Vemos discurrir el agua por el cauce y nos da la impresión de que desaparece el agua. Como ella como usted como yo todos acabaremos desapareciendo para formar parte del corazón del universo.
El agua como la vida pasa por nosotros como un verde canto. Así la vemos discurrir por una acequia por un canal y por el padre de todos que es el río. Y cuando desaparece el agua, nos sentimos plenos de gloria o de dolor, de alegría o de tristeza firmes o muy debilitados. En cualquier caso, hemos podido sentirla como nuestra, sumergirnos en su seno, beberla y dejar que nos refresque y nos apacigüe..
Y, de pronto, desaparece el agua llevándose algo de nosotros con ella nuestra inmortalidad que es la suya la posibilidad de comulgar con todo.
¡Qué tranquilos nos deja al marcharse! Lo suficiente para dejarnos fluir hacia otra parte, despidiéndonos de un río que nunca más volveremos a ver. Porque aunque volvamos mañana, el agua que hoy acarició ese lecho y esas márgenes ya no estará.
Será otra la que veamos hasta volver a ver cómo desaparece el agua de mañana. Algún día nos iremos con ella a reposar en el mar desde el que ascenderemos a ese cielo nuboso del que nunca vuelve más que el recuerdo.

Lorenzo Correa
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