En Fontibre está el nacimiento del Ebro. Eso leíamos en nuestros viejos libros infantiles de geografía. Desde allí lo vemos, y lo veis en nuestra foto de portada, estrecho y modesto. Pero la tradición dice que nace allí, cerca del tramo en el que se yergue la imagen de la Virgen del Pilar.
Besan la peana de la la virgen, reina del cauce e instalada en pleno lecho, aguas que se detendrán en el cercano embalse. Una verdadera escultura del dominio público. Recordamos a Don Manuel Lorenzo Pardo, adelantado de las confederaciones, mientras bordeamos su embalse más querido. Allí reflexionamos sobre los orígenes del Ebro.
Cuenta Mariano Barrera en su monumental obra «Las aguas del Ebro» que la entrada en funcionamiento del embalse del Ebro en 1945, si no alteró el nacimiento del río, que ya era entonces bastante polémico, sí modificó la red fluvial de sus afluentes. Porque algunos de ellos quedaron incorporados de hecho al vaso del embalse.
Por eso, decir que el nacimiento del Ebro está en Fontibre, es algo puramente tradicional. Basado, eso sí, en que allí está la surgencia más vistosa, alimentada por cuatro manantiales. La Fuentona, el Pozo de los Muertos, la Fontanuca y el Nacimiento de Enmedio. Y claro, como casi siempre manan, la virgen se siente siempre muy arrullada por las aguas.
Alimentó el debate un siglo antes el ingeniero Pedro Antonio de Mesa, calificando a esa fuente de cuatro manantiales como el río de Fontibre, que vierte en el río de Híjar. Y éste sí que nace alto, en el pico de Tres Mares de la Sierra de Peña Labra. El nacimiento del Ebro.
Sigamos hacia el embalse. La construcción de la presa 1945, modificó de forma notable una parte de la red hidrográfica de esa cuenca alta, la de los cauces que afluían al principal por su margen izquierda. Esos que ahora son solo pequeños riachuelos periféricos al embalse, con una parte importante de su curso original incorporado a su vaso.
Sin embargo, bien está la virgen en donde mora su imagen. Rodeada por un frondoso bosquecillo, fija el lugar ideal donde celebrar el nacimiento del Ebro. Al fin y al cabo, lo importante es que fluya y llene el embalse de bendiciones acuáticas. Así nos despedimos de él desde la raya de Castilla y Cantabria. Contemplando la cuenca nevada, que nos anima a continuar el viaje hacia otras tierras muy lejanas a las que llegarán sus caudales ubérrimos. Aunque no todos sus habitantes puedan disfrutar de ellos.
Lorenzo Correa
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