En estos tiempos de nuevas doctrinas hidráulicas y prepotencias morales, se hace difícil que alguien se inspire tanto como para dedicar un poema a la añoranza de los trasvases. Pero la sequía es tan pertinaz o más que en el siglo XX. Pertinaz, sí. Adjetivo y epíteto que se ha convertido en tenaz acompañante de la sequía. No se despega de ella desde el siglo XIX. Y eso que entonces no se habían inventado los trasvases.
Tras las rogativas pro pluviam, ya avanzado el siglo XIX los pluviómetros comenzaron a medir lo que caía del cielo. Y a dar fe de las sequías. Entonces, los diarios comenzaron a adjetivarla. Primero fue espantosa, luego, cruel, grande, extraordinaria o terrible.
Y debido a ello, nuestros antepasados se pusieron manos a la obra. La consigna, acabar con la sequía. La herramienta, presas de embalse y trasvases. Hasta que las nuevas doctrinas los anatematizaron. Por eso, algunos, hoy tenemos añoranza de los trasvases.
Nos dicen y repiten que esta es la peor sequía de todas. Sin embargo, vamos a la hemeroteca y leemos en el diario Duero de Soria, del 18 de octubre de 1945:
Puede asegurarse que los más viejos de los que hoy viven no han conocido ningún año como el actual en que, salvo en las regiones del noroeste y Vascongadas, haya sido tan persistente la escasez de nieves y tan largo el periodo de falta absoluta de lluvias, circunstancia agravada por la sequía de los dos años precedentes.
¿Les suena de algo en 2024? Para combatir la pertinaz sequía, tengamos algo de añoranza de los trasvases que aminoraron un poquito su tozuda incidencia durante décadas.
Vaya esta octavilla por ello, aunque los sacerdotes de la nueva religión excomulguen al poeta heterodoxo que tiene añoranza de los trasvases
Lorenzo Correa
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