Nuestro penúltimo paseo del año por un río humano, encuentra agua sufuciente en su cauce. Respiramos aliviados por tan gentil regalo de la Naturaleza. Y esos caudales, que encuentran sendos obstáculos en nuestro breve paseo, los sortean con maestría. Azud y vado.

Llovió en otoño y se anuncia el invierno haciendo sonar la música callada de los alegres caudales en los oídos del paseante. Repican gotas en el cauce hasta hace poco seco. Y entre azud y vado, recordando a Juan Ramón, alguna «rama honda de agua honda se engruesa y hasta parece que se desborda«

Pero el espíritu domesticador del paseante, diestro en encauzamientos juveniles, la apacigua y endereza en río de orden. En una fusión de la armonía gris de gravas empedradoras del lecho y de melodía verde de la vegetación de ribera reflejada en el agua.

Azud y vado en sinfonía. El primero para elevar el nivel remansando aguas. No deja escapar ni una gota hasta que la moderna escalera de peces la llama para garantizar ese caudal mínimo necesario para no dejar seco el cauce aguas abajo del muro. El segundo la deja escapar, para que los pies y las ruedas de los que tienen que cruzar, no se enteren de que lo que tienen debajo moja y puede arrastrar.

Y entr azud y vado, el espejo de las aguas limpias que van al mar nos relaja. Porque más que a nosotros mismos, nos deja ver nubes iguales que resisten el empuje del agua y yacen dormidas en el lecho.

Lorenzo Correa

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