La corriente marina del Niño, cálida, estacional y ecuatorial, asusta. Y eso que no es más que un fenómeno atmosférico que sucede cuando en el cálido Pacífico tropical, el agua se calienta. Entonces, la corriente se mueve de norte a sur y llega a las costas ecuatorianas y peruanas entre el 18 y 25 de diciembre de cada año (de ahí su denominación). Pero El Niño empieza a gestarse en abril cuando se debilitan los vientos alisios y dos meses después se ven las manchas de aguas calientes frente a Perú. También se siente en Bogotá.
Inquieta El Niño. Cada vez más, porque se relaciona su creciente potencia con el cambio climático. Se recuerda que, en el penúltimo fenómeno registrado, el del año 2016, esas manchas se vieron en marzo. Y que ese adelanto fue el preludio del más potente episodio del último siglo.
Durante El Niño de 2015-2016, Colombia vio una disminución del 40% en las precipitaciones. Se sobrecargó la red eléctrica y se dispararon los costes de la electricidad. Y aumentaron, los riesgos de apagones . En 1992, una sequía sin precedentes y patrones de El Niño causaron una grave crisis energética , con el gobierno implementando racionamiento de energía por hasta 9 horas al día en Bogotá y 18 horas al día en San Andrés y Providencia durante casi un año entero.
El presidente César Gaviria adelantó los relojes una hora para asegurar una hora extra de luz diurna cada día, cambiando la zona horaria de Colombia de UTC-5 a UTC-4 a la medianoche del 2 de mayo de 1992. La medida, conocida informalmente como la «Hora Gaviria», duró nueve meses.
Este año, el Niño, otra vez. Y más problemas con el agua. La recurrencia de El Niño está documentada históricamente y los desastrólogos anuncian que sus efectos se acentuarán debido al cambio climático. Porque éste hará que los patrones de precipitaciones sean cada vez más erráticos, y muchos países se enfrenten a un mayor riesgo de inundaciones, sequías o ambas cosas.
Como Niño habemus, en julio de 2023, la Organización Meteorológica Mundial declaró a bombo y platillo su inicio de temporada. Toda Colombia sintió sus efectos de lleno, aunque tomó medidas preventivas.
Una de ellas, aumentar las tarifas energéticas en agosto de 2023. Otra, importar más gas natural licuado para abastecer sus centrales termoeléctricas en caso de que se redujera el suministro hidroeléctrico. ¿Estaremos a las puertas de otro Day Zero en Bogotá?
Ya en octubre de 2023, los expertos advirtieron sobre una temporada sequía prolongada y el riesgo de una mayor inflación, recordando los efectos Niños anteriores. Llegamos a abril de 2024 y los embalses de Colombia estaban a menos del 30% de su capacidad, muy por debajo de los promedios históricos.
Sin embargo, en esta ocasión, el país fue capaz de satisfacer la demanda energética..
Continuando con las medidas previsoras, el alcalde de Bogotá anunció entonces algunas nuevas para reducir el consumo de agua a sus 9 millones de habitantes. Se añadieron a las ya impuestas restricciones de agua en la mayoría de los barrios y a la petición a los residentes de ducharse en cinco minutos.
Entonces se impusieron a todos los hogares que consumieran más de 22 m3 mensuales, tarifas adicionales. También se amenazó con multar con hasta 300 dólares a las personas que lavasen sus vehículos en la calle o realizasen otras actividades que se consideraran un derroche de agua.
Pero el racionamiento de agua es algo poco común en Bogotá. La ciudad está asentada sobre una meseta y es una de las capitales más altas del mundo, a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar. Al este se encuentran los picos de los Andes y al oeste hay un exuberante valle por el que serpentea el Magdalena, el río más grande de Colombia y un recurso vital de agua.
Pero varios meses de clima seco, provocados por el fenómeno de El Niño, vaciaron los embalses que abastecen a la ciudad y provocaron incendios forestales en enero.
La principal fuente de agua de Bogotá, es el llamado Sistema Chingaza, mediante los embalses de Chingaza o Chuza y San Rafael. Ellos abastecen a la ciudad de 9 millones de habitantes con el 70% de sus necesidades hídricas. Y la pasada primavera llegaron al nivel mínimo de su historia. El 15% de su capacidad, garantizando agua para solo dos meses.
Conozcamos su historia. El abastecimiento de Bogotá en 1927 consistía en un caudal de 1 m3/s con el que se dotaba a los 300.000 habitantes de la época. En menos de 100 años, la población se ha multiplicado por 30. Según fue creciendo, fueron haciendo exploraciones para encontrar nuevos recursos en los páramos de Neusa y Chisacá, en las hoyas de los ríos Siecha, Teusacá y Mundo Nuevo.
