Por los cielos pasa el agua


Seductoras nubes que cruzan nuestros cielos. Ausentes, finas, espesas cuando se hacen nubarrones. Grises, blancas, negras, rosadas en el crepúsculo. Siempre enredadas en el laberinto invisible de esos cielos que nos contemplan y a los que miramos esperanzados o temerosos cuando amenaza tormenta.

Transportan el agua que siempre acaba cayendo en algún sitio, huyendo de esos cielos tan ambiguos. Cae en el río, en la tierra, en el mar.  Besa los árboles la lluvia larga total y ciega. La que no ve ni los cielos de donde viene ni los lugares a los que va. Solo los moja y los empapa.

Agua blanca también cuando hace frío. Suave nieve con gracia y sentido original de agua cristalina. Esa que deja su simiente en las montañas para que fluya en primavera cuando más necesitamos sus frutos. Llueve en el mundo, se abren los cielos siempre en algún lugar.

Y el poeta agradecido mira hacia arriba para saber si será donde se encuentra. A veces solo hay cielos rasos. Otras, nubecillas inocuas. Ingenuas ahora, pero que pueden ser amenazantes mañana.

Al final, todo acaba en el mar infinito que acoge todas las aguas del mundo y las hace resucitar para que el ciclo se renueve una y otra vez.

¡Qué tentadoras estas nubes para el poeta solitario que las ve cruzando cada día los cielos!

Se merecen un poema antes que el ocaso de oro de esta tarde veraniega las oculte y el viento las transporte con sus aguas a lugares ignotos para el poeta. Antes de que las estrellas las releven durante la noche clara.

Lorenzo Correa

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