Los ríos humanos también van a la peluquería


En la segunda mitad del siglo XX se volvió a poner de moda la melena masculina. Muchos hombres ( los más descuidados por su apariencia), dejaron de ir asiduamente a la peluquería, para imitar a los integrantes de los grupos musicales de moda.

Ahora, es difícil ver a un joven sin problemas de alopecia que no pase por la peluquería una o dos veces al mes. Con los ríos ha pasado más o menos lo mismo. Hace unas décadas, los ríos humanos ocultaban su cauce entre una maraña de maleza. Enredo de arbustos, árboles y hierbas que hacían impracticable el acceso al cauce. Los ríos humanos, no iban a la peluquería.

Allá donde lo veía posible la caña crecía sin tasa. Las riberas autóctonas reculaban ante la invasión de especies alóctonas. Solo el miedo al desbordamiento o la necesidad perentoria de domesticar al río provocaban intervenciones de rapado integral. Y era peor el remedio que la enfermedad. Aunque los beneficios para el dueño de la peluquería fueran tan sugerentes como efímeros. Las avenidas volvían a colocar las cosas en su sitio.

Si el cauce estaba recién salido de la peluquería, la erosión provocada por la velocidad de las aguas desestabilizaba márgenes y destrozaba lechos. Pero si el río era melenudo, las greñas arrancadas sin necesidad de ir a la peluquería obturaban puentes. Y acababan con la ilusión de la perennidad de lo construido en la zona inundable  “liberada” por el rapado. Era el momento de la eterna polémica social del para qué “limpiar” los ríos

Aunque aún quedan muchos ríos humanos en estas condiciones, los programas de mantenimiento   y conservación de cauces han variado por completo la situación caótica preexistente.

Ahora expertos profesionales de la peluquería pluvial cortan y eliminan lo alóctono, lo que de artificial hay en el cauce y lo dejan en perfecto estado de revista. Se van acabando los rapados radicales y las melenas salvajes. Ir a la peluquería vuelve a estar de moda.

Así mostramos hoy a nuestro río humano, recién salido de ella. Pero no olvidemos que los peluqueros cobran por sus servicios. Y que, por eso, esta imagen tan bucólica cuesta dinero. Nos cuesta dinero.

 

Lorenzo Correa

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