¿Quién puede más el agua o el fuego?  El vínculo sagrado del agua y la energía


El vínculo entre agua y fuego es muy fuerte. Porque agua y energía están íntimamente ligados por nexos de amor y odio. Dos caras de la misma moneda.

Cuando se rompe el amor, llega el divorcio, la ruptura del vínculo. El agua puede romper, mediante la electrólisis, la unión de sus moléculas. Queda por un lado el hidrógeno gaseoso, muy inflamable y por el otro el oxígeno. Pero si hacemos arder el hidrógeno, reacciona con ese oxígeno que está en el aire y de nuevo se obtiene agua. El fuego (lo divino), ha vuelto a unir lo que la electrólisis (lo humano), separó. Curiosa vinculación del fuego y el agua

Por otra parte, la llama que lleva fuego, también se comporta como un río que lleva agua cuando avanza abducido por la fuerza de la gravedad. Ella atrae “hacia abajo”, el fuego es atraído hacia arriba. Fuego y agua unidos también por un cauce que los lleva, aunque separados por un sentido inverso de avance. Pero se vuelven a unir cuando hay que apagar el incendio. Ying y Yang. Atributos que unen y atributos que separan. Nexo de unión potente el del agua y la energía

Tras estas reflexiones que rememoran relatos de poder entre el fuego y el agua, podemos optar por recordar a Rousseau, que nos animaba a un retorno romántico a la naturaleza y a la vida salvaje en la que encontraremos la clave de la simplicidad y la felicidad del hombre. O podemos mirar de otra manera hacia el futuro del agua y su nexo de unión con el fuego, es decir, con la energía

El paradigma está en las ciudades, lugares donde reside hoy la fuerza motriz de la economía global. Allí reside más de la mitad de la población mundial. Y en ellas se genera el 80% del PIB planetario. Atraen al ser humano más que los ámbitos rurales. Porque ofrecen innumerables posibilidades de desarrollo y el crecimiento. No todo es idílico en la urbe. Necesitan fuego (energía) para funcionar. Y agua. Además, deben ser sostenibles para garantizar la salud de sus vecinos. Y controlar los riesgos que fuego y agua, por abundancia o ausencia, suponen para ellos.

Ausencia, sí, porque a mitas de este siglo, la demanda urbana de agua aumentará en un 55%. Consecuencia fatal de la atracción humana. Para que todos los urbanitas vivan en una cómoda zona de confort, no solo hace falta traer y tratar agua. También hay que bombearla y filtrarla. Y ahí tenemos al fuego, a la energía como acompañante eterno del agua otra vez.

¿Cuánto se necesitan? Mucho, porque el 15% de las captaciones y derivaciones de agua en el mundo se destina a la producción de energía. Mejor dicho, muchísimo, porque producir casi todos los tipos de energía, exige agua. Da igual que sea procedente del carbón, geotérmica, hidroeléctrica, del petróleo o del gas, o nuclear.

Además, la energía es el factor más importante al calcular los costes tanto del servicio de abastecimiento como del de saneamiento. Tan importante como que llega a suponer el 30% del monto total de la operación del servicio. Y eso en los países desarrollados, porque en los más necesitados de todo, puede llegar al 40%.

Así las cosas, no queda otro remedio que rebajar la presión existente entre el agua y el fuego. Para impedir que se devoren entre ellos, porque entonces nos devorarían a nosotros. Por eso, cada vez son más las ciudades que deciden destinar recursos humanos y económicos, ciencia, trabajo y dinero, para conseguir que el agua y el fuego puedan lo mismo y se sigan queriendo, pero sin agobios.

El objetivo es desconectar la relación directamente proporcional que existe entre el aumento de la población urbana y el consiguiente crecimiento de la demanda de agua y energía.

Los ejemplos más cool, por modernos y actuales, son los de Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos y Phnom Penh en Camboya. Ambas ciudades presentan en sociedad sus respectivas innovaciones tecnológicas y de gestión para reducir la citada y asfixiante dependencia del agua con el fuego.

