Las exigencias de los agricultores europeos iniciadas a comienzos de 2024 con enormes movilizaciones en toda Europa, pretendían reivindicar mejoras de todo tipo para defenderse de las importaciones de países de fuera de la UE y actuaciones de mejora de las zonas regables. En Francia, estas acciones se han mezclado con las que pretenden asegurar el riego en estos tiempos de sequía mediante la construcción de mega balsas.
Se denominan así las grandes balsas de riego, excavadas en la tierra e impermeabilizadas, listas para recibir aguas subterráneas bombeadas al efecto cuando los acuíferos están llenos o cuando los cauces más cercanos llevan caudales sobrantes suficientes.
Una de sus particularidades es que se elevan unos 10 m sobre el terreno. A diferencia de los embalses tradicionales, no se llenan captando caudales circulantes, ni por la escorrentía pluvial. Lo hacen bombeando del acuífero casi siempre, aunque en alguna ocasión el agua viene del río. Y, a veces, combinan bombeo superficial y subterráneo.
De ahí sus defensores les llamen embalses de “sustitución”, porque su objetivo es sustituir las extracciones directas del medio ambiente en verano por extracciones en otoño/invierno. El adjetivo “mega” en estos casos significa que las balsas deben tener capacidad suficiente para almacenar más de 50.000 m 3 y /o una superficie superior a 1 ha. De media, su superficie de 8 ha, aunque pero las más grandes llegan a las 18 ha, unas 300 piscinas olímpicas.
Es difícil saber con exactitud cuántos proyectos de mega balsas existen en Francia, porque no existe ningún cálculo de costes nacional para estas reservas dedicadas al riego agrícola. Aunque se estima que están operativas entre mil y dos mil. En cualquier caso, las zonas regables han aumentado en Francia un 14% en la última década.
Parece que hay un centenar de proyectos que cuentan con inversión pública. Una cifra muy inferior al censo realizado por las asociaciones Bassines non merci y Le Soulèvement de la Terre, que calculan que hay algo menos de 300, de los cuales una parte importante aún está en estudio.
Los departamentos estudiados en los proyectos son Nueva Aquitania y el País del Loira, así como las regiones Centro y Bretaña. En todos ellos las planicies caracterizan el paisaje y por ello es imposible construir presas de embalse en los ríos.
Las primeras se hicieron en los años 80 en la marisma de Poitou (en francés, marais poitevin). Es una zona pantanosa de unas 100 000 ha de superficie sobre un antiguo golfo marino del Litoral Atlántico francés. Se extiende a lo largo de los departamentos de Vendée, Deux-Sèvres y Charente Marítimo (en las regiones de Pays de la Loire y Poitou-Charentes).
El espacio abandonado por el mar se ha ido lentamente rellenando de tierras de aluvión de orígenes marino o fluvial. El resultado es una gran extensión llana a cota casi 0, en la que 47 000 ha se han desecado completamente y otras 19 000 de forma parcial con lo que se utilizan para pastos y cultivos. Mientras que la parte más oriental (unas 29 000) permanece cubierta de canales a menudo navegables lo que le vale es sobrenombre de la Venecia Verde.
Al norte de la marisma, los ríos nacen en una zona de base de baja permeabilidad con, por tanto, una densa red hidrográfica. Al acercarse, mojan una zona muy permeable donde dominan los flujos subterráneos. Además, gran parte de los suelos denominados “groie” de la región tienen una capacidad de reserva de agua muy baja. En los años 1970 y 1980, el muy marcado desarrollo del regadío, fomentado y apoyado financieramente por el Estado, provocó un marcado deterioro de los entornos naturales, secándose los ríos y las marismas.
Visto el éxito y el apoyo gubernamental obtenido, la construcción de maga balsas se amplió a la región de la Vendée. Allí, a partir de los años 90, las extracciones de aguas subterráneas en verano provocaron un descenso del nivel freático por debajo del nivel del mar, con intrusión salina. Y provocaron la inversión del sentido de la corriente de algunos ríos.
