En nuestros sueños, vemos venir la tempestad. Esas nubes relampagueantes, aún silenciosas, cuajadas de agujas enredadas entre algodones, nos fascinan. Aunque a veces nos asustan, como la poesía. Pero otras nos conmueven tanto, que la emoción producida nos incita a confundirlas con un poema.
¿Qué sucedería si esa tempestad que nos acecha amenazante, fuera un poema? Que sus aguas condensadas en las negras nubes cantarían canciones con versos extraídos de la naturaleza. ¿Y si los rayos fueran ruido? Pues que chisporrotearían sacando fuego de las rocas circundantes.
Preciosa metáfora que viene a la mente cuando la tempestad no asusta, sino que esperanza ¡Cómo nos alegraría el día si hoy mismo, al despertar, una borrasca amable ayudara a almacenar un poco de agua en nuestros casi siempre exhaustos embalses!
Poéticas rogativas pro pluviam, que invocan en la somnolencia del poeta a la tempestad. Mientras, nos asomamos a la boca de lobo de las nubes para implorar del cielo lo que el cielo nos lleva negando desde hace años. El agua redentora de nuestros excesos, contenida en nubes que explican por qué el cielo es lo inaccesible agregado a lo inexplicable.
Lorenzo Correa
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