Cuando diciembre es pródigo en lluvias, los ríos humanos lo agradecen y celebran su aumento de caudal con un baño de espuma. Así comenzamos el año de la esperanza, celebrando con mucha espuma la fiesta del río renacido con aguas nuevas que cubren su cauce de aguas bajas.
También cubren los vados, dejando solo las señales que indican su presencia. Y que nos avisan del peligro latente de cruzarlos cuando el río está alegre. Por eso hay que tener cuidado cuando hay espuma. El río celebra alegremente con caudales de champagne burbujeante la llegada de las lluvias. Pero esa alegría en la conducción del agua exige prudencia a los ribereños que quieren cruzarlo.
Y es que la espuma, como no es de cerveza, ni de champagne tiene esas dos caras. La alegre, porque con el año nuevo, el río se limpia por dentro. Como nosotros al celebrar el fin de un año pandémico. Y la triste, porque al limpiarse, aumentan las sustancias químicas que el agua alegre lleva disueltas en su seno. Y genera espuma procedente de sustancias tensoactivas surfactantes, como el jabón.
O de algo mucho más natural, como los ácidos únicos, generados al descomponerse la materia orgánica. De ahí salen también las burbujas. Solo falta que un generoso caudal circule y ya tenemos la espuma del río alegre.
Afortunadamente, nuestro río es tan humano que no recibe vertidos contaminantes de importancia. Aquí no hay industrias que vacíen sus miserias en el cauce, ni actividades agrícolas que produzcan el mismo efecto. Es un río limpio, como su cuenca y sus paisanos, los que pueblan el país.
Por lo tanto, celebremos el año nuevo con la alegría de ver espuma en nuestro río. Y de que no sea de las que generan falsas alegrías para después asestar un duro golpe a la vida fluvial.
Lorenzo Correa
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