Nuestra apuesta por elucidar el futuro del agua ya tiene un pasado. Porque hace una década que comenzamos a poder escribir en estas páginas. Y un presente en forma de libro de poemas. Del agua, por supuesto.
Al final de la década, nos situamos hoy en la privilegiada posición del vigía en la cofa desde donde procuramos facilitar la maniobra de las velas altas del navío en el que navegamos hacia el futuro del agua. Es nuestra travesía a la gestión por la seducción. Creemos que es hora de agradecer a nuestros lectores su paciencia y reincidencia en leernos. Y hacerlo formulando unas consideraciones sobre lo que hacemos y para qué hacemos esto que tanto nos agrada.
Cuales son nuestros poderes y cómo habrán de ser los poderes de los gestores del agua en el futuro. Relatos de poder.
Lo que hacemos básicamente es compartir, y nos gusta. No compartimos por tener más “likes” en las redes sociales. Porque no nos interesa especialmente comunicar a los lectores si el año pasado aumentó o disminuyó su número. Ni publicar estadísticas con gráficas rampantes, agradeciendo su fidelidad y vanagloriándonos de nuestro éxito. Nos importa más la calidad y la calidez de los lectores que su número. Y por ahí y solo por ahí va nuestro agradecimiento. Porque la hay y mucha.
Entendemos que la gestión del agua es, como cualquier gestió, un ejercicio de poder. Las incertidumbres del futuro de agua han sido relatadas y contempladas aquí con fruición. Y hemos sacado nuestras consecuencias para el futuro. Las amenazas son constantes. La de la sequía, la de la inundación, la de la carencia de disponibilidad de agua buena en el mundo y de su poco o nada eficaz devolución inocua al medio una vez tratada. También la incidencia del calentamiento global, de la superpoblación. Y el desequilibrio de ubicación espacial de los consumidores, asusta y preocupa.
La repercusión de estas amenazas sobre los seres humanos y sobre el medio, nos alcanza a todos. Sirva como ejemplo la importancia de la carencia de agua de calidad en las migraciones masivas intercontinentales. Individualmente poco podemos hacer para resolverlo, aunque toda aportación personal cuenta. Pero los seres humanos somos seres sociales. Y nuestros problemas se resuelven organizándonos. Para ello hacen falta líderes que nos pidan confianza para “mandar” y nos devuelvan soluciones aceptables para y asumibles por, el grupo. El líder que gestiona el agua, tiene el poder de definir sus usos, su reparto y su tratamiento final.
Normalmente, depositamos nuestra confianza en el Estado. Porque es el líder que gestiona el agua en casi todas partes. Y otras organizaciones con otros líderes, pretenden controlar la gestión que el Estado realiza. Curiosamente, muchas de ellas son “tradicionalistas” en cuanto a su modelo de gestión.
Ese que, ante todo, debe ser respetuoso con el medio que el agua conforma, recorre, vivifica o mata, según su calidad. Este tradicionalismo en no afectar al medio, añorando su estado prístino, se traduce en una apelación constante al Estado, en todas sus conformaciones espaciales. Desde el ministerio al municipio. Porque piensan, creen y afirman que que puede y debe dar soluciones a los problemas existentes. Aunque sea al margen de la vida, de la sociedad y de la gente.
De todas y todos ellos. Por eso se opta por pedir “salvar” algo amenazado por un embalse, por una industria contaminante, por una ocupación urbanística. O por una actividad consumidora de unos recursos que no existen donde pretende ubicarse, o por unos terrenos inundables e inundados que se consideran susceptibles de ocupación aunque estén en zona peligrosa.
¿Cuál es el resultado de esta estrategia? Que cuando se consigue proteger, en muchas ocasiones ya es demasiado tarde.
La conclusión que obtenemos los que abogamos por un cambio de paradigma en el camino hacia el futuro del agua en la travesía de la gestión por la seducción, no es dejar al Estado que haga lo que le plazca, sin exigirle nada, por supuesto. Pero si la conservación del medio y del agua que lo conforma no arranca de un movimiento provisto de una «víscera noble», como decía Josep Pla, ¿quien lo podrá conservar, por más leyes y reglamentos propuestos y destinados a su conservación y mantenimiento posterior?
Se trata de la concepción del poder, con vísceras nobles en el poderoso. Sobre él hay que actuar, pues se asocia, como escribe Rafael Echevarría en su Ontología del Lenguaje “no solo con las acciones que realizamos sino, sobre todo, con el espacio de posibilidades de que disponemos para actuar”. El poder está cosificado, porque es considerado como algo diferente de los individuos que lo observan. Como algo misterioso a lo que se accede, que se puede “conquistar” o “tomar” O como algo que, como el agua, puede llenar el recipiente que cada uno tenga, pasando de unos a otros.
Pero tanto en la concepción católica de la vida, como en la marxista, el poder tiene una connotación negativa. Perdió sus valores positivos primigenios. De ahí el manido concepto de “el poder corrompe”. Por eso en los dos argumentarios fundamentales sobre los que se sustenta nuestra civilización occidental (el de la verdad de los metafísicos y el de la salvación de los cristianos), se denosta al poder si no se subordina a los objetivos de verdad o de salvación. Y a una causa superior que nos hace pensar en el otro mundo.
