En Sicilia, la provincia de Enna es la única que no “toca” mar. En esta provincia interior, sin salida al Mediterráneo, solo se puede “tocar” agua dulce. La del lago Pergusa, que es el mayor de la isla. Pero hoy, este escenario en el que sucedieron los hechos mitológicos que Homero y Ovidio relataron, está seco desde finales de junio.
Para empezar, recordemos el mito del origen de la primavera.
El mito del origen de la primavera. Cambio climático legendario
Antes de la sequía actual, ya hubo otra extrema. Recordemos, pues, el mito, porque nos habla de aquella sequía. Todo era verde y florido en aquel lago en el que siempre reinaba la primavera. En él, vivían Ceres, diosa de la agricultura y su hija Proserpina. Se ocupaban de mantener la fertilidad de los campos sicilianos. Y con ella, la felicidad de los agricultores que poco tenían que hacer para mantener y disfrutar un paisaje bucólico. Hasta que un malhadado día, las fértiles tierras se convirtieron en estériles parajes.
Porque Plutón, señor del inframundo, decidió un hacer una excursión por las colinas que rodean el monte Etna para comprobar el estado de las cuevas. Venus, que estaba jugando con Cupido en el monte Erice, lo vio por casualidad conduciendo su carro por los campos de la isla.
Como Plutón, de entre todos los dioses, era el único que nunca se había enamorado, Venus pidió a Cupido, que dirigía la fuerza primordial del amor y la llevaba a los mortales algo insólito. Que le disparara una flecha en el corazón para obligarlo a enamorarse de una mujer y convertirla en emperatriz del reino de los muertos.
Cuando la bellísima Proserpina, como cada día, recogía flores a orillas del lago, fue raptada por un enloquecido Plutón, rendido por la belleza de la hija de Ceres. Así vengaba Venus los celos que sentía por Proserpina.
Y Plutón se la llevó al reino de los muertos, abriendo una brecha en la tierra con su cetro. Por ahí desaparecieron ambos. Ceres la buscó sin éxito, olvidándose de seguir dando vida a sus tierras. Entonces todo se marchitó, mientras el frío acabó con cualquier vestigio de fertilidad .
Una náyade, que acabó convertida en río al llorar desconsoladamente tras no poder evitar el rapto de su amiga Proserpina, la informó del secuestro, pero no del secuestrador. Y Ceres, furiosa, acabó condenando a los sicilianos a morir de hambre y frío. Un antecedente del cambio climático, en este caso, inducido no por el ser humano, sino por una diosa despechada.
Más tarde, Aretusa, acuática ninfa, desvela el tenebroso paradero de Proserpina. Ceres ascendió al Olimpo y le exigió Júpiter, padre de su hija, que obligara a Plutón a devolvérsela. Júpiter accedió. Pero solo si Proserpina no hubiera comido ningún alimento en el inframundo.
Por desgracia, había comido siete granos de una granada ofrecida por Plutón. Sentencia de Zeus : Proserpina pasará con su esposo siete meses al año y los otros cinco regresará con su madre al mundo de los vivos. Y así surgió el ciclo de las estaciones.
Desde entonces, los meses que Proserpina moraba en el Averno, Ceres, abatida, descuidaba los campos. Los demás, llenaba de riqueza las tierras, haciendo brillar el sol durante muchas horas al día Con Proserpina llegaba la primavera a Sicilia y el agua al lago de Pergusa.
La realidad del lago seco, ¿a causa del cambio climático?
Pergusa está situado en el centro de la isla, a un par de kilómetros de la capital provincial, Enna, y en una cuenca amurallada por altas cumbres y surcada por valles dorados por el trigo. El pan de la antigua Roma imperial, era fruto de esas espigas. Ese lago, cuando está ufano, es un bello oasis que destaca el verdor de sus riberas en un paisaje árido y seco. Al ser endorreico, no se nutre de ningún cauce. Solo depende del dios de la lluvia, para que la diosa Ceres pueda seguir garantizando la fertilidad de la región. Cuando los dioses son propicios, su nivel medio es de 4 metros.
No seremos muy originales si recordamos que, como buena región mediterránea que es, Sicilia sufre los efectos devastadores de una terrible y prolongada sequía. No hace falta que hagamos notar que sus temperaturas son increíblemente altas. Ni que el mes julio del pasado año fue el más caluroso de los últimos 20 años.
Todos estos datos suponen dar por sabido que hay restricciones en la isla. Ciudades y campos pasan sed. Un millón de ciudadanos tiene agua en sus grifos unas horas al día. Los embalses están secos. El campo saca cada vez cosechas más escasas y la industria agroalimentaria se arruina.
Porque al no llover, aquellos ríos tan evocadores de los aborígenes sicilianos, están secos. Sobre todo, los tres mencionados por Tucídides, Virgilio y Ovidio: El Simeto, “río de Moisés», el Alcàntara, con sus profundas gargantas excavadas en basalto columnar y el puente romano por el que los árabes le dieron su nombre. Y el Irminio, que discurre entre las verdes colinas de los Montes Ibleos y ya no puede llenar el embalse de Santa Rosalia
Por desgracia, en toda Italia, los problemas existentes no están causados solo por la ausencia continuada de lluvias. Porque las redes pierden agua a raudales. Tanta, que se cree que las pérdidas llegan al 42% del agua circulante. Otro caso más de crepúsculo de infraestructuras. Y es que con las aguas perdidas se podrían satisfacer las necesidades anuales de 43 millones de personas, es decir, tres cuartas partes de la población italiana.
