El poeta mira el río y recuerda a Ramón Gómez de la Serna. En una de sus greguerías nos contaba cómo los ríos escriben al mar la carta más larga. Veía cómo lo escrito se refleja en el agua. Como los versos de hoy, dedicados a esa carta poética que escribimos en el río cuando en él nos miramos.
Porque el río refleja imágenes del cielo y de todo lo que le rodea. Pero también refleja los pensamientos de quienes le miran. En esa mirada está condensado el deseo de que el agua nos responda. Aunque a veces, no acertemos a formularle ninguna pregunta.
Pero lo que se refleja es mágico y a veces, surgen un poema que asciende desde el lecho fluvial hasta el pretil del puente de nuestros suspiros. Música acuática de los charcos y de las corrientes calmadas. Se refleja la carta que el río lleva al mar, siempre nueva, nunca repetida. Si sabemos descifrar su escritura, oiremos la partitura y leeremos la letra de la canción que el río nos susurra.
Así nace el verso que atrapa y vuelve del revés la realidad que se refleja en el espejo acuático en el que nos miramos. Paseando por el río, hay que aguzar la vista, afinar el oído y sentir el corazón. Lo demás, lo hace el agua que va pasando y a veces se detiene halagada por nuestra contemplación.
Entonces, llega el momento de sostener la mano que nos ofrece, fijarla en nuestra imagen reflejada y soltar el mundo. Probad este ejercicio de meditación en vuestro próximo paseo fluvial. Es gratis y puede hacerse desde la zona inundable, siempre que no haya avisos de peligro, por supuesto. Y si los hay, volved otro día más tranquilo, a ver lo que se refleja cuando miráis hacia el río
Lorenzo Correa
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