Cañas y barro


Al llegar al río vemos muchas cañas que todo lo invaden. Es el signo de los tiempos porque no respetan ni el lecho ni los márgenes ni por supuesto las riberas. Con ellas, Se hace muy difícil que las aguas puedan discurrir adecuadamente cuando los caudales se incrementan.

Sabido es que nosotros no miramos un río como un naturalista, aunque amemos a la Naturaleza. Por eso, siempre que vemos esas indómitas cañas, nos inquietamos. Recordamos que en 1902 Vicente Blasco Ibáñez publico su famosa novela «Cañas y barro» . Hace cuatro meses, también en la Valencia que acoge a ambos en el libro, cañas como aquellas y barro como esos han enseñado su cara menos amable, demostrando su rebeldía en la avenida.

Los dos, con indómita tozudez, se burlan de los avances del progreso y del esfuerzo humano destinado a someterlos. Y una vez más, abandonan por la fuerza de la corriente cauces y riberas para adueñarse salvajemente de las calles de los pueblos y de los ojos de los puentes.

El final de esta epopeya si el cauce está cerca del mar, siempre es la playa. Allá se hacinan y yacen cementadas por los lodos que trajeron aquellos polvos de las ramblas mediterráneas .

Cómo nos gustaría fijarnos en los pájaros posados en las ramas. En helechos, juncos y alisos mecidos por la brisa en las tardes doradas del preludio de la primavera. Pero para no ver más cañas y barro deberemos esperar a que caiga la noche. Para que se cierre el río a nuestra mirada y el silencio arome la ribera de tinieblas espesas.

Lorenzo Correa

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