En concreto, Sicilia se reparte con Cerdeña el pódium del derroche de las redes de cuencas italiana. Más de la mitad del agua que circula por ellas no llega a su destino. Y es que casi un 60% de las grandes redes italianas tiene más de 30 años. Además, un 25%, supera el medio siglo. Al ritmo actual de renovación de las canalizaciones (apenas cuatro metros por kilómetro y año), harán falta 250 años para reemplazarlas.
Por todo lo expuesto, entre otras cosas, podemos intuir por qué hoy Proserpina ya no aparece por el lago Pergusa. Mientras caminamos por su lecho sin humedecer siquiera la suela de nuestros zapatos, podemos comprobarlo. Ya no hay lago.
Quedan casi como leyendas difíciles de creer las historias que cuentan los viejos del lugar. Dicen que no hace mucho, se podía nadar en el lago. Que muchos timoratos tenían miedo de bañarse por las abundantes algas que se enredaban en las piernas de los nadadores y a veces los ahogaban. Entonces todavía no se había construido el circuito automovilístico que actúa como un corsé perimetral de sus riberas. Ni el hipódromo adyacente.
El circuito se construyó en 1958 se construyó la pista de 5 kilómetros de longitud. Llegó a albergar el Gran Premio del Mediterráneo, con monoplazas de Fórmula 1. Y algunos pilotos acabaron cayendo con su bólido al agua.
Entonces comenzó la pugna entre los habitantes habituales de sus riberas y los aficionados al automovilismo y las carreras de caballos. En 1960, fuertes lluvias hicieron crecer las aguas del lago, inundando el hipódromo. Para proteger las inversiones, se construyeron muros y motas de protección de las instalaciones. Y ellos cerraron herméticamente el corsé, impidiendo la respiración que el lago había efectuado durante siglos aumentando su nivel, inundando y disminuyéndolo cuando dejaba de llover.
Pero poco a poco, las competiciones fueron disminuyendo en intensidad y todo quedó abandonado en 2004. Ahora se usa como un circuito para hacer footing o bicicleta. Hoy caminamos por el lecho como sobre una alfombra gris, cuarteada y manchada con costurones de sal. Seguimos el rastro dejado por huellas secas de animales y seres humanos que nos precedieron en el paseo. Algunos eran cazadores y las vainas de sus cartuchos usados se dispersan por doquier.
En el lago paraban a descansar los flamencos cuando las aguas se volvían más salobres. Allí reposaban en familia y los lugareños acudían a verlos cuando se sabía que habían llegado. Porque Pergusa era un reputado hotel para las especies de aves acuáticas migratorias que viajan entre África y Europa y viceversa: garzas reales, moritos, garzas nocturnas, fochas y cercetas.
Es una de las pocas zonas de descanso de Sicilia, junto con la Biviere di Gela y el pequeño lago Soprano que, en los últimos meses, también se ha secado bastante. Una especie de lugar de reunión de especies, un oasis para antiguas peregrinaciones.
La vegetación de ribera ahora se compone de eucaliptos. Árboles australianos en Sicilia. Aspiramos su fragancia balsámica y tememos su avidez por sacar toda el agua que pueden de su entorno. Están ahí desde los años 20 para desterrar la malaria que se extendía por la zona húmeda. Y para permitir que en las tierras desecadas se pudieran cultivar cereales para liberar al pueblo italiano de la esclavitud del pan extranjero. Se construyeron diques y canales de drenaje y se plantaron cientos de eucaliptos, que con el paso de los años se han extendido por toda la zona circundante. También se fundó el pueblo de Pergusa, todavía hoy habitado, que acogió a los primeros trabajadores y obreros de la recién revitalizada economía local.
El futuro del lago
Existe un debate abierto para decidir cuál es la solución mejor para resolver los problemas aquí expuestos. Se aboga por talar los eucaliptos y plantar especies más adecuadas. Así pretenden recrear un ecosistema de encinares y olmedos. Pero en los eucaliptos viven insectos y aves. Sería muy costoso actuar sin afectarlos. Aunque lo peor sería conseguir traer el agua que ya no está. Porque nadie se fía ya de que la lluvia la traiga. Sería un “Cisne Negro”. Ni que sea factible derivarla de los embalses más cercanos, también vacíos, que ya no dan ni para el abastecimiento humano.
Respecto a los vertidos de aguas residuales urbanas que el lago recibía cuando tenía casi mejor ni hablar. Solo indicar que hubo que dragarlo en el año 2000 para extraer los lodos depositados durante décadas. Entonces, los embalses pudieron volver a llenarlo. Hoy ya no
.Parece que estamos pasando la fase de siete meses (¿años?) en los que Proserpina reside en el Averno con Plutón. Y Pergusa se ha convertido en un emblema de la crisis climática. ¿Volverá pronto con Ceres a su querido lago ?
Lorenzo Correa
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