Ir al río es precisamente lo que hacemos cada jueves. Para poder así llenar de contenido nuestro apartado de ríos humanos. Hoy hemos ido a comprobar cómo el invierno se va despidiendo de los campos, bajo un cielo ancho y libre de nubes que empañen el azul añil con el que se despide febrerillo el loco.
Clima fresco, tranquilidad, cielo arriba, agua abajo y una ribera invadida de turistas que vienen de lejos disfrazadas de especies exóticas de amarillentas cañas. Las miramos con melancolía y esperamos no tener que volver a verlas taponando un puente.
Pero hoy no es día de miedos, sino de ir al río a disfrutar del sol y la brisa. Llovió hace poco y en el lecho quedan los sedimentos. Aparentan ser un morro de saurio que espera apaciblemente aposentado a su presa. Una ráfaga de viento trae aromas de pino mientras, meditabundos, nos dejábamos acariciar por esas misteriosas palpitaciones de la Naturaleza que en el cauce se sienten libres y etéreas.
El vaho de los lodos, el soplo de los chopos, el intenso color reverdecido de los márgenes. Todo nos envolvía mientras caminábamos observando el fluir de las mansas aguas, escasas y marronosas, del río mediterráneo. Ir al río, es eso. Sentir, oler, mirar, escuchar y pensar.
Y a veces oír cantar a los pájaros, que nos anuncian la nueva estación. Todo ello contemplado por un sol resplandeciente que ya comienza a picar y envía sus oblicuos rayos sobre márgenes, lecho y riberas. Para nosotros, eso es ir al río.

Lorenzo Correa
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