El río buzón no admite correspondencia


En nuestro fascinante peregrinar por los ríos humanos, hoy hemos topado con un río buzón. Habíamos recorrido ríos gasolinera, y ríos con túnel, pero nunca como ahora, habíamos visto un río buzón.

Lejos queda, muy lejos, de esos ríos verde puro, ornados de chopos y divisados desde lo alto por blancas nubes. Esas que desean volverse negras y abrir su buche sobre los sauces del remanso. Generando agua rizada en la que jueguen peces, batracios y pájaros.

Aquí no hay chopos, ni sauces ni peces. Solo alguna tapa de alcantarilla que denota un importante ahorro en expropiaciones al tender la red de drenaje de aguas pluviales. Y que cuando llueve poco le recuerda al río que las aguas que no bajan al mar por su cauce, están discurriendo ocultas bajo su lecho.

En este río dejado de la mano de la estética hay cajeros potentes de hormigón armado. En parte, camuflados bajo una capa verde que recuerda márgenes frondosos.  También, un lecho rasurado con algunas briznas de vegetación. Algo de basura y,  al final, un buzón rectangular.

Dan ganas de llevar alguna misiva dirigida a otro río ultramarino. Para  dejarla en él e  informarle de cómo está uno de sus colegas a este lado del mar.

Paseamos por la calle enmurallada del margen izquierdo admirando el espacio fluvial, la vegetación de ribera y la negrura de la embocadura del buzón.  Y deseamos llegar cuanto antes al paseo marítimo. Para que la visión de la playa nos endulce el paseo.

Antes de dejar atrás para siempre la boca del buzón, miramos un momento el cauce sobrecogidos. En el contraluz de la tarde veraniega, bajamos la cabeza y esbozamos una triste sonrisa, muy urbana.

Lorenzo Correa

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