En Dubai hay mucho petróleo y por ello, mucho lujo. Pero poca agua y mucho fuego. El infinito fuego que emana del desierto, contrasta con el también infinito volumen de agua que yace en el mar. Ambos tan cercanos… Durante los meses de verano, la temperatura supera los 40ºC. pero las lluvias no llegan a 100 milímetros al año.

Como hay petróleo, la gente acude a Dubai atraída por él. Y el agua subterránea de la que se abastecían los señores del desierto, ya hace mucho que dejó de ser suficiente para que todos los usuarios pudieran tener un agua acorde con las exigencias cualitativas de los más ricos.  Allí se consumen 550 litros de agua por persona y día. Porque allí están los mayores consumidores del mundo. Y la evaporación es enorme también. Fuego y agua una vez más. Las “buenas” costumbres de los más ricos, como se lo pueden pagar, les obligan a mantener piscinas gigantescas donde bebe el sol, a mantener bien bajo el termómetro de los sistemas de enfriamiento y a regar cuatro veces al día todos los jardines.

Estas minucias, en un país que, según la OPEP ganar 74.000 millones de dólares exportando petróleo, no tienen importancia. Sin embargo, el medio sí que se la da.

La primera señal fue que se acabó el agua subterránea. Hoy, solo satisface el 0,5 % de la demanda de la ciudad. Para dotarla del 99,5 % restante, la solución era evidente. La mayor desalinizadora posible, para poder apagar el fuego de la sed con el agua del mar por ciento. Para ello, la planta de Jebel Ali se bebe cada día el agua del mar del Golfo Pérsico. La trata y se la envía, para saciar su sed, a 666.430 clientes, la mayoría de enorme nivel adquisitivo. La desalinizadora trata, la capacidad total de la planta es de 2,3 hm³/ día. Y la demanda crece sin parar.

Para apagar el fuego, más agua. Los gestores del agua decidieron rellenar los acuíferos del desierto que previamente habían vaciado. Y lo hicieron inyectando bajo la arena del desierto de Liwa, en 315 pozos de 80 m de profundidad. El agua es bombeada desde las desalinizadoras situadas a unos 160 km de los pozos.  Así meten 26 hm³ de agua desalinizada en el acuífero. En caso de emergencia, la reserva podría proporcionar alrededor de 100.000 m³ de agua al día a los usuarios. Todo ello costó unos 540 millones de dólares.

La situación llegó a ser preocupante. Porque la desalinización consume mucha energía y emite unas cuatro toneladas de CO2 al día por cada 3.7 hm³ potabilizados. Y la energía necesaria para los bombeos que permiten que los acuíferos vuelvan a ser embalses laminadores de emergencias, emiten también 1.5 toneladas de CO2 para el mismo volumen de agua extraída.

Además, hasta hace muy poco, casi no había legislación que evitase el despilfarro en el consumo energético ni que fomentase un uso y consumo eficiente del agua. Ni hablar tampoco de la regulación de los requerimientos energéticos de los edificios

Pues bien, esto comienza a cambiar. Han elegido la buena senda hacia el futuro del agua. Y están instalando contadores inteligentes para que el usuario reciba información en tiempo real sobre su consumo de agua y energía, porque quieren que la administración controle el consumo real para saber quién gasta más y cuando lo hace. Y adoptar las medidas restrictivas e incentivadoras del ahorro necesarias.

Pocas veces se piensa que estos adminículos son un verdadero avance en la suavización del yugo que une al fuego y al agua. Porque además de proporcionar datos de consumo en tiempo real, permiten que el usuario disponga de datos históricos de su consumo y de un desglose de los procesos de consumo que utilizan agua y energía. Así pueden comprobar su eficiencia en el consumo doméstico. Los datos del medidor inteligente llegan al cliente con la factura mensual. De esta manera no solo se enteran de lo que han gastado y de cuánto les cobran, sino que también disponen de información de facturación, gráficos para verificar y comparar el consumo. También pueden marcar sus propios escalones de gasto en el agua y en la electricidad.

