El verano sigue, en cuanto a la sequía, la misma tónica del año anterior. Estremece contemplar el estado de los embalses de las cuencas internas de Cataluña. Y, por supuesto, también los cauces de sus cuencas. Casi todos culpan al cambio climático inducido por la «maldad» humana. Y así, los pocos que se atreven a discrepar de este mandala, son automáticamente tildados de herejes. En cualquier caso, a la espera del mordisco del agua, continúa sangrando la tierra por el mordisco de la sequía
Como ya no tenemos edad para perder el poco tiempo que nos queda en estériles debates, más politizados que tecnificados, nos dedicamos a pasear por una de esas cuencas catalanas sequísimas, (quizás la que más), en los estertores de un verano más sin esperanzas.
Recorremos la bellísima Cadaqués y sus vertientes. Dominadas por el monasterio de Sant Pere de Rodes, su actual estado nos hace reflexionar . Y volver la vista al pasado. Según nos indica en su imprescindible libro nuestro cicerone Josep Pla, el territorio de Cadaqués es la prolongación oriental del tupido bosque que le dio nombre a la comarca de la Selva. Pero ahora, de bosque queda muy poco. ¿Cambio climático? En este caso fueron las actuaciones monjiles las responsables de que el agua le propinara un buen mordisco a la tierra..
Porque los monjes del monasterio se dedicaron, para sobrevivir primero y vivir después, a talar la madera de tan extensos y tupidos bosques. De su venta procedieron sus jugosas ganancias durante un extenso período de tiempo.
Y cuando el bosque desapareció, la tierra se quedó desnuda e indefensa ante el agua que cayera del cielo. Pero sin madera, no había sustento para la comunidad monacal. Así que, salió el bosque por la puerta y el bienestar por la ventana. Y el resultado fue el abandono del monasterio y sus terrenos circundantes.
Libres de control y vigilancia, los saqueadores asomaron la nariz. Y dejaron el entorno más limpio aún de lo que ya estaba. Si alguien se pregunta que a dónde fue una buena parte la madera, la que no se utilizó para usos más lucrativos, la respuesta es que a los barcos de pesca. Porque la modalidad de “pesca a l’encesa” fue la responsable de que la tala acabara con todo vestigio leñoso.
Esta modalidad milenaria nació en las costas del cabo de Creus. Consistía en atraer a los bancos de sardinas, boquerones, jureles y caballas hacia la playas con la ayuda de la luz. Normalmente se utilizaba un bote que llevaba a popa unas parrillas de hierro en forma de teja invertida. En ellas se quemaban ramas de pino que iluminaban la escena para atraer al pescado. Era el llamado llagut del fuego, que llevaba la luz para atraer al pescado. Además, le acompañaba otra embarcación, el llagut grande, donde iban las artes de pesca.
En los pebeteros de los llaguts de fuego se quemaron ingentes cantidades de árboles. Se explotaba al unísono la tierra y el mar. Pero el mar tenía más reservas. La madera del bosque defendía a la tierra del agua. Y acabó quemada sobre el agua para atraer a los peces, sustento de los pobladores de la zona. Hasta que el bosque dejó de dar madera y la pesca, que aún parecía inagotable, se realizó mediante redes de cerco e iluminación eléctrica o con combustible. Pero hasta los primeros años del siglo XIX, la madera fue utilizada para pescar.
Pero lo que nos interesa hoy es el mordisco del agua a la tierra y éste no se puede producir si el suelo no ha perdido su capa vegetal. Y sin bosque protector, lo perdió. La tierra más feraz fue arrastrada sin remisión por el agua furiosa. La solución para recuperar el terreno y poder volver a cultivar algo en él, fueron las terrazas superpuestas contenidas con muros de piedra seca. Las defensas contra el mordisco del agua a la tierra.
Muchas de las escarpadas vertientes de las cordilleras costeras mediterráneas disponen de este paisaje de terrazas. Por eso ya forman parte de la cultura del Mare Nostrum. Porque las terrazas son un símbolo autóctono de civilización. El que nos indica lo que hubo que hacer para evitar el mordisco del agua cuando el paraguas protector boscoso de la tierra había sido desintegrado por las demasiado humanas ansias y necesidades del progreso, la supervivencia y la codicia.
Cuando la terraza consiguió amainar la fuerza de las aguas que discurrían desbocadas por la desnuda pendiente, sus constructores decidieron plantar en ellas viñas y olivares. Y agradecieron a los monjes que les transmitieran su sabiduría para construir esas “contenciones ” en forma de muros de piedra seca. Las albarradas.
Al admirarlas en los alrededores de Cadaqués, Pla, hace 70 años las describía como inmensos jardines de piedras. Que aunque los más famosos sean los chinos y japoneses, en el Mediterráneo también existen aunque no tengan la planificación estética de los orientales. Pero responden a la necesidad de evitar con muros de piedra el mordisco del agua a la tierra, reteniéndola en los bancales.
Cuando visiten tan turística y hermosa villa, no dejen de contemplar el abrupto paisaje que la rodea. Solo así podrán imaginar lo que puede hacer el agua hasta llegar al mar cuando fluye hacia sus profundos barrancos. Entonces, entenderán la importancia de los muros de piedra seca. Y también la pregunta que, al contemplarlo, se hacía Pla:
¿Por qué la gente de Cadaqués ha querido habitar en este cataclismo mineral teniendo a cuatro pasos la llanuras del Ampurdán, el vivero de pescado del golfo de Roses y las tierras fértiles de Castelló d’Empùries, Armentera y Sant Pere Pescador?