Pero la apelación a la verdad, legitima la ausencia de respeto mutuo, porque la invocación a la verdad del poderoso se asocia siempre al argumento que ampara el abuso de poder. Por todo lo expuesto, el nuevo paradigma, en lo que se refiere al poder debería alejarse de nuestra concepción metafísica occidental y volver a la época de la Grecia clásica. Una época de mayor riqueza cultural, en la que floreció la democracia.
Al siglo de Pericles y a la antigua Roma, cuya gran obsesión no fue la verdad sino el poder ejercido desde la aceptación de la diversidad humana. Y desde el respeto hacia quienes pensaban y tenían creencias diferentes de ellos. Por eso, cuando el cristianismo conquistó las esferas más altas de influencia en el Imperio, Roma inició su decadencia.
El poder al que nos referimos hoy, es un juicio sobre la capacidad de generar acción. Como los individuos y sus agrupaciones tienen y tendrán inevitablemente capacidades diferentes de generar acciones, resulta que oponerse al poder es autolimitante.
Ahí está ahora la gestión del agua, sobreviviendo en su autolimitación. Pero hay poderes rechazables. Y debemos oponernos a ellos jugando al poder. Teniendo en cuenta que la historia va aumentando cada vez más el proceso de individualización de los seres humanos.
Además, va fomentando diferencias y capacidad de autonomía. Cada vez somos menos iguales, por lo que debemos luchar por la igualdad. Pero por aquella que nos garantice a todos las condiciones básicas para participar en los juegos sociales de poder.
Tener poder es “poder hacer” cuantas más cosas, mejor. Y solo se puede incrementar esta capacidad aprendiendo. Porque solo así ganamos nuevas competencias, que nos permiten hacer lo que antes no podíamos. Además, nuestro poder personal no depende solo de lo que seamos capaces de hacer. También del juicio que los demás tengan sobre lo que somos capaces de hacer.
Para ello, hay tres estrategias de poder personal. La de la seducción, la de la autoridad institucional y la de la fuerza. La nuestra, ya lo saben, es la de la seducción. Esa que que descansa en la capacidad de generar en otros el juicio de que somos una posibilidad para ellos. Si lo generamos, expandimos nuestra capacidad de acción con ellos. Y aumentamos su disposición a otorgar autoridad a lo que declaramos y a aceptar nuestras peticiones.
Con estas ideas en la mochila que desde la ontología del lenguaje y el coaching ontológico nos ofrece el maestro Rafael Echevarría, volvamos a lo nuestro.
Elegiremos un ejemplo de poder ante uno de los problemas más espeluznantes. Las migraciones de personas que buscan una vida mejor, en la que el agua es primordial. Cada vez más, las personas en los países más pobres del mundo se mueven, sin importarles las consecuencias, para encontrar un mundo mejor. También más estable y más responsable. El poder debe decidir cómo se respeta el derecho a la libre circulación de personas que huyen despavoridas de guerras y miserias. Sobre todo, después de la pandemia covidiana
¿Hay que capturar personas en el tránsito y a su llegada a la meta? ¿O es mejor acabar con la miseria en origen?
El poder tiene que indignarse ante las deplorables condiciones de vida que cada vez más padecen. Y trabajar sobre la base de que solo un desarrollo económico más equitativo garantizará la convivencia en el futuro. En nuestro ámbito hídrico, ese desarrollo supone garantizar el acceso al agua potable. Y a la higiene y el saneamiento para todos. Claro que no será suficiente para saciar las ansias de una vida mejor que haga olvidar la tendencia a abandonar aldeas y pueblos. Pero será el primer paso hacia una mejora de la dignidad humana. Por eso conseguir que los niños tengan acceso a agua segura, instalaciones adaptadas de saneamiento en las escuelas y equipamiento de espacios públicos es un deber para los que detentan el poder.
Dignidad que se acrecentará asumiendo que si el acceso a una educación de calidad es la mejor garantía de un cambio positivo en el bienestar humano del necesitado y del respeto de los derechos de todos, la única forma de asegurar ese logro es la de facilitar el acceso universal al agua indispensable para la higiene y el saneamiento.
Quien tiene el poder recibe peticiones. Entre ellas muchas de asociaciones que persiguen sin descanso el desarrollo de servicios básicos de calidad, dejando en claro que nada es imposible, solo priorizable. Y que la mejor manera de atender sus peticiones es dotando de capacidad suficiente,es decir ampliando la capacidad de acción de los actores.
Aprenden y se empoderan. Solo entonces pueden comenzar a equipar pequeños locales, escuelas o centros de salud. Aplicando innovaciones técnicas y metodológicas que brindan servicios más autónomos y apropiados a la población. El objetivo de estos programas de poder es el de permitir el acceso a todos a unas prestaciones básicas con el mismo nivel de servicio.
Así se gestiona el futuro del agua desde el poder. Y este no es más que un pequeño ejemplo de realidades que ya son tangibles en algunos países africanos. Y que avizoramos en la senda hacia el futuro del agua, en la travesía de la gestión por la seducción
Aprendiendo de ustedes, ampliaremos nuestro espacio de posibilidades de actuación y seremos más poderosos, en el buen sentido de la palabra.
Lorenzo Correa
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