Estremece, una y otra vez visitar un cauce urbano después de una precipitación intensa que pone fin provisionalmente a un episodio de sequía. Y es que entonces el cauce es un imán que atrae todo lo que en el espacio fluvial de los afluentes de su cuenca se acumula por inútil o inservible.
Cierto es que muchas personas con limitado civismo, utilizan el cauce para eliminar todo aquello que no necesitan. O, en casos extremos que rozan el gamberrismo, disfrutan lanzando al río lo que les apetece. Curiosa diversión.
Sin embargo, los paseantes en río humanos y modestos, que ya creemos haberlo visto todo, seguimos sorprendiéndonos día tras día. Y no podemos admitir que en los tiempos que corren se siga lanzando todo lo que sobra al río, o dejándolo acopiado en su espacio fluvial. Debe ser que el cauce es un imán. Y las cosas van a él atraídas por su significativo magnetismo.
Si los niños en su inmensa mayoría van a la escuela hasta muy tarde, deberían salir de ella, ya en la mocedad, con unos valores y principios éticos que habrían de impedir estas actuaciones. En el caso de los adultos, la información sobre los cuidados de la naturaleza es tanta, que extraña que estas actitudes puedan seguir imperando en muchos.
Por lo tanto, queremos pensar que todo es culpa de un mágico magnetismo. Que el río dispone de alguna gracia que atrae la voluntad de los ribereños y turistas. O directamente a los objetos depositados en su zona inundable.
Nos alejamos más tranquilos después de haber llegado a esta conclusión. Afortunadamente, al ir caminando hacia aguas arriba, contemplamos un cauce más limpio. Aquí, hasta ahora el cauce es un imán también. Pero solo de plantas gramíneas alóctonas.
Lorenzo Correa
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