Por eso, tanto los habitantes de pasados remotos como otros mucho más cercanos, son y fueron los que con esfuerzo y tenacidad inaudita dedicaron muchos años de su vida a generar un paisaje artificial en un entorno geológico difícil. Crearon los antes citados jardines de piedra para controlar el ansia desbocada del agua al circular sin obstáculos por estos desnudos parajes de tierras áridas vigiladas por montañas de altas cimas y terribles pendientes. Cuencas relámpago que amenazan a los que residen en sus cotas más bajas.
Se produjo con el esfuerzo el milagro de apaciguar al agua cuando nada la detenía. Y de ir poco a poco allanado terrenos que pudieran permitir la plantación de unas cepas, de algunos olivos arraigados en puñados de tierra transportados con sudor desde muy lejos.
Admirad, si os acercáis a verlos, las estructuras de contención. Esos muros de piedra seca cuya longitud total y acumulada puede llegar a centenares de kilómetros. Sangre sudor y esfuerzo derramados para seguir viviendo allí. Para domeñar a las fuerzas de la naturaleza. Para contener el agua, permitir que se infiltre y asegurar así las cosechas que permitan complementar lo que el mar sigue ofreciendo. Agua eterna en el mar y agua retenida en la tierra. Agua frente a agua para poder vivir de ella. A pesar del mordisco del agua
¿Cómo consiguieron que las albarradas aguantaran el empuje de las tierras saturadas de agua en avenida? Gracias a los desagües, a las obras de drenaje sin las que ninguna actuación que altere el paisaje natural podría sobrevivir. Orificios en los muros y caminos que remedan la función drenante de los ríos.
¿Hormigón? Ni se podía fabricar in situ ni falta que hacía. En la tipología del terreno estaba la solución. La geología dio por un lado lo que por el otro quitó. Y ofreció al constructor la abundancia natural de pizarras. Con ese característico color negro-gris, de grano fino, homogénea y con una alta fiaibilidad, lo que permite exfoliarlo en losas finas y regulares.
Las usaron en sus casas, para estar bien secos cuando llovía y por supuesto en las albarradas. Losas que aguantan los vientos intensos de la zona, dominados por la tramontana. Y permiten levantar muros de contención geométricamente perfectos. En ellos encontraréis la huella del pasado, la firma indeleble de constructores sin título ni capacitación profesional oficial. Los que aprendieron y siguieron aprendiendo generación tras generación por el método de ensayo y error. Ese que, como puede comprobarse sobre el terreno, no falla jamás.
Hace dos siglos, casi todas las terrazas estaban ocupadas por la viña. Y solo en lugares privilegiados, se alzaba el olivar. Pero en 1879, la maldita filoxera entró en el Ampurdán y en España por Rabós. Y no quedó ni un viñedo. Donde se pudo, se plantó olivar. Pero el terreno en su inmensa mayoría de superficie volvió a quedar como un erial. Expuesto de nuevo al mordisco del agua. En los años 50 del pasado siglo, con tristeza Pla profetizaba que los viñedos nunca más volverían a mostrar su esplendor pasado. Se daba por vencido ante el mordisco del agua avivado por una plaga.
Durante casi un siglo, Cadaqués mostró un entorno de albarradas ruinosas y bancales abandonados. Cementerios de paredes de piedra seca que contenían ortigas, matorrales, e hinojos. El agua volvió a poner de manifiesto su efecto devastador sobre un paisaje artificial escalonado. Siglos de trabajo borrado en unos pocos años. Escuchemos de nuevo a Pla:
“Produce un estremecimiento pensar en los seres humanos que en el curso de los siglos pasaron sus vidas ya borradas -pero quizás más dignas que nuestras miserables vidas- arañando pedruscos, acariciando tiernamente una cepa, robando a la geología un metro de tierra …”
Se sorprendía del absurdo de querer explicar con argumentos racionales la “misteriosa voluntad de los viejos cadaquesenses” de continuar viviendo allí, en un pueblo, entonces, “tan pobre y tan mísero”. No lo entendía porque por muy limitadas que hubieran sido sus expectativas de vida, “el precio que sacaban de la tierra no justifica los trabajos que pusieron en ella ni sus interminables idas y venidas”.
Y su conclusión era que el paisaje de Cadaqués no tiene explicación posible, pero existe. Y en esta frase con la que hoy le despedimos, aunque siempre le sigamos leyendo, daba sin querer la solución:
“Cadaqués, como todas las cosas que duran y tienen belleza, es un hecho gratuito, irracional, antieconómico, caprichoso, inexplicable, incomprensible. La voluntad de sobrevivir de Cadaqués es una virtud que debe tener la atracción que tienen los vicios”
Lo que no pudo saber, porque murió en 1981, es que esa virtud que es la de la voluntad de sobrevivir, ha hecho el milagro. Porque la viña ha vuelto a la comarca del Ampurdán, que ya dispone desde hace mucho de su propia denominación de origen. Ocupa una superficie de 2.475 ha y se extiende por casi medio centenar de municipios de la comarca, incluyendo a Cadaqués. Y con ella, ha venido una nueva fuente de ingresos. El enoturismo.
Pero esto ya es harina de otro costal. Nosotros nos quedamos aquí, agradeciendo a las albarradas su función y esperando que el agua siga visitando la zona con más asiduidad que en los últimos años. Porque de vino, vuelve a haber mucho
Lorenzo Correa
[spbsm-follow-buttons]
¡ Síguenos en las redes sociales !
¿Te interesa la gestión del agua desde la perspectiva del coaching?
Envía un correo acontacto@futurodelagua.compara más información sobre la participación de Lorenzo Correa en charlas, conferencias, formaciones o debates a nivel internacional.
Texto bello e ilustrativo, como siempre
Muchas gracias Jesús. Esperamos seguir haciéndolo y recibiendo tus opiniones