.La semana pasada asistimos a un debate entre profesionales de la administración del agua en el que se habló, desde la perspectiva del experto, de las vicisitudes sin número que tiene la gestión pública del agua. Y de los complicados problemas que debe resolver el gestor público para llevar al día las tres agendas que le ponen en su bolsillo el día de su nombramiento. La técnica, la legislativa y la política.
Si es capaz de resolverlos mediante la seducción del usuario, la gestión será positiva y reconocida. Desde fuera, por el cliente o ciudadano que sufraga el gasto. Y desde dentro, por los políticos que manejan la gestión marcando los objetivos a conseguir y calibrando los indicadores de su grado de consecución, entre los que destaca la satisfacción del cliente.
Si solo se pretende convencer, al faltar emoción, el cliente se queda frío. Y el político intranquilo, porque el cliente puede retirarle la confianza si su frialdad se convierte en gelidez.
Por eso, desde futurodelagua.com abanderamos el cálido debate paralelo. Ese que recorre el mismo camino al mismo tiempo (pero siempre a la misma distancia del frío debate experto), de los inexpertos. De aquellos que quieren aprender para poder enseñar. Esto nos parece el complemento ideal del debate de los expertos. De esos que nos quieren enseñar lo que saben o creen que saben. Y hacerlo “convenciendo”, dándole al lector u oyente un criterio hecho sin ningún coste para las neuronas.
En el debate experto de la gestión del agua del futuro, es harto conocida la estructura tradicional. Se basa en la «convicción» a base de palabras ampulosas y de juicios a veces poco fundados. Algunos de ellos tan manidos que ya no significan nada, porque significan algo diferente para cada lector u oyente. El agua es cara, escasa, recurso indispensable, sus gestores públicos dependen de los intereses del cemento, los políticos son ineptos, los regantes despilfarradores, las afecciones ambientales por trasvases son letales, la sostenibilidad es la panacea. Ideas que no fundamentan cómo se consigue y quién la paga. Así las cosas de la convicción, entran en nuestra jerga acuática diaria conceptos como ecosistemas, ahorro, pozos ilegales, laxitud administrativa, anclajes en el pasado de una ineficiente administración, bla, bla bla.
Resultado palpable hoy. Dos bandos enfrentados para destruir los argumentos del “enemigo”. Convenciendo de la bondad de los suyos al público que asiste estupefacto a unas descargas de datos inconexos. Y en una jerga ininteligible para la mayoría que pretende, reiteramos, convencer de la maldad intrínseca de unos y de la bondad absoluta de otros. Lo hace emitiendo juicios poco o nada fundados. Y, lo que nos llega de todo esto es que su objetivo es destruir o sea deshacer o inutilizar algo no material, como puede ser un argumento o un proyecto.
Deconstruir es nuestra propuesta. Proponemos que los “expertos” realicen esta prueba deconstructora. Y que se esfuercen en adoptar la postura de deconstruir la estructura rígida y anquilosada del cansino discurso. Aquel que algunos pretendieron hacer “nuevo”. Seguro que algunos sobrevivirán. Solo hace falta responsabilizarse y dejar de aparecer como víctimas del mal absoluto. Pero también hay que asumir el riesgo. Y empezar las frases por un “yo creo que”. Porque con ese “yo”, me responsabilizo, sin él, solo me quejo.
La deconstrucción relativa al discurso de la gestión del agua del futuro, exige a los responsables de la toma de decisiones remover lo que se les ha dado hecho. Solo así podrán buscar ante todo sus propias interpretaciones usando la reflexión crítica. Y luego contestando a la pregunta de qué tipo de “enseñante” quieren ser. Analizando cómo lo transmiten a sus “clientes” (o votantes) en el Parlamento y fuera del parlamento.
A partir de ahí podrán construir un nuevo discurso fundado en la escucha. También en la empatía y en la comunicación instructiva. Esa es la que se produce cuando el receptor es capaz de reproducir la información que se le está transmitiendo dándole sentido. Cosa que no puede hacer una terminal de ordenador, ni un periódico de papel, ni un aparato de televisión, ni de de radio. Ellos solo por sí mismos son capaces de transmitir y reproducir información. Pero no de darle sentido. ¿A alguien le gusta ser un televisor de pantalla plana o curva, que es más moderna?
Remover, emocionar, es el reto. El sentimiento es algo privado y personal. Si no lo declaro nadie se entera. Pero la emoción es observable (significa “movimiento hacia fuera”). Se detecta en la corporalidad y tono de quien la tiene. Emoción es “sentimiento hacia fuera”. En la deconstrucción hay emoción para la seducción.
En el debate al que aludimos al comienzo de estas notas, alguien dijo que no le acababa de agradar que se denominasen “clientes” a los usuarios del agua pública. Es decir, a los administrados, que son los ciudadanos: Porque si no están contentos con su administración pública del agua, no pueden dejarla e ir a otra. Interesante interpretación, que consideramos buen ejemplo ilustrativo de la deconstrucción del discurso acuático.
Según el diccionario de la lengua, “cliente” es la “persona que compra en una tienda, o que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa.”. El subrayado es nuestro. Siguiendo esta definición el ciudadano usuario del agua sí sería un cliente. Porque utiliza con asiduidad los servicios de la empresa pública del agua y de sus profesionales.
A alguien se le podría ocurrir contestar a este argumento con un “pero el ciudadano molesto, defraudado o indignado con el trato de la administración no puede irse a la competencia”. Nosotros le responderíamos que tal aseveración es cierta, pero que sí que tiene en sus manos trasladar la inexistente competencia a los directivos de esa administración. Así puede cambiarlos con el arma de su voto, modificando así los cuadros rectores. Y a los políticos del agua que gestionan esas administraciones públicas.
Es decir, que “clientes” o “ciudadanos” insatisfechos, pueden cambiar indirectamente a los que dirigen la política del agua en un país democrático. Lo mismo que los insatisfechos con una empresa privada pueden hacerlo con sus directivos, dejando de comprar sus productos. Porque ya sabemos que el cliente siempre lleva la razón.
Un ejemplo más de la deconstrucción del discurso tradicional del agua. Por eso, reiteramos que la comunicación instructiva es la que se produce cuando el receptor (cliente o ciudadano, es lo mismo), es capaz de reproducir la información que se le está transmitiendo. Pero dándole sentido. Eso es que le toca hacer a la administración pública del agua del siglo XXI. Dar sentido a lo que “vende”, seduciendo al «cliente».
Lorenzo Correa
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