En 1933, el ingeniero Luis José Castro emprendió viajes a lomo de mula por el páramo de Chingaza y fue el primero en advertir sobre la riqueza de su recurso hídrico. Comprobó que podrían derivarse a la urbe 4 m3/s, para resolver los problemas de futuro. Pero a la ciudad le pareció costoso e innecesario debido a que solo necesitaba la tercera parte de ese caudal.
La población y la industria continuó creciendo y fueron necesarias más obras de abastecimiento. Hasta que en 1966 se decidió que el agua debería venir de Chingaza. Mediante un sistema de embalses de 15.000 ha de superficie y presas que aseguraran un caudal de 6 m3/s.
Del embalse en el río La Playa, saldría una conducción de 61 km. Con cuatro túneles y un costo aproximado de 743 millones de pesos de la época. Chingaza era la fuente elegida, tanto por la calidad del agua como por el sistema de conducción por gravedad. En 1972 comenzaron las obras.
Centenares de obreros e ingenieros vivían en campamentos construidos a más de 3000 m de altura, en pleno páramo. Hasta allí solo podía llegarse por caminos de montaña a lomo de mula, tras largas horas de camino. La guinda del sistema fue el embalse del río Chuza.
Con una capacidad de 250 hm3 , Chuza permitió derivar 25 m3/s. Y aseguró la garantía de abastecimiento de agua para Bogotá hasta más allá del año 2020.
Como puede comprobarse, además del manido cambio climático, hay una causa fundamental de las restricciones. El hecho de que una ciudad capital del país haya multiplicado por 30 su población en menos de un siglo. Y así llegamos a 2024, año de Niño.
En abril, se llegó a imponer un sistema de racionamiento de agua que divide la ciudad en nueve zonas, a cada una de las cuales se le corta el suministro de agua durante 24 horas, de forma rotativa. Así se logró rápidamente reducir el consumo de agua de la ciudad ha bajado de 17,84 m3 /s a 16,01 m3 /s. Con el objetivo de llegar a los 15 m3 /s para que los embalses se recuperen.
A finales de julio, las autoridades informaron que la medida de racionamiento de agua se extenderá hasta octubre de 2024, con el objetivo de que los embalses lleguen al 75% de su capacidad, en previsión de una sequía en los primeros tres meses de 2025.
.Esta ha sido la primera vez en la historia reciente que Bogotá se ve obligada a implementar medidas de racionamiento de agua.
Veamos algunas soluciones destinadas a paliar estas terribles secuelas. Las también agravadas por la deforestación de cuencas y el aumento de la demografía concentrada en una megápolis.
Una es la proliferación de soluciones basadas en la naturaleza o infraestructuras verdes. Investigaciones recientes de WRI Colombia, Conservation International Colombia y la empresa de agua de Bogotá demostraron que la infraestructura natural podría desempeñar un papel importante en la diversificación de los recursos que abastecen a la ciudad. Y así se permitiría ahorrar dinero a la empresa operadora del abastecimiento local y, en última instancia, mejorar la garantía de suministro.
Existen importantes oportunidades para la infraestructura natural en los páramos cercanos a la ciudad, o pastizales de gran altitud. Estas incluyen la restauración de ecosistemas y sistemas silvopastoriles, que combinan el crecimiento de árboles y la producción ganadera en la misma tierra. Implementar tales soluciones en solo el 2% de la cuenca alta del río Bogotá, la segunda fuente de agua más importante de la ciudad, ayudaría a reducir la presencia de sedimentos en el agua. Y ahorraría dinero a la empresa de servicios públicos local en su tratamiento.
Las mejoras en la calidad del agua también harían que la cuenca del río Bogotá fuera una fuente de agua más confiable. Ello permitiría a la ciudad diversificar su suministro de agua. Esto haría que Bogotá dependiera menos del sistema de embalses de Chingaza y fuera más resistente a la sequía y otras amenazas.
Otra es la reducción de la dependencia de la energía hidroeléctrica y de las emisiones incorporando más energía renovable a su matriz energética. Las investigaciones muestran que el país tiene un potencial significativo para ampliar su capacidad de generación de energía eólica y solar. Hasta 30 y 32 GW, respectivamente .
Porque el sector energético de Colombia es especialmente vulnerable a la sequía. El país depende de la energía hidroeléctrica para aproximadamente el 75% de su generación eléctrica.
Lorenzo Correa
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