios dominan el mercado inmobiliario. Por eso, las viviendas asequibles para los más necesitados se ubican en terrenos sin servicios básicos en las periferias más alejadas. Y los suburbios quedan desconectados de la parte más “Smart” de la ciudad
Afortunadamente, hay ventanas de esperanza. Porque tanto en México, como en Brasil y Sudáfrica se está realizando un cambio en el observador urbanístico. Mejorando la gestión de áreas consolidadas en lugar de seguir creciendo en superficie. Ir a un crecimiento más vertical que horizontal. Y si no hay más remedio que seguir expandiendo la urbe, en Colombia, Corea del Sur y la India se trabaja en aportar nuevos terrenos bien conectados con el centro. Se trata de construir garantizando una densidad máxima.
Pero el drama se desarrolla en otras ciudades. Veamos algunos casos
Lagos, por ejemplo. La capital de Nigeria, ya tiene 22 millones de habitantes. Es una de las urbes que se desparrama devorando hectáreas sin parar. Ya ocupa 1.200 km². El doble de Singapur y casi lo mismo que Hong Kong
Pero solo 2 millones de sus habitantes están conectados a una red de saneamiento. Y solo 4 millones ven salir agua corriente por los grifos de sus casas. Impresionantes datos, que se convierten en alarmantes cuando nos cuentan lo que viene. Porque las expectativas son que solo en 20 años, ocupará el doble de superficie.
Es el drama de una ciudad “horizontal”. Planificar, gestionar y sufragar el coste de redes infinitas que lleguen a cubrir su inmensa superficie. Y salvaguardar los recursos naturales invadidos por la urbe, así como aminorar las desigualdades espaciales de los nuevos residentes.
Pero hay otra forma de crecimiento urbano. Hacia arriba. Las enhiestas e inquietantes Gothams de los Jokers del futuro. Estas ciudades verticales se expanden por Norteamérica, Europa y Asia oriental.
Y las horizontales, por África subsahariana y Asia meridional. En ellas residirán dentro de 20 años 2 mil millones de personas más que ahora. Impulsadas por solo tres países: India, China y Nigeria. En ellos el crecimiento esperado en ese período equivale al 35% del correspondiente a la población urbana mundial. ¿Es posible gestionar hídricamente tales monstruos?
Lo normal en las urbes horizontales emergentes es que sus suburbios carezcan de redes de agua. Por ello, sus residentes evacuan sus humanas necesidades en comunas o donde pueden. El vertido generado llega más tarde o más temprano a un cauce, que lo evacua como puede, según el clima. Ni que decir tiene que, en época de grandes lluvias, las riberas inundables y sus residentes o paseantes reciben un regalo maloliente e insalubre. Desechos humanos en estado “puro”. Además, al infiltrarse, las aguas de consumo se contaminan. Nada nuevo que no sepamos, salvo que el problema va creciendo como crecen las ciudades y el hacinamiento de sus habitantes menos favorecidos por la suerte.
Hemos escrito ya bastante sobre las soluciones que vienen de la ONU. Los ODS y el concepto que introducen de «saneamiento mejorado«. Excelente idea, sin duda. Pero disponer de uno saneamiento de este tipo exige acometer con regularidad y eficacia el mantenimiento de letrinas, que deben vaciarse periódicamente. Como es lógico, cuanto más pobre es una familia o una comunidad, más complicado es realizar esta operación con garantía de éxito.
Y lo normal para eliminar el problema es pagar a una persona que vacíe las letrinas sin preguntarle ni preguntarse qué hará con lo extraído. Por eso, lo único que se consigue es enviar el problema de nuevo al cauce, que es donde el vaciador vierte lo vaciado. Así se gestionan las dos terceras partes de los desechos humanos en las ciudades horizontales. Para resolver esta terrible consecuencia del urbanismo emergente en las grandes ciudades, solo queda lo de siempre. Que alguien financie la ejecución de sistemas de saneamiento a largo plazo y regule su gestión.
Volvemos al principio, como siempre. Porque son los gobiernos los encargados de ello, ya que las soluciones existen, pero hay que pagar por la ejecución de las infraestructuras necesarias para implementarlas.
No es un tema baladí, porque en el mundo ya hay 2.300 millones de urbanitas sin sistemas de saneamiento con garantía. Y en el año 2000 eran “solo” 1.900. Y se estima que la carencia de saneamiento seguro cuesta más de 200.000 millones de dólares anuales. El dilema es si es más “rentable” gastar dinero público en sanidad o en obras públicas sanitarias. Porque se gasta de todas formas.
