Nos cuenta nuestra admirada Irene Vallejo en su imprescindible libro «El infinito en un junco«, que el lenguaje rítmico es más fácil de recordar que la palabra hablada. Y que por esta razón, nació la poesía. Recordábamos esta cita vallejiana mientras paseábamos por las exhaustas riberas de lo que algún día fue el embalse de Sau.
La emoción que el paisaje adusto y severo de un otoño veraniego como éste, nos condujo al ritmo poético. Solo así consideramos que podríamos transmitir a nuestros lectores lo que nos estaba llegando de Sau.
Se nos vino al corazón una quintilla. Y al recitar sus versos, la melodía de las palabras que les daban sentido, nos ayudaba a irle dando forma al poema. Repetíamos el texto sin alterarlo, le dábamos su música. Y así metimos la seca imagen del embalse de Sau en cinco versos.
Su música callada nos fue acompañando mientras admirábamos la estremecedora desnudez de la presa. Y los versos se iban renovando al contemplar un paisaje dominado por una doblemente ruinosa iglesia. Porque en su interior no había ni fieles ni agua. Ni culto ni uso.
Agonía en el embalse harto de ser bebedero del sol. Tristeza en la presa, sin los besos que el agua le prodigaba en otros tiempos. Pero siempre belleza en Sau, que sigue ofreciendo su vaso para acoger y almacenar todas las aguas que el cielo le envíe.
Nos marchamos con el ritmo poético hecho aliado de nuestra memoria en Sau. Por fortuna y gracias a la poesía, ella no nos falló y hemos podido escribir nuestra emoción medida, contada, pesada y rimada.
Y aquí la tienes, lector querido
Lorenzo Correa
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