El objetivo es haber instalado más de un millón de contadores agua-luz en los próximos 5 años, conectados a un nuevo sistema informático con software avanzado. Lo que sorprende es que esto sea una novedad noticiable en un país tan avanzado. Pero así está la gestión del futuro del agua en el mundo. Se mire por los pobres o por los ricos, la meta aún está muy lejos de nuestro alcance

Vamos a observar cómo de vivo está el fuego en los países más pobres. Desplacemos nuestra mirada hacia Camboya. Comprobaremos que aquí el problema no es el desmesurado derroche “porque lo puedo pagar”. Se trata de demostrar cómo, a pesar del terrible pasado reciente, se puede alcanzar el récord de estar arriba entre los países que menos fugas en redes tiene. Aquí lo han hecho.

Todo comenzó con el denominado “milagro del agua en Phnom Penh”

Tras décadas de conflictos bélicos, las redes de abastecimiento y saneamiento de Camboya fueron totalmente destruidas. Porque Camboya sufrió una guerra civil entre 1967 y 1975, seguida del llamado “genocidio camboyano” que no acabó hasta 1979. Volvió la guerra civil, que no acabó hasta 1991.

Después de la devastación bélica, en 1993, solo el 25% de los habitantes de Phnom Penh tenían acceso a una red de suministro de agua. Los camboyanos deben agradecer a los japoneses su apoyo para restaurar las redes de la capital, a partir de la finalización de la guerra civil en 1991. Elaboraron y aplicaron un plan director de abastecimiento en 1993, en coordinación con otros  cooperadores. Combinaron tres tipos de ayudas: financiera no reembolsable para la restauración y ampliación  de  las  instalaciones. Apoyo técnico a los reguladores y operadores del servicio de agua potable y préstamos para ampliación de las instalaciones.

Como resultado, la cobertura del suministro de agua aumentó del 20% (1993) al 90% (2012), mientras que la proporción de agua no facturada se redujo del 72% (1993) al 6,6% (2012). Uno de los porcentajes más bajos del mundo. A esta hazaña se la conoce como “el milagro de Phnom Penh”.

Pero ahora, la Autoridad de Suministro de Agua de Phnom Penh ha dado un paso más. Se trataba de reducir las fugas, así como la energía requerida para tratar el agua según los estándares de agua potable. Y es que casi el 45% del costo operativo de la autoridad se atribuye al consumo de energía. Pues bien,  han instalado un sistema de telemetría que detecta altas fugas y conexiones ilegales en diferentes zonas de la red.

Y con objeto de detectar fugas de manera más eficiente, la ciudad se ha dividido en 58 subzonas, cada una con su propio sistema local de detección de fugas. Para garantizar que las fugas se solucionen rápidamente, la empresa de servicios públicos tiene equipos de reparación de fugas en modo de espera que funcionan las 24 horas del día, los 7 días de la semana, con un tiempo de respuesta de dos horas después de detectarse una fuga.

Esto se ha conseguido mediante la adopción de una actitud proactiva en la detección de fugas por parte del operador de la red. Para ello, estableció equipos de detección de fugas incentivados.  Es decir que, por cada fuga que encuentran, los miembros del equipo son recompensados. Y estas recompensas, les “compensa”, porque su salario mensual aumenta considerable, dependiendo de su finura visual y auditiva. Y de su dedicación.

Al final de cada año, el comité de fugas del operador de la red, todo el trabajo de detección y reparación realizado. Y analiza el rendimiento de cada equipo de detección de fugas. Los equipos más eficientes, es decir los que más rinden, son recompensados ​​monetariamente. Y los mejores llegan a aumentar su sueldo anual en un 25%

Sirvan estos dos ejemplos como botón de muestra de la respuesta que países ricos y pobres están dando en sus urbes asfixiadas por la urbanización creciente. Para relajar la tensión del nudo que abraza el agua y el fuego.

Ahora, todos nos podemos preguntar qué es lo que se está haciendo en nuestra ciudad. Y comparar la respuesta con lo que en estas ya se ha hecho

Lorenzo Correa

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