Además de constatar este triste dilema, los que avizoran el futuro del agua en las ciudades, comienzan a hacer sonar alarmas sobre el antes mencionado mal funcionamiento del llamado «saneamiento mejorado» de los ODS en el entorno urbano. Reiteramos que disponer de él, exige espacio y mantenimiento constante. Resolver el saneamiento de manera individual, no es solución. Hay que elegir el saneamiento compartido eficaz. Y no solo dotar de redes y depuradoras adecuadas a las ciudades, sino además mantenerlas. Y ya sabemos que gestionar lodos de depuradora y aguas residuales no es sencillo ni barato. Por eso, la mayoría de las aguas tratadas en las ciudades horizontales se gestionan sin las debidas garantías sanitarias.
Una de las claves para el futuro está en elegir bien el tipo de sistema de saneamiento: con red o sin red. En las ciudades más densas, no se opta por las redes. Las fosas sépticas y las letrinas reinan en ellas. de pozo, son particularmente desafiantes en áreas urbanas densamente pobladas. Ya hemos visto que el problema es el vaciado con garantías. Se realiza en camiones cisterna que deben estar homologados, lo que raras veces sucede. Se acumulan los problemas para los pobres, porque el coste inicial de una letrina o una fosa séptica es muy elevado para ellos. Supera con creces el doble de sus ingresos mensuales. Si además la vacían cuando corresponde, el coste ya sextuplica su sueldo.
Además, la mayoría alquilan una vivienda, porque no pueden comprarla ni construirla. Por su parte, los caseros no están obligados a disponer en ella de conexiones a sistemas de saneamiento, ni por supuesto a construirlas. Si alguno lo hiciera, el coste del alquiler se dispararía, por lo que los inquilinos más pobres prefieren seguir sin conexión.
La solución alternativa de conectar al alcantarillado, que sería la más económica y recomendable, depende lógicamente de que la red en alta exista. Y en la mayoría de los casos, las inversiones de la administración competente no han llegado. Y no hay red a la que conectar.
Por todo lo expuesto, parece que para alcanzar los objetivos más halagüeños de futuro del agua en las grandes ciudades emergentes se necesita lo de siempre. Inversión pública y regulación. Copiar lo ya hecho en el mundo desarrollado, no será fácil, porque en este caso, los gobiernos apostaron por invertir y recuperaron la inversión mediante una regulación legal aplicando el principio de que quien contamina paga.
Pero los gobiernos de las zonas más deprimidas no disponen de tan elevados presupuestos para invertir en sus ciudades. Tampoco lo tienen las agencias de ayuda internacional ni los bancos de desarrollo que solo destinan a estos aspectos el 4% de sus presupuestos anuales. Y se da la paradoja de que un país comprometido con los ODS no puede llegar a cumplirlos.
Se impone un compromiso político para el saneamiento seguro, confiable y asequible para todos. E invertir a corto y medio plazo en las ciudades. Pero también es necesario que el nivel de vida de sus habitantes más pobres se eleve para que los servicios de saneamiento sean asequibles para ellos. Y, además, trabajar duro en la transformación sanitaria de los suburbios descontrolados
Para paliar los efectos adversos de la crisis del saneamiento en las grandes ciudades emergentes, hay que invertir mucho dinero público en infraestructuras. También hay que desarrollar una actividad reguladora acorde con la inversión y el resultado esperado. Y asumir que, sin un mantenimiento adecuado, las inversiones no servirán de nada. Mantenimiento significa esfuerzo y dedicación, pero también presupuestos. Hay que aportarlos y no solo a las infraestructuras.
No será posible que la gran ciudad sea Smart sin haber previamente garantizado el acceso a las redes y a unos sistemas de saneamiento seguros y asequibles para todos sus habitantes y visitantes.
Hay nubes que ensombrecen el escenario del futuro del agua en las ciudades emergentes. Porque la tasa de incremento del terreno urbanizado supera ampliamente la de crecimiento de la población mundial. La consecuencia es que desaparecen tierras de cultivo, ecosistemas y biodiversidad. Y que provocan afecciones a la producción de alimentos y extreman el clima
Pero, además, el terreno agrícola perdido muta en impermeable. Y los acuíferos mueren también. Como vimos hace poco en estas páginas, las áreas urbanas de más rápido crecimiento en zonas costeras, o en llanuras de inundación, se hunden por subsidiencia del terreno. O se ven afectadas cada vez más por avenidas extraordinarias. Es el caso de Yakarta.
Por su parte, el crecimiento horizontal de México DF o de Bangalore provoca la perforación de cada vez más pozos desconectados de redes al estar cada vez más lejos de su radio de acción. Para la gestión del agua, la amenaza se cierne sobre la escasez de agua buena, la proliferación de inundaciones y el saneamiento inexistente o mal mantenido. Insalubre, en cualquier caso
Se impone regular el crecimiento de las grandes ciudades y conjugar su verticalidad con su horizontalidad, también en lo que respecta a la gestión del agua Solo así se convertirán en “smarts”
Lorenzo Correa
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