El embalse vacío nos deja ver un río de vacaciones. En pleno descanso canicular, sus aguas sestean en el lecho, sin alterar ni humedecer un ápice los taludes bien rasurados que le rodean. Es el recinto amurallado que le impide salir a conocer los alrededores.
La altura de la presa que lo acuna define el renacer de la ribera arbolada. Y allá abajo, el río espera al otoño para culminar sus vacaciones. El paseante descubre caminos, calzadas y puentes que ya nadie recuerda haber utilizado. Todas las obras públicas de antaño iniciaron también unas eternas vacaciones cuando la presa se acabó de construir.
Pero de cuando en cuando, vuelven a salir de las profundidades inundadas y se secan al sol, como en la playa, enseñando sus vergüenzas a los transeúntes. Aunque no todo son vergüenzas, a fe mía.
Ese puente que se admira en la foto de José Luis Vinuesa, emerge ahora de las aguas que casi siempre lo envuelven en un envoltorio líquido que solo se deshace cuando la sequía impera. Y a cada uno de sus estribos llega un tramo carretero que serpentea por las márgenes hasta encontrar sus estribos.
Bella imagen de la cola del embalse seco. Sorpresa estética para quienes solo esperan ver fango y tierra agrietada en el lecho de un río que está de vacaciones.
Gracias a este regalo, podemos asegurar hoy que el «vaso» está medio lleno
Lorenzo Correa
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