Ante la marcada degradación del medio, se decidió implantar la solución de las mega balsas. En lugar de reducir drásticamente los volúmenes extraídos anualmente, se sustituyeron extracciones directas en verano por extracciones en invierno. Y se almacenaron. Ya hay 25 balsas construidas y 30 más en proyecto.
Las conclusiones extraídas de las experiencias de ambas regiones, suponen lo siguiente. Las primeras balsas se construyeron con objeto de garantizar agua para el riego, adoptando al mismo tiempo normas de gestión de las extracciones más protectoras del medio ambiente.
La gestión colectiva ha abierto el diálogo entre territorios. De ellos se extraen dudas sobre la sostenibilidad del sistema. Así, el número de días en los que es posible llenar la balsa tiende a disminuir, aunque estos criterios, sin duda, todavía no son suficientemente protectores.
También se cuestionan las pérdidas asociadas por evaporación que podrían aumentar significativamente con el cambio climático, así como la calidad del agua que podría deteriorarse. Se está trabajando para cuantificar estos elementos y, en última instancia, intentar reducirlos. La gestión colectiva y pública puede facilitar la sensibilización y permitir la orientación hacia las opciones más sostenibles.
Sin embargo, son un hecho los planes gubernamentales para acelerar y ampliar la construcción de mega balsas. Y, como era de esperar, han encontrado una fuerte reacción entre entidades ecologistas, movimientos y partidos políticos afines a ellas.
Se oponen a la proliferación con fondos públicos de estas balsas, que suponen un “acaparamiento” de agua por parte de los grandes regantes, en beneficio de la agroindustria. Y también para la exportación, que perpetúa un modelo cuestionado por el calentamiento global.
Las agencias de agua, gestores de las cuencas francesas, llevan a cabo la planificación y financian las actuaciones a realizar en cada cuenca hasta un 70%, gracias a las tasas que cobran en las facturas del agua. La construcción de una mega balsa cuesta varios millones de euros (7 millones en el caso de Sainte-Soline).
Los prefectos tienen un papel decisivo en la autorización de proyectos y gestionan la consulta y firma de posibles protocolos de entendimiento entre los diferentes actores (Estado, agricultores, asociaciones ecologistas, etc.). La mayoría de autorizaciones concedidas son impugnadas ante los tribunales. En Vienne, el Estado autorizó 30 mega balsas en contra de la opinión del área metropolitana de Poitiers. En Deux-Sèvres, las asociaciones ecologistas se retiraron del memorando de acuerdo ante la escasez de compensaciones medioambientales.
Ya tenemos servida la controversia de quienes acusan de presuntos acaparadores de agua a unos agricultores que definen esa reserva como un seguro de cosechas esencial para su supervivencia frente a las sequías recurrentes.
Las protestas más fuertes comenzaron en marzo de 2023 cuando Macron presentó el “Plan de acción para una gestión resiliente y concertada del agua”. En él se exige, para 2030, una reducción del consumo de todos los sectores económicos en un 10% respecto a las cifras de 2019. Y es la agricultura, captadora del 58% del recurso total de agua dulce, la llamada a jugar un rol estelar en la consecución de este objetivo.
Difícil, porque debido al calentamiento global, la producción agrícola cada vez necesita más agua para sobrevivir. Por eso, la agricultura no aportará nada al plan hídrico, pues el objetivo no es reducir sus extracciones, sino no aumentarlas, a pesar de la sequía. De ahí las importancia de las mega balsas o depósitos de reserva, que teóricamente captan el agua cuando sobra para usarla cuando el acuífero y el río están exhaustos. Y en ese “sobra” reside la controversia.
En ese mismo mes, se produjeron los primeros violentos enfrentamientos en Sain Soline, departamento de Deux-Sèvres. Acudieron más de 3.000 policías con helicópteros, cañones de agua y granadas con gases lacrimógenos. Resultaron heridas 200 personas y 20 detenidas. Más tarde, el Ministro de Interior Darmanin intentó disolver el movimiento Soluèvements de la Terre.
