La vida es como un río, a veces seco  y otras desbordado. En épocas de sequía existencial nos encontramos inmersos en la erupción de un volcán. Además, los fantasmas del pasado arruinan nuestra mente. Y entonces, oscuros sentimientos de culpa hacen fluir la lava del volcán de nuestro corazón.

Ese río sin agua que fluye incandescente y alimenta nuestra voluntad de autodestrucción. Incapaces de reaccionar, la erupción del volcán lo arrasa todo. Necesitamos tiempo para que la lava que puede sortear los obstáculos del terreno llegue al mar.

Allí se clama y se enfría. Porque el mar es el lugar donde reside la tranquilidad. Ante la aridez del volcán, el fluir de las aguas del río apacigua nuestra ansiedad  y permite que todo lo bueno que llevamos dentro llegue hasta ese mar soñado que recibe tranquilo e imponente todos los caudales que hasta él han sabido llegar.

Poema de volcán y mar. De fuego y agua. Paisaje volcánico ennegrecido por el fuego que han vomitado las entrañas de la tierra. Pero también de esperanza, porque del infierno también se sale. Solo hay que mirra hacia adelante. Allí nos espera el mar.

El volcán solo deja ir su lava hasta él . Allí se transforma  y genera nuevas tierras donde antes solo había agua. O modifica el perfil anterior del fondo marino. Y la vida vuelve a comenzar, porque después del fuego, siempre acontece el agua. Hasta el mar, solo aridez. Al llegar a él, todo se serena y se transforma en algo diferente. lo que necesitamos para volver a empezar. Como escribió Manuel Machado » El mar, el mar y no pensar en nada»

 

Lorenzo Correa

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