En enero, lo normal es que las tierras altas del hemisferio norte y sus espacios fluviales gocen de un paisaje nevado. La nieve es la precursora y a la vez la sucesora del agua líquida o condensada en la nube. Y su presencia, llena de alegría tanto a los que de ella viven como a los que con ella se divierten y se ponen en forma.
Pero sin duda, a quienes más agrada es a los ríos y a los acuíferos. Da gusto pasear por un espacio fluvial cubierto de nieve nevado e imaginar en qué se convertirá ese blanco manto cuando el sol decida que hay que cambiar de estado. Entonces las gotas de agua comenzarán a desperezarse de su hibernación.
Y unas se sublimarán mientras otras corren hacia el cauce y el resto se infiltra hacia el acuífero. Carreras hacia la luz y la oscuridad cuando la primavera asome su nariz y le diga al sol que acabe con la belleza del paisaje de nieve . Para volver del blanco al verde.
Ante este panorama, se nos viene al corazón un poema. En este caso, una letrilla que nos hace recordar a la nieve en el Góngora del «Ande yo caliente y ríase la gente». «Cuando cubra las montañas la blanca nieve de enero, tenga yo lleno el brasero de bellotas y castañas«
Letrilla al río con nieve. La que por fin hemos ya visto en nuestras montañas más cercanas. Invitación a que venga más agua, que ahora tanto necesitamos. Porque nuestros gestores acuáticos nos dicen que solo pueden confiar en la providencia divina. Bueno y en las sanciones, para que tengamos un poquito de agua en el grifo.
Así que, ante tamaña disyuntiva tan poco coherente con un planificación seductora, nosotros nos vamos al río. Y allí, entre la blanca nieve de enero, invocamos a los hados con una letrilla por el alma sumergida de la esperada y deseada gestión seductora del agua
Lorenzo Correa
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