Nuestra fotógrafa de guardia esta semana ha sido Gloria. Fue a Nueva York, engalanada ya de luces navideñas y al llegar al río Hudson, se dispuso al leer un poema de un libro mítico. Dedicado precisamente a la Navidad en el Hudson, río con poeta ¡Y qué poeta Federico García Lorca!
Leedlo completo:
“Esa esponja gris! Ese marinero recién degollado. Ese río grande. Esa brisa de límites oscuros. Ese filo, amor, ese filo.
Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo, con el mundo de aristas que ven todos los ojos, con el mundo que no se puede recorrer sin caballos. Estaban uno, cien, mil marineros luchando con el mundo de las agudas velocidades, sin enterarse de que el mundo estaba solo por el cielo.
El mundo solo por el cielo solo. Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.
Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango. El mundo solo por el cielo solo y el aire a la salida de todas las aldeas.
Cantaba la lombriz el terror de la rueda y el marinero degollado cantaba al oso de agua que lo había de estrechar; y todos cantaban aleluya, aleluya. Cielo desierto. Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.
He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales dejándome la sangre por la escayola de los proyectos, ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura. No importa que cada minuto un niño nuevo agite sus ramitos de venas, ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas, calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura. Alba no. Fábula inerte. Sólo esto: desembocadura. ¡Oh esponja mía gris! ¡Oh cuello mío recién degollado! ¡Oh río grande mío! ¡Oh brisa mía de límites que no son míos! ¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!”
Símbolo acuático de una ciudad mundo es el Hudson. Con el puente de Brooklyn, ambos dibujan la cruz que consagra a Nueva York como una ciudad fluvial entre muchos rascacielos enhiestos e inacabables y una estatua dedicada a la libertad. La que el río recupera al llegar al mar, una vez rebasada la ciudad.
Imitando a lo que Federico hizo 93 años antes, Gloria se fue a leer el poema a una terraza luchando con la luna, divisando enjambres de ventanas iluminadas que reflejaban su luminosa coquetería en el río del poema, mientras esperaban la llegada de la Navidad. Contempló de nuevo «esa esponja gris» ese «río grande» y ese «cielo desierto». Y lo compartió con nosotros en las fotos del Hudson que nos envía.
Un río con poema que divisa, gracias al poeta, vivísimos hormigueros y en cuyo lecho yacen las monedas en el fango. Que padece la soledad del río grande que llega con las manos vacías a su desembocadura.
Lorca estaba triste cuando escribió el poema. Nosotros no, porque llega la Navidad. Y aunque no tengamos cerca ningún río grande que pueda llevar agua a su desembocadura, nos alegramos de ver uno tan ufano y orgulloso como el Hudson. Que puede presumir, alegre y caudaloso siempre, de su poema.
Lorenzo Correa
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