En fin, con Mauzé-sur-le-Mignon, Sainte-Soline forma parte de un proyecto controvertido de 16 embalses en las cuencas de Sèvre Niortaise y Mignon. Para los opositores, solo darían agua al 6% de agricultores y agricultoras del departamento.
En cualquier caso, a comienzos de 2024, el Ministro de Agricultura reafirmó que el gobierno trabajaría para acelerar su construcción. Además, respondiendo al malestar agrícola, prometió facilitar trámites. Porque en la mayoría de los casos deben iniciarse procedimientos contenciosos que amplían los plazos. Pero , un decreto publicado en mayo limita las posibilidades de recurso y permite ahora resolver los conflictos en un plazo máximo de diez meses.
El ministro aún llegó más lejos al anunciar la creación de un “fondo hidráulico”, derivado del citado “Plan Hídrico” y previsto en la ley de finanzas de 2024. Con él se ayudará a los agricultores a invertir en proyectos de almacenamiento de agua, reutilización de aguas residuales en los campos o modernización de los sistemas hidráulicos.
Este fondo debe dar prioridad a «proyectos virtuosos: compromiso agroecológico, reducción del consumo de agua, evolución de las prácticas culturales, etc. Y será dotado con 20 millones de euros a partir de 2024.
Las movilizaciones siguen creciendo y hace menos de un mes, se produjo la última, bajo el lema “No Basaran”. Más de 15.000 personas se reunieron en el la Village de l’Eau,un campamento acogido por la alcaldía de Melle.
Los manifestantes denunciaban estar ante un nuevo caso de privatización del agua,al servicio del sector del cereal francés, que esta vez genera un agravio comparativo entre la agricultura de subsistencia y la agroindustria. Les apoyaba la Confédération Paysanne, el tercer sindicato agrario de Francia. El maíz, que se lleva el 25% del recurso agua en Francia, es el principal beneficiario. Sin embargo, está destinado principalmente a la alimentación del ganado y a la exportación.
La movilización consistió en dos jornadas maratonianas, pese a las consecuencias que suponía la ilegalización de las manifestaciones. La primera jornada de acciones del viernes 19 de julio consiguió boicotear una mega balsa propiedad de Pampr’oeuf, el mayor productor de huevos del país.
En referencia a las cometas palestinas lanzadas desde Gaza para molestar al ejército israelí, los manifestantes hicieron volar dos cometas que consiguieron llenar de lentejas de agua la balsa, con el objetivo de obstruir las canalizaciones de la instalación.
En la segunda jornada, el objetivo era bloquear La Pallice, en La Rochelle, segundo puerto exportador de cereales de Francia, Por tierra, mediante la ayuda de tractores y columnas de personas se bloquearon los silos de Soufflet, una gran empresa comercializadora de cereales que apoya la ampliación del puerto y los mega-embalses. Por mar, los manifestantes se unieron con kayaks.
Así están las cosas. Mientras tanto, los proyectos de mega balsas cuentan con financiación de la Política Agraria Común (PAC) de la UE. Un conflicto más del agua en Europa. para unos, es una lucha entre el sector agrario y el movimiento ecologista. Para otros, la pelea es contra el libre mercado y sus tratados de libre comercio.
Una lucha contra la especulación y la financiarización del campo que tiene como objetivo también la preservación del agua como bien común y garantizar la soberanía alimentaria y la sostenibilidad económica a largo plazo al sector agroganadero francés.
A este movimiento le llaman la Marea Azul. Seguiremos de cerca su deriva, porque es otro elemento clave para conocer mejor lo que nos augura el futuro del agua.
Por su parte, los defensores proclaman que las mega balsas permiten garantizar el rendimiento agrícola evitando conflictos de uso en verano. También se presentan como una adaptación al cambio climático, contemplado en el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático
En resumen. Las reservas agrícolas de riego protagonizan un apasionante y apasionado debate. Que llega a la violencia que marcó la movilización en Sainte-Soline.
¿Son las mega balsas una solución razonable para la paliar escasez de agua en verano o solo son símbolo de mala adaptación al cambio climático?
Lorenzo Correa
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