La lluvia en la ventana es una visita a veces inesperada y otras bienvenida en su humedad pegajosa. Quedan las gotas adheridas al vidrio como lapas y el melancólico poeta, solo en la noche eterna de su tristeza, las recibe con alegría.
¡Agua, ven!, susurra saludando a la lluvia en la ventana. Y la abre de par en par para que otras gotas solitarias también y vagabundas le refresquen sus ardores nostálgicos. Caía la noche. La luna no podía romper el opaco velo de las nubes cargadas de agua fecunda.
En sus ojos apagados y pensativos se reflejaba el aliento de la lluvia en la ventana. Su agitada mente se apaciguaba un poco con el ruido metálico y acompasado de las gotas detenidas por los cristales. Y entonces, se obró el milagro.
Desde su cara mojada y fría, la alegria fue penetrando en la piel por los poros, hasta llegar al alma. A ese reducto inencontrable en el que se obra espontáneamente el milagro del poema.
De este poema que iba a ser triste cuando llegó la lluvia, pero que se convirtió en alegre gracias al bálsamo maravilloso del petricor que impregnó la estancia de un aroma a tierra mojada. En ese momento, la soledad dejó paso a la compañía y la tristeza, a la alegría sin motivo aparente, que es la mejor.

Lorenzo Correa
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