Las cosas desapacibles, causan disgusto o enfado. En una palabra, son desagradables. La mayoría de las personas idealizan los ríos como lugares amenos y envueltos en una frondosa vegetación de ribera que da frescor, sosiego y alegría. Pero esos solo son los ríos apacibles.
Hoy queremos aordarnos y echar nuestro cuarto a espadas, de los ríos desapacibles. Los que causan rechazo a sus víctimas cuando su comportamiento no es el «normal», es decir, el esperado.
Ríos violentos, que al decir de Don Luis de Góngora, eran » mal vadeados de los pensamientos,
y enfrenados peor de las montañas«, a los vio «duras puentes romper, cual tiernas cañas«. Aunque a veces las puentes se rompen precisamente por las cañas.
Son esos ríos desapacibles los que erosionan, desbordan y rompen. Y los que hacen al ser humano sufrir los embates de la fuerza vital que los hace moverse. Sin embargo, también los humanos que viven de ellos al estar pegados a ellos, se mueven. Al hacerlo, luchan afanosos por dominarlos. Por domarlos.
A veces esas luchas son muy cruentas, porque mueren los domadores y sus allegados. Pero esos ríos, como todos, continuarán eternamente alimentando a sus descendientes. Esos que también acabarán desapareciendo de aquellos paisajes en los que solo los ríos permanecen.
Amemos también a los ríos desapacibles. Porque ellos nos obligan a estar despiertos, a cuidarlos para que no nos devoren. Y a trabajar para convivir en paz, hasta que llega la inexorable batalla desatada por la Naturaleza.

Lorenzo Correa
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