Posee la succión de la tierra una venenosa sensualidad. Sobre todo, en el finis terrae del mundo conocido en la Antigüedad, en ese lugar tan próximo al Norte de África, de la que sólo la separa el Estrecho de Gibraltar. El Jebel Tarik, en la Vandalia tartésica, colgado sobre el mar Mediterráneo. Una zona especial de la cuna de la civilización. Una de las culturas, la de los tartesos, del gran crisol.
Punto de contacto entre todas sus poblaciones ribereñas. El mar, por el que entró la domesticación de plantas y animales en el Neolítico, trajo también estímulos culturales. Por aquí pasaron los pueblos colonizadores de la Antigüedad. Fenicios, griegos, púnicos y, finalmente, romanos.
Vandalia nació con el Reino de Tartessos en el siglo XLV de la Era Indo-Europea (XII A.C.). Su fundador, el mítico rey Gerión, nieto de Poseidón. El dueño del rebaño de rojos bueyes robados a Heracles en su décimo trabajo.
De ascendencia ibérica, gobernada por una aristocracia protocéltica lusitana, muy iberizada. Extendida por todo el sur peninsular, desde el Algarve hasta Murcia. Y expandida desde Gibraltar al otro lado de la costa norteafricana , tanto en la fachada atlántica como en la cara mediterránea.
Vandalia y Tartessos se acaban con la llegada de los cartagineses, las guerras Púnicas y el consiguiente dominio romano. Pero el poeta, desde la Roca, divisando el Jebel Musa con las mismas aguas que arrullaron con sus olas a los hijos de Gerión, se inspira.
Y escribe un poema a la Vandalia tartésica.

Lorenzo Correa
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