Las escalas de peces proliferan por doquier en nuestros ríos desde que la Directiva marco del agua iluminó los cielos europeos con un fulgor conservacionista. Restaurador y controlador, están ahí para que los peces suban y bajen evitando obstáculos transversales en los cauces que forman presas y azudes.

Por ello son un ejemplo máximo de convivencia entre la presa que guarda agua y da energía y la obra hidráulica que garantiza que los habitantes del río hagan su vida de eterno sube y baja. Pero sin que este obstáculo acabe con ella y con ellos. Hoy vemos en nuestras fotos una de esas escalas de peces situada en un río salmonero cántabro. Es modesta y vetusta, pero está felizmente recuperada y conservada.

Las escalas de peces pueden ser de varios tipos. Unas son de artesas, con peldaños bajitos. Otras, esclusas de peces borland, tan parecidas a las de los grandes canales a distinto nivel. Pero, con los avances de la técnica, también existen ahora ascensores de peces. Ellos los enjaulan, suben y vuelcan de nuevo en el cauce sin darles tiempo a marearse.

Para rizar el rizo, las hay que poseen hasta cauces artificiales. Más que escalas, son rampas de baja pendiente. Y por ellas los peces pueden pasar cuando el río nos les deja. Acabamos nuestro repaso citando la escala de ralentizadores, con sus deflectores que amainan la velocidad de la corriente.

¡Qué felices deben estar los salmónidos subiendo y bajando por la escalera, el ascensor o la esclusa! Tanto como nosotros dándole su protagonismo a esta obra hidráulica tan vistosa y útil, que tantos viajes de peces permite, sin cobrar peaje

Lorenzo Correa

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